Buena parte del siglo XIX estuvo marcada por gravísimos conflictos laborales. En ese contexto, el beato Federico Ozanam pronuncia su famosa frase: “El orden de la sociedad reposa sobre dos verdades: la justicia y la caridad”. Sin duda, promover el trabajo digno es un deber de justicia y caridad.
La cuestión del desempleo en la actualidad es grave, ya que la pandemia del coronavirus ha producido y produce un considerable aumento de los despidos, aunque también es cierto que en algunos países se va viendo una cierta mejoría.
Creo que, entre las numerosas formas que la Familia Vicenciana tiene de ayudar al pobre, una es lograr que el desempleado salga de la pobreza al conseguir un trabajo decoroso. Con un trabajo digno y estable, se abandona la situación de carencia y se puede planear una estrategia de superación.
Les invito a repasar algunas nociones básicas acerca del trabajo. Una de las cosas que diferencia al trabajo de otras actividades es la intención de producir. El economista Marshall señalaba que una actividad es trabajo cuando se actúa buscando algún bien distinto del placer directo de su ejecución.
El trabajo es valioso porque nos permite resolver necesidades propias o de nuestra familia: se trabaja para que través de él no falte comida, vestimenta, vivienda, cultura, independencia, cierta capacidad de ahorro para el futuro, etc.
Además, se labora para mejorar la vida ajena. Mi trabajo debe producir un cierto beneficio para los demás. Finalmente, por el trabajo (en un plano ideal) uno se siente útil y hasta creativo: las personas trabajan para dejar alguna huella de su paso por el mundo, lo cual, muchas veces, ocurre dentro del trabajo.
Me quiero referir ahora a la forma más frecuente de trabajo: lmayor parte de las personas trabajan en relación de dependencia, como asalariados. El salario es una remuneración contractual, más o menos fija, recibida por el trabajador a cambio de ofrecer su fuerza de trabajo por un período de tiempo. Se paga el sueldo generalmente semanalmente, quincenalmente o, más frecuentemente, mensualmente.
Lamentable es no solamente la falta trabajo, sino también cuando lo que se paga es poco, es injusto, no sirve para llevar una vida decente. En épocas de desempleo, no es raro encontrar algunos empleadores que se aprovechan y explotan a sus trabajadores, más cuando el Estado no hace o no quiere hacer nada al respecto.
Los vicentinos estamos llamados a vivir con intensidad la actitud del buen samaritano, ejemplo que Jesús ofrece a quienes quieran ser sus discípulos. Hoy día, una forma de ser «buenos samaritanos» es ayudar a los pobres a que consigan trabajo, buscando la manera de que, por un lado, el trabajador sea fiel a su tarea y, por el otro, que los sueldos sean dignos.
Muchos de ustedes saben que amo el cine. Hoy recuerdo una antigua y gran película que vi, llamada «Metrópolis», de Fritz Lang, del año 1927. Allí se muestran varios conflictos laborales. La protagonista femenina dice al final: «el mediador entre la cabeza y las manos debe ser el corazón». Es decir, la cuestión social no se resuelve sólo desde los números, y menos aún aprovechándose de la gente, sino desde la fraternidad vivida.
Termino con tres preguntas:
- En estos últimos meses, ¿ayudé a alguna persona para que consiguiera trabajo?
- ¿Auxiliamos a los miembros de la Familia Vicenciana que en este tiempo han perdido su empleo?
- Como miembro de la Familia Vicentina, además de nuestras formas concretas de ayuda al pobre, ¿contemplamos la posibilidad de potenciar cooperativas o microemprendimientos?
Andrés Motto, CM.
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