«CANTAR ES ORAR DOS VECES».
– SAN AGUSTÍN DE HIPONA
Hay una canción que empieza con un violín solitario. La melodía se presenta al oyente con una larga nota lúgubre. Flota en el aire como un largo suspiro a punto de expirar. El músico evoca suavemente una retahíla de corcheas y negras, intercaladas con mínimos y breves. El espectador es transportado a través de un caleidoscopio de sonidos, bordeando el espectro como notas graves que rebajan el estado de ánimo o como un crescendo que se teje para llevarlo a las alturas. Hay sutiles variaciones en la historia que se cuenta, a medida que se recorren caminos armónicos que tiran de la fibra sensible. Al final, la canción vuelve a su tema principal. Esta canción es una nueva realidad creada con amor y belleza, como el mundo que crea un artista con la punta del pincel al combinar colores y movimientos.
Todos tenemos una melodía favorita, ya sea una canción que nos reconforta o un placer culpable. ¿Hay alguna pieza musical que le transporte a un lugar de alegría y paz, o que le conmueva el corazón con su sencilla belleza o sus lúgubres recuerdos? Hay una razón por la que la música acompaña todos los acontecimientos importantes de la vida: bodas, funerales, celebraciones religiosas, cumpleaños y aniversarios. Algunas canciones y melodías se convierten en la banda sonora de nuestras vidas. Los recuerdos quedan grabados al escuchar una canción pop favorita, o una canción de un artista querido que se repite hasta que queda tatuada en nuestros canales auditivos.
Nuestra tradición cristiana siempre ha incluido cantos y canciones. Nos lo han inculcado en el alma. Y conmueve nuestras almas. Todos los Salmos fueron escritos originalmente para ser cantados, expresando complejas realidades teológicas, experiencias vividas o emociones crudas. Las primeras comunidades cristianas cantaban en sus reuniones su verdad y sus florecientes experiencias de Cristo resucitado. Como describió la gran mística y música cristiana Santa Hildegarda de Bingen, «Toda la creación es un canto de alabanza a Dios».
San Vicente de Paúl, según muchos testimonios, era un ávido y magnífico cantor. Durante su supuesta época de esclavitud, recordaba con añoranza las canciones «Quomodo cantabimus in terra aliena», «Super flumina Babylonis» y el “Salve Regina», entre otros grandes himnos de su época. Su testimonio de fe a través del canto fue tan fuerte que captó la atención de sus captores, lo que finalmente le condujo a la libertad.
Todos estos ejemplos del lugar elevado que ocupa la música nos recuerdan la trascendencia que existe en las experiencias ordinarias de nuestras vidas. Esta elevación sin límites que proporciona la música puede conducir a otra realidad trascendente: el amor de Dios revelado en Cristo Jesús.
Entonces, ¿esa melodía que está dando vueltas tranquilamente en tu cabeza? Escúchala.
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
- ¿Cuál es su obra musical favorita y por qué?
- ¿Cuándo te ha acercado la música a Dios?
De: Firewood for the soul, vol. 2, A Reflexion Book for the Whole Vincentian Family
Sociedad San Vicente de Paúl, Queensland, Australia.
Texto de: Samantha Hill y James Hodge.
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