Jesús, el solo Hijo que está en el seno del Padre, lo da a conocer. Ver nosotros, pues, a Jesús es ver al Padre, lo que nos da razón para destruir nuestros ídolos.
Enseña Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Asombra él a los que le oyen, pues enseña con autoridad. Se ve que no enseña cual los escribas. Mas su «nuevo enseñar con autoridad» asombra aún más a los feligreses. Pues expulsa él un espíritu inmundo que quiere saber si «el Santo de Dios» los busca destruir.
Así pues, se nos enseña una vez más algo nuevo y asombroso. Es tan nuevo y asombroso como el llamar que dirige Jesús a Simón, Andrés, Santiago y Juan. Pues quiere que vayan ellos con él a pescar. Pero lo curioso es que dejen ellos a la vez las redes y las barcas. Parece, sí, que pone él en duda y busca destruir nuestras ideas habituales sobre el modo de ser, hacer, tratar.
Ya es hora de destruir nuestros antiguos ídolos.
Jesús, desde luego, quiere que no dejemos de poner en duda y de destruir nuestros ídolos. Y esto lo hemos de hacer antes de que nos hagamos cual ellos. Es decir, no capaces de hablar, ver, oír, oler, tocar, andar ni actuar. Y nos basta con hacerle caso a su nuevo enseñar de palabra y de obra. Entonces, no habrá duda de que él logrará expulsar y destruir las imágenes comunes, usuales, antiguas, pero falsas, que tenemos de Dios.
Sí, el profeta que Dios ha suscitado en estos días finales nos lo da a conocer de verdad. Se nos dice que Dios es el Padre bueno de todos. Es decir, demasiado nos ama a todos nosotros.
No cabe duda que él es omnipotente, mas no es nada como los con poder en este mundo. Son déspotas éstos y tratan de destruir a sus rivales. Amenazan la libertad de los pequeños y débiles.
Pero el Dios de Jesús nos cuida a nosotros, sus hijos e hijas pobres y débiles. Nunca nos terminamos de preocupar de nuestras necesidades, si bien no lo hemos de hacer. Pues nuestro Padre que está en el cielo ya sabe que necesitamos muchas cosas y nos las proporcionas. Les da de comer él a las aves y los viste a los lirios. Y valemos mucho más que las aves y los lirios.
Por lo tanto, nos hemos de preocupar no más de buscar el reino de Dios y su justicia. Es decir, nos toca cumplir lo que él nos dice y practicar cual buenos hermanos y hermanas el amor mutuo. Pues si esto lo hacemos, a nadie se le dejará atrás. Y nos ahorremos preocupaciones.
Señor Jesús, nos enseñas de palabra y de obra que uno es nuestro Padre, el que está en el cielo. Somos todos, por lo tanto, hermanos y hermanas. Concédenos serlo de verdad, por hacer lo que tú, que ayudas a tus más pequeños hermanos y hermanas, hasta entregar tu cuerpo y derramar tu sangre. No nos dejes encerrar en nosotros mismos, un pequeño círculo, en el que el calor nos sofoca. Ayúdanos a destruir nuestros ídolos y a reflejar al Padre que es bueno con todos, con los malos y los buenos. Y haz que logremos captar que no podemos asegurar mejor nuestra dicha eterna que viviendo y muriendo, al igual que tú, en el servicio de los pobres (SV.ES III:359).
28 Enero 2024
4º Domingo de T.O. (B)
Dt 18, 15-20; 1 Cor 7, 32-35; Mc 1, 21-28
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