La sabiduría de los santos trasciende todo tiempo y lugar, como observamos en las vidas de san Gregorio Magno y santa Isabel Ana Seton. Separados 1200 años, ambos vivieron tiempos tumultuosos logrando equilibrar la acción y la contemplación de manera que son relevantes en cualquier época.
San Gregorio Magno, cuya fiesta se celebra el 3 de septiembre, fue papa entre 590 y 604. Aunque vivió hace 1.400 años, fue testigo de cómo se puede vivir el Evangelio en su pureza, en cualquier época.
Podemos ver su espiritualidad encarnada en la vida de santa Isabel Ana Seton. De hecho, cuando nos fijamos bien, está claro que la vida y la sabiduría tanto de san Gregorio como de la madre Seton tienen mucho en común, y son relevantes para los cristianos de todas las épocas. He aquí 5 aspectos en que esto es cierto:
El amor del Papa Gregorio por las Escrituras.
Incluso el reformador protestante Juan Calvino, un gran opositor del clero católico, llamó a Gregorio el «último papa bueno».
¿Qué lo hacía tan atractivo para Calvino? Que el papa Gregorio amaba las Escrituras, y las vivía.
Santa Isabel Ana Seton, por supuesto, fue una episcopaliana devota antes de hacerse católica. Como protestante descubrió por primera vez la frescura y el poder del Evangelio.
«Las Sagradas Escrituras crecen con quienes las leen», dijo Gregorio. Ciertamente, crecieron con el papa Gregorio. Las siguió al pie de la letra, enviando a los sacerdotes a alimentar a los hambrientos, esperando a comer hasta que volvieran, y cenando él mismo con una docena de pobres.
El Papa Gregorio prescribió el desprendimiento del mundo.
En su obra fundamental The Love of Learning and the Desire for God [El amor a las letras y el deseo de Dios], el historiador Jean Leclercq dijo que, según san Gregorio Magno, «la vida cristiana se concibe, ante todo, como una vida de desprendimiento y de deseo: desprendimiento del mundo y del pecado, y un intenso deseo de Dios».
La descripción de Gregorio de la vida cristiana es también una descripción de la vida de Isabel Ana Seton, incluso antes de entrar en la vida religiosa.
Isabel escribió una vez a una amiga que había llegado a comprender mejor a la Providencia «esta mañana durante la Comunión, sometiendo todos mis deseos y acciones en total abandono a Su voluntad».
No esperó a sus votos formales para intentar desprenderse de las actividades mundanas a la manera de la vida religiosa. Incluso antes de convertirse en hermana, dijo: «Hace tiempo que hice los votos que como religiosa sólo podría renovar, y la sed y el anhelo de mi alma están fijados sólo en la cruz… enteramente desprendida del mundo».
Santa Isabel Ana Seton vivió su vida como mujer casada a la manera que San Gregorio instruye.
San Gregorio enseñó a los matrimonios: «Los casados no deben […] preocuparse tanto por lo que deben soportar en su cónyuge, sino considerar lo que su cónyuge debe soportar a causa de ellos. Porque si uno considera realmente lo que debe soportar por su cuenta, es tanto más fácil soportar las cosas de los demás».
Santa Isabel Ana dio exactamente el mismo consejo a una amiga que se había casado, diciéndole que su trabajo como esposa era «examinar la felicidad de tu marido, como quieres que él examine la tuya, y como verdadera cristiana darle el primer ejemplo de un corazón humilde».
La voluntad de Isabel de poner las necesidades de su marido, Guillermo, por delante de las suyas, quedó clara durante el tiempo en que este cayó enfermo. Sus acciones son elocuentes, ya que asumió las cargas del trabajo de su marido, y luego organizó un viaje a Italia para la pareja, con la esperanza de encontrar una cura.
Pero sus palabras sobre él también son elocuentes. Describe cómo, cerca del final de su vida, «Mi marido me miraba con agonía silenciosa y yo a él, cada uno temiendo debilitar la fuerza del otro. En ese momento se acercó a mí y me dijo: ‘Te insuflo mi alma…'».
Este amor de servicio mutuo entre marido y mujer preparó a santa Isabel Ana para ser más tarde una líder servidora, como san Gregorio.
San Gregorio Magno fue el primero en llamarse a sí mismo «siervo del Señor», y en utilizar el título papal que todavía se usa hoy, «siervo de los siervos de Dios».
«Nadie hace más daño en la Iglesia que quien tiene el título o el rango de santidad y actúa perversamente», era un principio central en su Libro de la Regla Pastoral.
Gregorio lo demostró en su comportamiento personal. San Juan Moschos, un abad del siglo VI, escribió que una vez se postró cuando el papa Gregorio pasó a su lado en Roma. Pero entonces, escribió, san Gregorio «se postró en el suelo y se negó a levantarse hasta que yo me hubiera levantado». Una vez que ambos se levantaron, Gregorio entregó una contribución para su Abadía.
Santa Isabel Ana firmaba sus cartas con la frase «Su humilde servidora, Isabel Ana Seton» y una cita suya favorita resume su estilo de liderazgo —y su vida—: «La puerta del cielo es muy baja; sólo los humildes pueden entrar en ella».
Por último, Santa Isabel Ana fue un bello ejemplo del tan repetido consejo de san Gregorio a los maestros.
San Gregorio es famoso por un aforismo que dice una verdad clave para los educadores: «Hacemos ídolos de nuestros conceptos, pero la Sabiduría nace del asombro».
La madre Seton compartía el enfoque disciplinado de su época respecto a la educación, pero nunca perdió su sentido del asombro. En una carta, hablaba de su joven hija Rebeca en estos términos:
«Si pudieras verla de rodillas ordeñando su pequeña vaca blanca y después cargada con un pequeño cubo de lata en cada mano corriendo y con los ojos brillando por el deleite de las maravillas que puede hacer».
Veía el entorno rústico de su residencia como una especie de maestro en sí mismo, alabando «la belleza de sus sombras en el sol poniente, el ondear de los campos de trigo, nuestros bosques cubiertos de flores, y el tranquilo y alegre aspecto de nuestra morada y sus habitantes».
San Gregorio, reza para que la Iglesia de hoy pueda experimentar la devoción a las Escrituras, el amor conyugal, el liderazgo de servicio y el deleite en la naturaleza que te hicieron grande. Santa Isabel Ana, reza para que podamos hacer en nuestro tiempo lo que tú hiciste en el tuyo.
TOM HOOPES, autor de The Rosary of Saint John Paul II [El Rosario de San Juan Pablo II], es escritor residente en el Benedictine College de Kansas, donde imparte clases. Antiguo reportero en el área de Washington, D.C., fue secretario de prensa del Presidente del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos y pasó 10 años como editor del periódico «National Catholic Register» y de la revista «Faith & Family». Su trabajo aparece con frecuencia en el «Register», «Aleteia» y «Catholic Digest». Vive en Atchison, Kansas, con su esposa, April, y tiene nueve hijos.
Fuente: https://setonshrine.org/
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