Este estudio es el Trabajo Fin de Máster del programa «Máster en Vicencianismo«, de sor María Isabel Vergara Arnedillo, actual Visitadora de la Provincia España-Este de las Hijas de la Caridad. Por su extensión publicaremos semanalmente en cuatro entradas.
- Introducción: El texto introduce la sinodalidad como el camino que el Papa Francisco propone para la Iglesia, invitando a «caminar juntos» en comunión y participación. Reflexiona sobre cómo la sinodalidad debe ser la práctica habitual y cuestiona por qué esta forma no ha sido siempre predominante en la Iglesia.
- Primera parte, La sinodalidad en la Iglesia: La sinodalidad es presentada como una dimensión esencial de la Iglesia, que implica caminar juntos en comunión y participación activa de todos los bautizados. Abarca actitudes, dinámicas relacionales y garantías jurídicas, promoviendo un modelo de Iglesia inclusiva que responde a los desafíos contemporáneos desde la unidad y diversidad.
- Segunda parte, La dimensión sinodal en las tres primeras fundaciones vicencianas: San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, aunque no usaron el término «sinodalidad», vivieron sus principios. En las Cofradías de la Caridad, la Congregación de la Misión y la Compañía de las Hijas de la Caridad, se destaca la comunión, participación y misión como fundamentos organizativos y espirituales, anticipando la visión del Concilio Vaticano II.
- Tercera parte, Retos actuales en la Familia Vicenciana para vivir sinodalmente: La Familia Vicenciana enfrenta el reto de vivir en sinodalidad, centrando su misión en los pobres y promoviendo una participación activa e igualitaria. Debe superar estructuras clericales y potenciar espacios de formación, reflexión y acción compartida, respondiendo así al llamado del Espíritu a ser una Iglesia de comunión y cercanía.
Tercera parte:
Retos actuales en la Familia Vicenciana para vivir sinodalmente
Lo visto hasta aquí nos hace comprender que el Carisma Vicenciano es un don del Espíritu a la Iglesia, que pone en el centro de manera inseparable a Jesucristo, tal como lo descubrieron los fundadores, y a los pobres. Así lo expresan con claridad las Constituciones de las Hijas de la Caridad: “En una mirada de Fe ven a Cristo en los pobres y a los pobres en Cristo”[1]. Los Fundadores vivieron esta experiencia que transformó sus vidas y se sintieron enviados como Jesús que “fue enviado para dar la buena noticia del Reino a los pobres”[2]. Igualmente comprendieron que para socorrer sus necesidades todos eran necesarios en la Iglesia y fuera de ella, cada uno desde la vocación recibida y con las funciones que le correspondan, pero todos iguales como hijos de Dios al servicio del que más sufre.
San Vicente y Santa Luisa vivieron en su tiempo en clave sinodal y así lo supieron transmitir y compartir con los que se unieron a ellos para caminar juntos y llevar adelante la obra iniciada.
El Papa Francisco en la actualidad como hemos visto quiere caminar hacia una Iglesia sinodal con todo lo que ello conlleva. En muchas ocasiones ha hablado sobre el clericalismo como una de las enfermedades más importantes en la historia del cristianismo, fenómeno que afecta a todos de manera consciente o inconsciente, a sacerdotes, consagrados y laicos. El nos ha invitado a recuperar de manera más consciente la eclesiología del Concilio Vaticano II en la que el pueblo de Dios es la realidad dentro de la cual existe la diversidad ministerial, para superar así una idea piramidal de la Iglesia en la que unos interpretan, enseñan y mandan, y otros escuchan y obedecen. En la Iglesia sinodal todos estamos invitados a escucharnos unos a otros, todos estamos animados a ser corresponsables, todos tenemos que sentirnos con la responsabilidad de aportar nuestra parte.
El carisma vicenciano que como hemos podido ver nació sinodal, se ha ido encarnando en las congregaciones y asociaciones fundadas por San Vicente y Santa Luisa y en otras que bajo su inspiración carismática han ido naciendo a lo largo de la historia, formándose de esta manera la Familia Vicenciana. Los vicencianos formamos parte de la Iglesia y en este momento eclesial estamos llamados a vivir la sinodalidad como una llamada del Espíritu para todos y para cada uno en particular. Por eso bajo nuestro punto de vista, la Familia Vicenciana tiene unos retos por delante para vivir hoy más sinodalmente entre los que destacamos:
Los pobres en el centro de la misión de la Familia Vicenciana
Decía San Vicente a las Hijas de la Caridad: “Tenéis que pensar con frecuencia que vuestro principal negocio y lo que Dios os pide particularmente es que tengáis mucho cuidado en servir a los pobres, que son vuestros señores. Sí, Hermanas mías, son nuestros amos”[3]. Lo dijo a las Hermanas pero igualmente nos lo diría hoy a todos los que nos llamamos vicencianos. Para nuestros Fundadores la realidad de los pobres era inequívocamente una llamada de Dios. El Superior General de la Congregación de la Misión, Padre Tomaz Mavrick, en la “Reflexión para iniciar la preparación a la celebración del 4º Centenario de la Fundación de la CM”[4] anima a los Misioneros a recuperar en el hoy la dimensión profética de la CM y dice “Para recuperar hoy, y poner en acto la fuerza profética que la Congregación de la Misión tuvo desde su fundación, es preciso aprender de san Vicente a leer los signos de Dios en el clamor de los pobres y prestarles directamente la debida atención…” y también “las necesidades de los pobres miradas y escuchadas desde el Evangelio son hoy y siempre, una llamarada que enciende el fuego de la caridad y nos urge “a salir”, a “estar cercanos” y “disponibles” a todos aquellos a quien el Padre ama con preferencia y busca su salvación”.
También la Compañía de las Hijas de la Caridad en la última Asamblea General celebrada el año 2021 hace una llamada a “dejarnos molestar y, al igual que el buen samaritano, saber desviarnos para acercarnos con compasión a las víctimas de la miseria y de la injusticia.”[5] Es una llamada a ser una Compañía Samaritana, a no quedarnos en nuestra comodidad y esquemas prestablecidos para ir hacia las víctimas de las injusticias este mundo. El Papa Francisco invita una y otra vez a que seamos una Iglesia Samaritana. En su Carta Encíclica “Fratelli Tutti” parte del pasaje evangélico del Buen Samaritano para invitarnos a “enfrentamos cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes que pasan de largo”[6].
Para la Familia Vicenciana los pobres son su razón de ser y existir en la Iglesia y en el mundo. Y desde ellos tiene un doble reto para vivir mejor la sinodalidad:
- Mirar juntos a la realidad de pobreza que viven millones de personas en el mundo, como el lugar donde descubrir la Caridad de Jesucristo que apremia a acudir al servicio de todas las miserias humanas existentes. Y no solo mirar, sino ponerse manos a la obra, caminando juntos, poniendo en común la riqueza que cada asociación vicenciana posee, siendo capaces al igual que San Vicente y Santa Luisa de organizar la acción para atender las necesidades corporales y espirituales de las personas en situación de pobreza.
- Y el segundo reto es considerar a los pobres miembros de la Familia Vicenciana. Históricamente esto ha sido así. En su inmensa mayoría, los miembros de la Familia Vicenciana son mujeres, laicos, pobres, ahí el carisma ha echado raíces desde el principio. Hoy el reto es volver a dar voz y protagonismo a quien, desde el modelo clerical reinante, en muchas ocasiones no se les ha concedido ni la presencia ni la participación en una dinámica de igualdad. Hoy en la nueva forma de ser Iglesia como es la sinodalidad, esto supone vivir en fidelidad al proyecto de Dios que quiere que todos participemos en su misión. El reto es dar protagonismo a muchas personas que quieren participar de la misión de la Iglesia y quieren hacerlo activa y proféticamente. Se trata de no olvidar la voz de aquellos que sufren la pobreza y tienen mucho que aportar en la búsqueda de soluciones.
- La creación de espacios en los que juntarnos para la formación, la reflexión y la búsqueda de respuestas a las llamadas de los pobres.
La Familia Vicenciana es un árbol con profundas raíces, vivo, que se expande y se hace cada vez más grande. Su composición es impresionante en cuanto a la procedencia de sus miembros, de toda raza, color, cultura…, de toda edad, profesión, categoría social… y también en cuanto a maneras concretas de vivir el seguimiento de Jesús: laicos, clérigos, consagrados, nuevas formas. La diversidad es del Espíritu y aunque lleva consigo dificultades, es también profecía para nuestro mundo.
La Familia Vicenciana está presente en los cinco continentes y en 161 países a lo largo y ancho del mundo. Todo esto es una gran riqueza que posiblemente no se aprovecha lo suficiente.
Para crecer como Familia Vicenciana y consiguientemente para avanzar en sinodalidad es necesaria la reflexión permanente y conjunta en la espiritualidad propia. La formación en el carisma tiene que preceder e ir de la mano de cuanto hagamos.
En los últimos años las diferentes ramas de la Familia Vicenciana han hecho muchos esfuerzos por la formación en el Carisma tanto de sus miembros como de las personas que colaboran con ellos. Por ejemplo, la Compañía de las Hijas de la Caridad en sus últimas Asambleas Generales recoge esta inquietud por formar a los colaboradores, así lo expresa en su último D.I.A. “Proseguir la formación de los colaboradores laicos en el carisma para asegurar el carácter vicenciano de nuestros servicios y la continuidad de éste, cuando sea indispensable pasar los servicios”[7]. También la Congregación de la Misión en su última Asamblea General ha expresado la intención de continuar la formación de los laicos: “Nos comprometemos a crear en nuestras misiones, parroquias e instituciones educativas, aprovechando las oportunidades del mundo digital, centros de formación vicentina, animados por equipos intergeneracionales de sacerdotes y laicos, e inspirados en la doctrina social de la Iglesia.[8]”
Desde hace años existen en muchos países iniciativas de estudio y profundización conjunta sobre el Carisma Vicenciano. Quiero destacar el “Máster Vicenciano” puesto en marcha por la Congregación de la Misión que comenzó el año 2021, como respuesta a un compromiso de su anterior Asamblea General en el que están participando con mucha dedicación y profundidad miembros de diferentes asociaciones Vicencianas y diferentes países, de manera telemática.
En la carta del Superior General a la Familia Vicenciana el 19 de septiembre de 2022, hacía una llamada a “organizar «Centros vicencianos de espiritualidad y formación» en los diferentes países del mundo donde la Familia vicenciana está presente” allí donde no existan. El Padre Mavrick en esta circular habla de pasar de una estructura de “Familia Vicenciana” a un “Movimiento de la Familia Vicenciana” en el que se reconozcan a todas las personas y grupos que tienen a San Vicente como modelo y patrón de su acción y para ello un medio indispensable es la formación en el carisma.
Sin embargo, reconociendo la importancia vital de la formación en la espiritualidad vicenciana, para crecer en sinodalidad sería necesario crear espacios a todos los niveles en los que además de formarnos juntos, celebremos juntos la fe, reflexionemos sobre la realidad de la pobreza cercana y lejana y lleguemos a poner en marcha soluciones reales y concretas al servicio de los pobres. Lugares donde escucharnos, escuchar la voz de Dios y la voz de los pobres. Lugares en los que crecer en fraternidad y comunión, donde todos, en la diversidad que caracteriza a los vicencianos, pongamos al servicio de los pobres los dones que poseemos.
La “Misión compartida”
Al inicio del Sínodo sobre la Sinodalidad, en octubre de 2021 decía el Papa Francisco: “En el cuerpo eclesial, el único punto de partida, y no puede ser otro, es el Bautismo, nuestro manantial de vida, del que deriva una idéntica dignidad de hijos de Dios, aun en la diferencia de ministerios y carismas. Por eso, todos estamos llamados a participar en la vida y misión de la Iglesia. Si falta una participación real de todo el Pueblo de Dios, los discursos sobre la comunión corren el riesgo de permanecer como intenciones piadosas.[9]”
El potencial de la Misión Compartida es innegable. Es una invitación a la empatía, a potenciar las habilidades comunicativas para generar relación y vínculo, es disposición a colaborar, a tejer redes, a generar sinergias, a buscar novedades y cauces de solución. En la Iglesia y en la Familia Vicenciana solo hay una misión que se vive de muchas maneras y formas, por eso se necesitan los talentos, las habilidades, las formas de pensar de todos.
Desde los años 80 se viene hablando en el magisterio eclesial de la realidad de la Misión compartida. Muchos institutos de vida consagrada se han ido planteando el compartir con los laicos el carisma fundacional. Sin embargo, no es el caso del carisma vicenciano, que originalmente nació “laico” y posteriormente fue teniendo formas vocacionales diversas.
La llamada a la sinodalidad que hoy tenemos en toda la Iglesia y por tanto también los vicencianos, es una llamada a vivir realmente la “Misión compartida” y esto puede pasar por:
- Conocernos más las diferentes ramas y asociaciones
- Reconocernos, querernos y valorarnos más unos a otros y reconocer la importancia de cada vocación en la Familia Vicenciana.
- Reconocer el papel de los laicos en la Iglesia y en la Familia Vicenciana y en este sentido, sobre todo las ramas de vida consagrada, continuar confiando y delegando en ellos las responsabilidades en el servicio de los pobres.
- Hacer revisiones de vida conjuntas para ayudarnos a vivir con mayor coherencia nuestra vocación vicenciana en sus diversas formas.
- Entrar en procesos de diálogo constructivo, en honestidad y sinceridad, buscando juntos cómo continuar abriendo caminos al servicio del Reino como lo hicieron en su día San Vicente y Santa Luisa.
Místicos de ojos abiertos
Para concluir y no por ser menos importante sino todo lo contrario, el reto de recuperar o reforzar en nuestra vida la mística, una mística que al ejemplo de Vicente de Paúl es “de ojos abiertos”.
Es el meollo de nuestra vocación y espiritualidad. Nuestra vida es una vida de fe en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado y presente en las realidades de este mundo, sobre todo en el corazón y la vida de los pobres. Es una mística que recoge el equilibrio dinámico de la acción y la contemplación.
Los vicencianos con una mirada de fe ven a Cristo en los pobres y a los pobres en Cristo. Son necesarios los ojos de la fe, la mirada contemplativa, para descubrir la presencia de Dios en cada realidad, sobre todo y de manera especial en los pobres. Así lo expresaba San Vicente: “No hemos de considerar a un pobre campesino o a una pobre mujer según su aspecto exterior, ni según la impresión de su espíritu, dado que con frecuencia no tienen ni la figura ni el espíritu de las personas educadas, pues son vulgares y groseros. Pero dadle la vuelta a la medalla y veréis con las luces de la fe que son ésos los que nos representan al Hijo de Dios, que quiso ser pobre.[10]”
Como bien sabemos el teólogo Karl Rahner dijo en una ocasión “el cristiano del futuro o será un místico o no será cristiano”. Parafraseándolo podríamos decir: “el vicenciano del presente y del futuro o es un místico o no será ni cristiano ni vicenciano”.
También Benedicto XVI afirmaba en su encíclica Deus caritas est: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva«[11].
De San Vicente se ha dicho que fue un “contemplativo en la acción”. El reto de los vicencianos para vivir la sinodalidad en la Iglesia actualmente es ser personas profundamente espirituales y profundamente entregados a la causa de los pobres. La sinodalidad es vivir abiertos a lo que el Espíritu Santo quiera en cada momento y para ello es imprescindible cultivar en nuestra vida una mística que nos haga encontrarle cada día, en cada persona y en cada acontecimiento.
Para terminar recojo una frase del Padre Celestino Fernández CM “los fundadores nos contagiaron su inspiración carismática, nos señalaron el camino, nos enseñaron el dinamismo y el coraje…; nos toca a nosotros continuar lo que ellos ya hicieron, nosotros somos ahora sus manos, sus pies, su corazón, su inteligencia, su audacia y su creatividad, el futuro del carisma vicenciano es tarea y responsabilidad nuestra y solamente nuestra… tenemos que mirar y vivir el futuro desde la profecía, desde la encarnación en la piel de los últimos y desde la búsqueda atrevida de nuevos caminos que manifiesten la vitalidad perenne de este tesoro llamado carisma vicenciano” . Y sinodalmente hacer todo esto juntos.
El carisma vicenciano tiene mucho que aportar en el camino sinodal al que hoy todos somos invitados en la Iglesia. Desde el comienzo nuestra manera de ser y estar es “en salida”, caminando juntos, viviendo en comunión, en participación y todo ello para la misión, la misión de Jesucristo Evangelizador y Servidor de los Pobres que los vicencianos tenemos el encargo de continuar en cada momento de la historia.
Sor Mª Isabel Vergara Arnedillo, H.C.
Notas:
[1] CONSTITUCIONES HC, 10 b.
[2] Lc 4, 18
[3] SVP IX, 120
[4] T. MAVRICK, Reflexión para iniciar la preparación a la celebración del 4º Centenario de la Fundación de la CM. Abr 26, 2023
[5] Documento Interasambleas 2021-27 de las Hijas de la Caridad, pág. 4
[6] Fratelli Tutti, 69
[7] D.I.A. Compañía Hijas de la Caridad, pág. 13
[8] DOCUMENTO FINAL XLIII ASAMBLEA GENERAL CM, pág. 4
[9] Discurso del Santo Padre Francisco en Momento de Reflexión para el inicio del proceso sinodal.
[10] SVP XI-4, 725
[11] BENEDICTO XVI. DEUS CARITAS EST, 1
Ficha de trabajo del capítulo 3
Resumen del capítulo:
Este capítulo aborda los retos actuales para la Familia Vicenciana en el contexto de una Iglesia sinodal, alineando el carisma vicenciano con las enseñanzas del Papa Francisco sobre la sinodalidad. Entre los aspectos centrales se destaca:
- El Carisma Vicenciano y los pobres: El carisma de San Vicente y Santa Luisa coloca a los pobres en el centro de la misión, viéndolos como «señores» que deben ser servidos con amor y dedicación.
- Sinodalidad en la Familia Vicenciana: La sinodalidad implica caminar juntos, escuchar y dar protagonismo a todos, especialmente a los pobres, dentro de la Iglesia y la Familia Vicenciana.
- Misión compartida: El reto es integrar y dar protagonismo a laicos y pobres, reconociendo sus talentos y roles en la misión de la Iglesia.
- Formación y espiritualidad: Es necesario cultivar espacios para la formación, la reflexión conjunta y la acción coordinada. Se enfatiza una mística «de ojos abiertos», inspirada en San Vicente, que combine la contemplación y la acción en favor de los pobres.
Reflexión para seguidores del Carisma Vicenciano:
El carisma vicenciano en el mundo actual afronta el desafío de adaptarse a los nuevos contextos sociales y eclesiales sin perder su esencia. Las aplicaciones prácticas incluyen:
- Mantener el enfoque en los pobres: El compromiso con los pobres debe guiar todas las acciones vicencianas. Esto implica no solo ayudar materialmente, sino también reconocer su dignidad y valor como protagonistas en la Iglesia y la sociedad.
- Promover la sinodalidad en nuestras comunidades: En una Iglesia sinodal, la Familia Vicenciana debe fomentar espacios de diálogo y corresponsabilidad, donde se escuchen las voces de todos, en especial de los más vulnerables. Es fundamental que todos los miembros, desde laicos hasta consagrados, trabajen juntos en la misión común.
- Fortalecer la formación: Para que el carisma vicenciano se mantenga vivo, es esencial que los vicencianos, especialmente los laicos, reciban una formación continua en la espiritualidad y misión vicencianas, asegurando que el espíritu de servicio se transmita a las nuevas generaciones.
- Ser “místicos de ojos abiertos”: La acción vicenciana debe estar arraigada en una espiritualidad profunda, que facilite ver a Cristo en los pobres. Esto exige una vida de oración y contemplación, pero también un compromiso activo con la transformación de las estructuras de injusticia que afectan a los más necesitados.
Preguntas para la reflexión en grupo:
- ¿De qué manera la sinodalidad puede transformar nuestra manera de vivir el carisma vicenciano en nuestras comunidades locales y globales?
- ¿Cómo podemos garantizar que los pobres no solo sean el centro de nuestra misión, sino también actores principales en ella? ¿Qué pasos concretos podemos tomar para darles mayor protagonismo?
- ¿Qué espacios de formación vicenciana podemos crear en nuestras comunidades para asegurar que todos los miembros, especialmente los laicos, participen activamente en la misión compartida?
- En nuestro contexto actual, ¿cómo podemos equilibrar la acción y la contemplación en nuestro servicio a los pobres, siguiendo el ejemplo de San Vicente de Paúl?
- ¿Qué acciones concretas podemos emprender para fortalecer el sentido de «Familia Vicenciana», viviendo la diversidad como una riqueza y respondiendo juntos a los retos del mundo actual?
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