Cierta víspera de Año Nuevo, Federico le habló a su esposa sobre una familia pobre que había conocido días mejores, pero que ahora vivían tales desgracias que se habían visto obligados a empeñar una hermosa cómoda, el último remanente que les quedaba de su antiguo confort. Le dijo que estaba tentado de ir a redimirla y enviársela como regalo de Año Nuevo. Amélie rara vez se inclinaba a controlar sus impulsos generosos, pero sintió que, en esta ocasión, era necesario exponerle algunas razones prudentes para no hacerlo. Él admitió la fuerza de los argumentos, y cedió.
Pasó agradablemente el día visitando y recibiendo visitas amistosas y oficiales, según la costumbre de París; pero, cuando llegó la noche y su niñita le mostraba la cantidad de juguetes y bombones que le habían regalado durante el día, se giró suspirando y se quedó en silencio y como ausente. Con inquietud, la señora Ozanam preguntó si algo había ocurrido que le angustiase. Le confesó no podía quitarse de la cabeza a aquellos pobres sin su cómoda, y que ver todo ese dinero desperdiciado por complacer a Marie le dolía como si fuese un reproche. Amélie le rogó que fuese a satisfacer el impulso de su corazón. Federico se apresuró a salir y, al poco tiempo, volvió radiante y feliz.
Tomado de O’Meara, «Federico Ozanam, profesor en la Sorbona: su vida y obra», Barakaldo: Somos VIcencianos, 2017, capítulo XVI.
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