Para la Madre Seton y san Francisco de Sales, no hay virtudes ordinarias

por | Mar 4, 2023 | Formación | 0 comentarios

A menudo, los más grandes santos practican las virtudes más pequeñas y sencillas. Inspirada por los escritos espirituales de Francisco de Sales, el santo de la santidad cotidiana, la Madre Seton puso en práctica sus enseñanzas mientras avanzaba en su propio camino hacia la santidad.

San Francisco de Sales (escuela portuguesa, siglo XVIII).

Las vidas de los santos tienen su cuota de dramatismo —grandes hazañas de inmolación, celo ardiente y actos épicos de heroísmo— y hay mucho de esto en la vida de santa Isabel Ana Seton. Pero quizá lo más importante es que su vida es un ejemplo de lo poderosas que son las virtudes «menores», las que la gente corriente suele descuidar en su vida cotidiana.

Practicar virtudes como la cortesía, la mansedumbre y la paciencia puede que no sea tan dramático como el coraje de una santa caminando voluntariamente hacia los leones, pero Dios ve lo que nosotros a menudo no notamos. Y si observamos de cerca la santidad cotidiana de los santos, nos daremos cuenta de lo poderosos que son estos actos «ordinarios» de santidad.

Nada ilustra esto tan bien como la historia de la llegada de la familia de santa Isabel Ana a Italia. Su marido, Guillermo, estaba enfermo y esperaban que el nuevo clima y la hospitalidad de sus amigos, los Filicchi, le hicieran bien. Guillermo, Isabel y su hija pequeña, Ana María, habían cruzado el Atlántico con grandes expectativas.

El viaje duró dos meses, pero cuando tocaron puerto, sus problemas no hicieron más que empezar. Los funcionarios italianos habían oído rumores de fiebre amarilla y, al ver la aparente enfermedad de Guillermo, pusieron inmediatamente a la familia Seton en cuarentena. Durante semanas estuvieron encerrados en un edificio de piedra húmedo y con corrientes de aire, mientras la salud de Guillermo empeoraba bruscamente por las bajas temperaturas, la mala ventilación y la falta de atención médica.

Durante meses, Isabel había deseado recibir cuidados y descansar con los Filicchi y había puesto todas sus esperanzas en la recuperación de Guillermo. Tenía niños pequeños en casa, a los que echaba muchísimo de menos y después de todo este tiempo, aquí estaban, atrapados en un entorno que prácticamente garantizaba que Guillermo moriría allí.

¿Qué hace un santo en semejante situación? Yo sé lo que haría: lloraría mucho, me enfadaría, me asustaría, me deprimiría y me aislaría, y hallaría mucha gente a la que culpar. Es muy probable que las personas que me rodean (como si no fueran ya bastante desgraciadas) perdieran la esperanza en mi compañía. Isabel lo comprendió, y en un tremendo acto de altruismo, se encargó de mantener en alto el ánimo de su familia, en lugar de dejarse llevar por sus propios sentimientos.

Sinceramente, no se me ocurre un sacrificio mayor que dar prioridad al buen ánimo de los demás a costa de expresar tantos sentimientos comprensibles y probablemente abrumadoramente fuertes.

Isabel sentía lo que sentía, pero no expresó esos sentimientos a expensas de los demás. En lugar de eso, escribió sobre su absoluta determinación de acompañar a Guillermo y no dejar que sus propios problemas se sumaran a los de él: «Cuando ya no puedo levantar la vista con alegría, escondo la cabeza en la silla junto a su cama y él piensa que estoy rezando, y rezo, porque la oración es todo mi consuelo, sin la cual yo le serviría de poco».

Cantaba himnos. Insistió en rezar con él. Saltó a la comba con su hija para mantener el calor e intentó reírse de lo absurdo de la situación.

En su biografía de santa Isabel Ana Seton, Anne Merwin señala que fueron estas decisiones las que probablemente dieron a Guillermo la gracia de una muerte santa, que quizá no habría tenido si se hubieran quedado en casa y se hubieran distraído con la familia, los negocios, los médicos y las falsas esperanzas. En cambio, por horrible que fuera ese mes de prueba, fue un mes en el que no hizo otra cosa que rezar con su esposa y prepararse para la muerte.

A los ojos de Dios, ¿qué hazaña de abnegación, celo ardiente o acto épico de heroísmo podría ser mayor? A nuestros ojos humanos, qué poca cosa: la simple determinación de Isabel de mantener a su familia centrada en lo único que realmente importaba: su esperanza en la salvación de Dios. Pero esto demuestra que no hay virtudes pequeñas u ordinarias.

Poco después de la muerte de Guillermo, Isabel leyó por primera vez la Introducción a la vida devota de san Francisco de Sales, que sin duda la animó a seguir practicando esas «pequeñas» virtudes. San Francisco de Sales, que vivió tras la Reforma, es doctor de la Iglesia y fue el responsable de la vuelta de decenas de miles de protestantes a la Iglesia católica. Comprendió —como Isabel— que todo acto de amor, por pequeño que sea, tiene un valor absolutamente inconmensurable.

Francisco de Sales anima a los cristianos a cultivar virtudes como la cortesía, la dulzura y la mansedumbre. Nos recuerda que debemos sentirnos satisfechos con cualquier acto de amor, por sencillo que parezca. Escribió: «aquellas pequeñas limosnas cotidianas, aquel dolor de cabeza, aquel dolor de muelas, aquel romper un vaso […], todos los pequeños sufrimientos, aceptados y abrazados con amor, complacen en gran manera a la Bondad divina», y nos recuerda que «Dios desea de nosotros más fidelidad a las pequeñas cosas que pone en nuestro poder que ardor por las grandes cosas que no dependen de nosotros».

Al final, nuestro trabajo consiste en hacer todo el bien que podamos, en la vida que se nos ha dado, tanto si esa bondad parece mucho como si no. Es trabajo de Dios usar esa bondad para sus propios propósitos. Para nosotros, es suficiente saber que no hay elección hecha en el amor que sea pequeña e insignificante, y que a menudo, al final, son estos actos más pequeños de amor los que llevan más almas a Cristo.

A ANNA O’NEIL le gustan las vacas, el sacramento de la Reconciliación y el color amarillo, no necesariamente en ese orden. Vive en Rhode Island con su esposo, su hijo y su hija, e intenta tener siempre en cuenta que «cualquier cosa que valga la pena hacer, merece la pena hacerla con intensidad».
Fuente: https://setonshrine.org/

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