El servicio de los pobres ocupó una posición tan prominente en la vida de Ozanam que resulta de interés saber cómo lo llevaba a cabo. Fue, en esencia, un servicio de amor. Sus modales con los pobres eran considerados y deferentes, como haría con un igual. Invariablemente se quitaba el sombrero al entrar en sus humildes moradas, saludándoles con su cortés fórmula: «Soy su siervo». Nunca les sermoneaba; después de dar todo lo que tenía que dar, se sentaba a charlar con ellos sobre cualquier tema que pudiese animarles o interesarles.
Cuando eran ellos quienes se acercaban a visitarle, no les recibía en el vestíbulo, sino que les introducía en su despacho, les ofrecía una silla cómoda y se comportaba con ellos, en todos los sentidos, como si fueran visitantes a los que se alegraba de honrar.
En Navidad siempre les llevaba un pequeño regalo: un libro, una estampa, o alguna cosilla que sabía que les iba a gustar.
Tomado de O’Meara, “Federico Ozanam, profesor en la Sorbona: su vida y obra”, Barakaldo: Somos Vicencianos, 2017, capítulo XVI.
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