De una carta de Adviento de G. Gregory Gay, C.M.,, ex Superior General. La base de esta carta de Adviento está tomada de tres comentarios que he recibido en relación con mi circular del pasado 11 de septiembre.
Una persona planteó una pregunta surgida al haber recordado yo que San Vicente nos llama a formar parte de la Iglesia universal. Se preguntaba qué tendríamos que hacer en las situaciones en las que las personas con las que trabajamos y compartimos nuestro ministerio están en conflicto con las enseñanzas de la Iglesia oficial. ¿Cuál es nuestra posición ante ellas?
Mi respuesta a esta persona es mi respuesta a cada uno de nosotros, los que deseamos vivir el Evangelio de modo radical. Estamos llamados a ser compasivos hacia todos. En nuestras relaciones, miremos en primer lugar a la persona, como lo hizo Jesús, y compartamos de corazón el amor que Él tiene hacia esa persona.
Cuando estuve en el seminario, una vez alguien hizo un comentario sobre la “especificidad” de nuestra formación vicenciana. Se nos enseñaba en primer lugar a mirar y a amar a la persona como persona y luego a ayudar a esa persona a llegar a comprender la doctrina de la Iglesia relativa a su propia situación.
Durante el Adviento hemos de reflexionar profundamente en la encarnación de la Palabra de Dios: “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). El Evangelio revela con claridad que la mayor expresión del amor de Dios hacia la humanidad consiste en que Dios se hace uno semejante a nosotros. Estamos llamados a reflejar el amor de Dios hacia la humanidad en y mediante nuestros signos de compasión, mediante nuestra pasión por y con los que sufren. Que este tiempo de Adviento sea un tiempo para reflexionar sobre la calidad de nuestra compasión, especialmente hacia los más abandonados.
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