«Sé muy bien que la sencillez en general equivale a la verdad, o a la pureza de intención: a la verdad, en cuanto que hace que nuestro pensamiento sea conforme con las palabras y con los otros signos que nos sirven de expresión; a la pureza de intención, en cuanto que hace que todos nuestros actos de virtud tiendan rectamente hacia Dios. Pero, cuando se toma a la sencillez por una virtud especial y propiamente dicha, comprende no sólo la pureza y la verdad, sino también esa propiedad que tiene de apartar de nuestras palabras y acciones toda falsía, doblez y astucia» (XI, 463).
Vicente de Paúl
Reflexión:
- Una somera lectura de los escritos del sr. Vicente nos muestra una cifra “desmesurada” de referencias a la sencillez. Posiblemente el mismo san Vicente o, al menos, alguno de sus oyentes o lectores le movió a perfilar, dada su importancia, lo que significaba esta virtud para el fundador. Quizá a través en estas líneas encontremos la respuesta adecuada.
- Diferencia, de momento, entre la “sencillez en general” y la “sencillez especial o propiamente dicha”. En el primer caso equivale a “la verdad o pureza de intención”; en el segundo a “la propiedad de apartar de nuestras palabras y acciones toda falsía, doblez y astucia”. Podemos compaginar ambas afirmaciones diciendo que la “verdad es, para el sr. Vicente, aquella realidad en la que no existe falsedad, doblez o astucia”. El mecanismo que hace posible separar la “paja” del “grano” es la sencillez.
- Es, por ello, la sencillez aquella virtud que hace posible que nuestro pensamiento sea conforme a lo que hablamos y actuamos o, dicho al revés, la que hace posible que nuestro hablar y actuar sea ser conforme al pensar, a todo aquello que alojamos en el corazón (que dirá el Santo en otro texto). Quizá podría expresarse con la clásica coherencia entre el pensar y el obrar. Lo novedoso, a mi modo de ver, es el lugar de “engrase” que ocupa en esta situación la sencillez.
- Desde esta perspectiva adquiere pleno sentido la última de sus afirmaciones: es la sencillez la que hace posible “apartar de nuestras palabras y acciones toda falsía, doblez y astucia”. Así, se genera la verdad. Quizá la pregunta que desde siempre se ha hecho el ser humano (recordemos a Pilato) tenga una acertada respuesta en este pensamiento vicenciano.
Cuestiones para el diálogo:
- ¿Nos “lavamos las manos” ante un problema social?
- ¿Hasta qué punto está inserto en nuestras formas lo “políticamente correcto”?
- ¿Nos detenemos en nuestros diálogos en lo fundamental?
- ¿Son nuestras predicaciones asequibles a los destinatarios?
- ¿Existe coherencia entre nuestra “palabra” y nuestras “obras”?
Mitxel Olabuenaga, C.M.
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