Los ritos de Semana Santa han evolucionado a lo largo de los siglos para ayudarnos a adentrarnos con más profundidad en el Misterio Pascual de Jesucristo. A través de sus propias experiencias de sufrimiento y gozo, la vida de santa Isabel Ana Seton fue un espejo de la Pasión y Resurrección de Cristo.
Durante la Semana Santa revivimos los últimos días de la vida de Jesucristo en nuestra tierra. Acompañamos a Jesús durante su sufrimiento, muerte y resurrección, pasando del intenso dolor a la gran alegría, con la esperanza de profundizar su presencia en nuestras vidas, y nuestra confianza en su promesa de vida eterna.
El propio viaje de fe de santa Isabel Ana Seton es un hermoso recordatorio de cómo entrar en los misterios de la Semana Santa puede santificar nuestras vidas.
Isabel experimentó por primera vez los rituales de la Semana Santa mientras crecía en la Iglesia Episcopal. La familia de su infancia —los Bayley— y la de su marido —los Seton— escucharon las mismas lecturas del Evangelio que los católicos hacen el Domingo de Ramos, y leyeron el Evangelio de la «Entrada en Jerusalén» al principio de los servicios y el Evangelio de la Pasión al final.
Sin embargo, no habrían recibido palmas el Domingo de Ramos —aunque tampoco lo hizo ningún católico de la época, ya que esta práctica se originó más tarde, en Francia—. Pero como el abuelo de Isabel era sacerdote de la Iglesia de Inglaterra, los Bayley pueden haber conocido las costumbres del «Domingo de Ramos», utilizando diversas formas de ramas para aproximarse a la procesión de las palmas fuera de la iglesia.
Isabel y su familia probablemente habrían cantado el himno del Domingo de Ramos que es familiar para los católicos:
«¡Toda gloria, alabanza y honor
a Ti, Redentor, Rey!
A quien los labios de los niños
hicieron sonar dulces Hosannas».
(San Teodulfo de Orleans)
Y más tarde, en Semana Santa, Isabel habría asistido a un servicio de Tenebrae, en el que se rezan una serie de salmos y respuestas mientras se apaga un conjunto de velas, mostrando la oscuridad de la muerte de Cristo, dejando sólo una vela encendida para significar la esperanza de la resurrección de Jesús.
La vivencia de estos ritos habría preparado a Isabel para la oscuridad que descendería sobre ella después de su conversión, cuando ella y sus hijos fueron rechazados por familia y amigos.
Una antigua costumbre para los que entraban en las órdenes religiosas era rezar estas palabras del Salmo 42: «Son mis lágrimas mi pan, de día y de noche», para subrayar que entrar en la vida religiosa es una prieba, al dejar atrás la antigua vida. Cabe destacar que Isabel fue recibida en la Iglesia católica el Miércoles de Ceniza, el 14 de marzo de 1805. Entró en la Iglesia escuchando las palabras «Recuerda que eres polvo y al polvo volverás», y comenzó un arduo «noviciado» como nueva seglar católica.
La dura reacción a la conversión de Isabel por parte de sus familiares y amigos protestantes hizo la vida difícil a la recién enviudada. Y, lo más grave, hicieron que sus problemas financieros fueran aún mayores. Según la Enciclopedia Católica de 1913, «numerosos parientes la habrían proveído generosamente, a ella y a sus hijos, si no se hubiera levantado esta barrera». Y también se encontró con la intolerancia religiosa a nivel público. «En enero de 1806, Cecilia Seton, la joven cuñada de Isabel, se puso muy enferma y rogó ver a la conversa condenada al ostracismo, contándole su deseo de hacerse católica. Cuando se conoció la decisión de Cecilia, se amenazó con que la Legislatura [de Nueva York] expulsara a la Sra. Seton del estado».
Pero, como la última vela del servicio de Tenebrae, Cristo siempre deja la luz de la esperanza pascual brillando para nosotros. Más tarde, cuando Cecilia se recuperó, «acudió a Isabel para refugiarse y fue recibida en la Iglesia [católica]».
Al final de ese primer y largo año como católica, Isabel habría entendido perfectamente las palabras del sacerdote del Domingo de Ramos:
«Queridos amigos en Cristo: durante las cinco semanas de Cuaresma nos hemos preparado, con obras de caridad y de entrega, a la celebración del misterio pascual de nuestro Señor… Unidos a él en su sufrimiento en la cruz, compartamos su resurrección y su nueva vida».
En 1819, hacia el final de la vida de la madre Seton, los ritos católicos tradicionales de la Semana Santa servirían de vínculo vital con su hijo Guillermo Seton, cuando éste se encontraba lejos, alistado en la Marina. Santa Isabel Ana estaba enferma, y las preocupaciones por el estado del alma de Guillermo no hacían más que aumentar sus pesares.
Mientras estaba a bordo de la fragata U.S.S. Macedonian, amarrada en la bahía de Valparaíso (Chile), Guillermo escribió una carta a su madre: «He tenido la oportunidad de presenciar algunas de las extraordinarias costumbres de este país en Semana Santa. Anteayer, Jueves Santo, todos los barcos católicos en el puerto llevaban sus banderas a media asta y sus velas en ángulo con la cubierta. o en zig zag, posición descuidada, expresiva de luto».
Al final de su carta, después de señalar con alegría que todos los barcos habían disparado salvas de cañón a Cristo el Sábado Santo, Guillermo comentó cómo la Semana Santa le conectaba con su familia: «Mañana será la Pascua. ¡Oh, mi querida madre, qué escenas me trae a la memoria este feliz día! Pero, por desgracia, ya han pasado. Que el cielo permita que vuelvan; sólo podemos aguardar con esperanza», escribió.
En esta ocasión, Guillermo emulaba a su madre: aprendía a dejar que el año litúrgico de la Iglesia hiciera por él lo mismo que por los marineros sudamericanos. La Semana Santa le había sumergido en los misterios de la vida de Jesucristo, incluso en medio del servicio naval.
Al igual que hizo con la Madre Seton, la liturgia de la Semana Santa confiere un ritmo sagrado a nuestras vidas en este mundo, conectándonos los unos con los otros, y a través de los otros, con Cristo, para la eternidad.
TOM HOOPES, autor de The Rosary of Saint John Paul II [El Rosario de San Juan Pablo II], es escritor residente en el Benedictine College de Kansas, donde imparte clases. Antiguo reportero en el área de Washington, D.C., fue secretario de prensa del Presidente del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos y pasó 10 años como editor del periódico National Catholic Register y de la revista Faith & Family. Su trabajo aparece con frecuencia en el Register, Aleteia y Catholic Digest. Vive en Atchison, Kansas, con su esposa, April, y tiene nueve hijos.
Esta reflexión fue publicada originalmente en abril de 2019. Para leer todas nuestras reflexiones sobre Seton, haga clic aquí.
Fuente: https://setonshrine.org/
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