En uno de los mitos ancestrales que explican el orden cósmico de los indígenas Ngäbe de Panamá, el rayo es un gemelo que ascendió al cielo mientras que su hermana se convirtió en dragón y se fue al mar. Cuando cae un rayo cerca de una vivienda ngäbe, la tradición exige que se realice la danza tradicional “jeki” durante cuatro días consecutivos. La danza involucra a todos los participantes, conectados brazo con brazo en largas filas, siguiendo los pasos guiados por la maraca y los cantos sagrados. Los movimientos de la danza a menudo imitan de forma abstracta el movimiento de los animales. En este caso, el propósito de la danza es “regañar” al rayo para que sepa que no es bienvenido cerca del lugar de convivencia familiar y que sería mejor que cayera junto a su hermana en el mar. La danza sagrada sirve para restablecer el orden cósmico, donde todos los seres tienen su lugar y su función.
Las prácticas ngäbe no son individuales, sino comunitarias o colectivas. Los ngäbe, como otros pueblos indígenas, han mantenido prácticas de reciprocidad durante milenios. Entienden que toda acción acarrea consecuencias y que es su responsabilidad comprender su lugar y su papel en el plan del Creador, lo que les convierte en participantes activos de la creación perpetua. En momentos de peligro o amenaza, la comunidad se une como un solo cuerpo, actuando conjuntamente para mantener el orden cósmico. Esta naturaleza colectiva de las prácticas ngäbe subraya la unidad de la comunidad y su impacto en la acción climática.
En las últimas décadas, la danza jeki se ha hecho habitual en contextos de protesta social, sobre todo en la resistencia a las intenciones del gobierno y las empresas de establecer minas de extracción de minerales a cielo abierto en la zona ngäbe y otros territorios del país. La danza jeki, símbolo de la unidad del pueblo ngäbe, desempeñó un papel fundamental en la resistencia de finales de 2023, un bloqueo de carretera de un mes de duración que ayudó a detener la explotación minera a cielo abierto más grande del Corredor Biológico Mesoamericano. Al bloquear el avance de este proyecto, en unión de cientos de miles de panameños no indígenas, Panamá sigue siendo por el momento uno de los tres únicos países a nivel mundial que es carbono negativo; es decir, que sus bosques capturan más carbono del que el país emite, contribuyendo así a combatir la crisis climática.
Afrontar juntos la crisis climática
Cuando consideramos a los pueblos indígenas y lo que tienen que enseñarnos en materia de ecología integral, un aspecto esencial es la identidad comunitaria que define a la mayoría de sus culturas en todo el mundo. A medida que la mentalidad individualista se manifiesta en la cultura del consumo y en una visión de túnel del progreso y nos lleva a un frágil lugar de destrucción planetaria, la visión indígena del “nosotros” se convierte en un aspecto esencial para avanzar. Como expresa el Papa Francisco en Querida Amazonia, para los pueblos indígenas, “La vida es un camino comunitario donde las tareas y las responsabilidades se dividen y se comparten en función del bien común. No hay lugar para la idea de individuo desligado de la comunidad o de su territorio” (20). Los pueblos indígenas expresan la auténtica calidad de vida en “una armonía personal, familiar, comunitaria y cósmica, y que se expresa en su modo comunitario de pensar la existencia, en la capacidad de encontrar gozo y plenitud en medio de una vida austera y sencilla, así como en el cuidado responsable de la naturaleza que preserva los recursos para las siguientes generaciones” (71).
Redes eclesiales ecológicas
Reconociendo la importancia de colaborar y unirse frente a la creciente crisis ecológica, en la última década se han ido formando redes eclesiales ecológicas en todo el mundo. La más conocida de ellas es la Red Eclesial Pan Amazónica REPAM, formada en 2014. Desde su fundación, las voces y el liderazgo indígenas han sido un aspecto central. Hoy en día, hay varias otras redes basadas en biomas en diversas etapas de organización: Mesoamérica, Cuenca del Congo, Oceanía-Asia y Gran Charco-Acuífero Guaraní. Una alianza para promover informalmente la colaboración entre las redes ha tomado forma, y después de un proceso virtual, la Ecclesial Networks Alliance ENA (Alianza de Redes Eclesiales) se reunió en el Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral en Roma en julio de 2023. Fue una oportunidad para llegar a comprender la particularidad de lo que ofrecen las redes territoriales, especialmente con su énfasis en voces tradicionalmente marginadas como la indígena.
Un tema específico tratado en Roma por la ENA fue cómo interceder como Iglesia en la crisis climática a nivel internacional, en contextos como la Conferencia de las Partes de la ONU sobre el Cambio Climático (COP). Como seguramente todos hemos experimentado, la enormidad y complejidad del cambio climático puede ser abrumadora e incluso llevar a la parálisis, a una mentalidad de “no podemos hacer nada”. Sin embargo, la acción por el clima, como manifestación de nuestra fe y de nuestro compromiso con el cuidado de la creación de Dios y de las poblaciones más vulnerables de nuestro frágil planeta, debería ser parte integrante de nuestros esfuerzos de evangelización.
Sin duda, la acción climática individual y colectiva desempeñan papeles complementarios a la hora de abordar el urgente reto de la crisis climática. Y aunque debemos aceptar que afrontar la realidad de la crisis climática es responsabilidad de todos, no debemos confundir esta afirmación con pensar que la suma de acciones individuales resolverá esta compleja emergencia. Los cambios personales en el estilo de vida, como reducir el consumo de energía, reciclar, comer menos carne y utilizar el transporte público, dan ejemplo, influyen en las normas y cambian colectivamente lo que se considera “normal”. Sin embargo, estas pequeñas acciones simbólicas siempre deben estar en consonancia con la exigencia de un cambio sistémico.
El Papa Francisco afirma en Laudato Deum que “es necesario ser sinceros y reconocer que las soluciones más efectivas no vendrán sólo de esfuerzos individuales sino ante todo de las grandes decisiones en la política nacional e internacional” (69). La acción colectiva incluye participar en las elecciones y votar a políticos que den prioridad a políticas responsables con el clima, investigar sobre candidatos y referendos, especialmente a nivel estatal y local, compartir información creíble relacionada con el clima en nuestros contextos pastorales e institucionales y ayudar a cambiar las prioridades públicas para abordar el cambio climático, mantenernos actualizados sobre las políticas medioambientales y los problemas climáticos, tratar estos temas con otras personas para fomentar la concienciación y la comprensión.
Quizá el contexto más urgente para una acción climática impactante sea presionar a los responsables políticos y a quienes detentan el poder para que respondan inmediatamente a la crisis con nuevas medidas concretas nacionales, regionales e internacionales. La defensa de un cambio sistémico es de vital importancia e incluye el cambio de políticas, normativas y acuerdos internacionales hacia modelos justos que reduzcan el impacto del desastre climático ya muy avanzado. Reconociendo que los sistemas políticos de nuestros distintos países favorecen el beneficio económico a corto plazo para obtener el apoyo de los votantes, parece necesario tomar decisiones más difíciles e incluso utilizar un lenguaje de “decrecimiento” ante la gravedad de la situación.
Las organizaciones de base, como las indígenas y ecologistas, como los ngäbe de Panamá, han dado esperanzas sobre lo que es posible cuando la acción colectiva toma la delantera. «Las exigencias que brotan desde abajo en todo el mundo, donde luchadores de los más diversos países se ayudan y se acompañan, pueden terminar presionando a los factores de poder” (LD 38).
Eventos mundiales en nuestro contexto local
Próximamente se celebrarán dos acontecimientos importantes en nuestro contexto continental: La COP16 sobre biodiversidad y la COP30 sobre cambio climático. La 16ª Conferencia de las Partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica de las Naciones Unidas, que se celebrará en Cali (Colombia) en noviembre de 2024, gira en torno a varios factores críticos para la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad. Se centra en la protección de ecosistemas críticos, incluidos los bosques, y en detener la pérdida de biodiversidad, una “crisis silenciosa” que amenaza nuestro mundo natural y las especies que alberga.
La 30ª Conferencia de las Partes de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se celebrará en Belém, Pará, Brasil, en noviembre de 2025, desempeña un papel crucial a la hora de abordar el calentamiento global y promover alternativas sostenibles para nuestro planeta. Cabe destacar que la COP30 será la primera que se celebre en una ciudad amazónica, lo que pone de relieve la importancia de la biodiversidad y la acción por el clima y el papel fundamental de la Amazonia en la lucha contra el cambio climático y la conservación de la biodiversidad.
Un camino a seguir como consagrados
La presencia de estas conferencias en nuestro continente puede hacernos reflexionar sobre nuestro nivel de compromiso para afrontar la crisis climática y acompañar a las poblaciones afectadas. Podríamos preguntarnos: Como miembros de institutos de vida consagrada, ¿consideramos la realidad de la crisis climática un factor central en nuestras decisiones cotidianas sobre enfoques pastorales y organización institucional? ¿Nos informamos continuamente sobre el cambiante panorama político y social? ¿Estamos dispuestos a asumir los riesgos inherentes a la proclamación del Evangelio de la Creación frente a las fuerzas de la codicia y el supuesto “progreso”? ¿Hemos aceptado el modelo sinodal que nos han demostrado los pueblos indígenas, afirmando que la acción colectiva es el camino necesario para avanzar?
Que sigamos escuchando las voces indígenas dentro de nuestras congregaciones en los muchos contextos pastorales en los que nos encontramos. Dejemos que el Espíritu Santo y el ritmo de las comunidades indígenas nos guíen mientras trabajamos colectivamente para reparar el daño a nuestra Casa Común y aprendemos cada día más sobre lo que significa concretamente caminar juntos.
José Fitzgerald, CM,
Sacerdote de la Congregación de San Vicente de Paúl. Es doctor en teología de la Universidad Pontificia Bolivariana y es autor del libro «Danzar en la casa de Ngöbö: Resiliencia de la Vida Plena Ngäbe frente al neoliberalismo«.
Fuente: Boletín «Al ritmo del Espíritu», nº 4 – Mayo/Junio de 2024, editado por la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR).
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