Momento Mateo 25
El artículo y la foto son de sor Susan Smolinsky, una Hermana de la Caridad de San Vicente de Paúl, Halifax. Trabaja como capellán de una cárcel del condado en Nueva York.
Cuando llegué a la sección de nuevas admisiones (72 horas de cuarentena antes de la pandemia) para comenzar mis rondas habituales, las mujeres habían estado encerradas todo el día debido a un disturbio anterior. El funcionario me indicó que ya era seguro proceder y me dirigí hacia una mano y un antebrazo que se extendían hacia mí a través del cajón a la altura de la cintura (abertura de 10 x 40 centímetros) en su puerta de la celda. Inmediatamente su mano agarró la mía mientras hablaba, sollozaba y yo escuchaba. Estaba ansiosa de consuelo, compañía y comprensión. Después de un rato, me pidió que la ayudara a rezar y, al terminar nuestra oración, le ofrecí una bendición que compartí lenta y delicadamente. Mientras ella inclinaba la cabeza, tracé la señal de la cruz en la palma de su mano, y luego se arrodilló para que yo pudiera acercarme y hacer lo mismo en su frente. Cuando respondió «amén», oí de repente un coro de «amenes» que recorría el bloque de celdas. Miré hacia la grada superior y alrededor de la grada inferior: en cada puerta había una mujer de pie que me sonreía. Me rodearon dos docenas de manos que se extendían hacia mí, acompañadas de voces que ansiaban esperanza y me daban las gracias por estar con ellas. Entonces procedí a escuchar, rezar y visitar a cada una de ellas. Todas esas manos hambrientas, sedientas, heridas, desnudas, solitarias, encarceladas: las manos de Dios que me alcanzaron, tocaron y sostuvieron mis manos en una simple tarde de verano.
Sor Susan J. Smolinsky, SC
Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl, Halifax
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