El Señor Jesús ha resucitado y se ha aparecido a los discípulos. Los elige él como testigos que puedan testificar que él vive.
Los discípulos no han visto a Jesús resucitar. Al inicio, María Magdalena solo puede testificar que ha visto la losa quitada de la tumba.
Por otra parte, lo más que pueden decir Pedro y el otro discípulo es que han encontrado vacía la tumba. También pueden decir que lo que han visto en la tumba no indica el robo que se ha imaginado María.
El otro discípulo puede testificar por encima que lo que ha visto le ha dado razón para creer. Y queda sin nombre; él es todo cristiano que ve y cree.
Los tres, pues, sea cual sea la conclusión de cada uno, no son testigos oculares de la resurrección. Solo pueden testificar, junto con los demás discípulos, que han visto a Jesús vivo con cuerpo que no limita barrera alguna.
Resulta que logran testificar de forma convincente que el que murió ahora vive. Es que pronto los creen unas tres mil personas (Hch 2, 41). Luego más de cinco mil (Hch 4, 4). Y aun gentiles, como Cornelio, los creen también. De verdad, ha alcanzado hasta toda la tierra el testimonio de los discípulos.
Cómo logran testificar los discípulos de forma creíble.
Todo se debe a la gracia y el Espíritu de Dios. Dios, sí, escoge a los sin cultura y sin instrucción para desconcertar a los sabios (Hch 4, 13; 1 Cor 1, 27). Hace él que sea impactante el testimonio de ellos.
A su vez, los discípulos no dan razón para que Dios se les resista. No demuestran la doblez del que se tiene por justo ante Dios y tiene en poco al vecino (Lc 18, 11-12). Le procuran la salud, en vez de despreciarlo.
Se muestran débiles también y con necesidad de Dios. El encerrarse ellos en una casa por miedo es un modo, tal vez inconsciente, de decirse débiles. Y como oran, dejan claro que se reconocen necesitados de la protección de Dios.
Dios, sí, da gracia a los humildes y les enseña el camino (Stg 4, 6; 1 Pd 5, 5; Sal 25, 9; 138, 6; Prov 3, 34). Por lo tanto, ven también los discípulos lo que quiere Dios, y así van más allá de sus prejuicios. Y así también descubren el sentido que encierra lo que se ve con los ojos; buscan los bienes de arriba.
Se les concede además la mansedumbre y el valor para predicar. Y para obedecer a Dios antes que a los hombres. El celo y la mortificación son de ellos también. Pues se alegran de sufrir por Jesús y están dispuestos ellos aun a entregar el cuerpo y derramar la sangre.
Testificar al igual que los discípulos.
No somos de ninguna manera testigos oculares (véase 1 Pd 1, 8); igual se nos llama a testificar. También por pura misericordia de Dios se nos llama a los débiles (SV.ES IX:332).
Y si logramos testificar de la misma forma creíble que los discípulos, aún más tendremos que dar gloria a la grandeza del Señor. Y aún más se habrá de alegrar nuestro espíritu en Dios, si somos tan buenos que no puedan los demás sino ver en nosotros la bondad viva del Resucitado (véase SV.ES X:92).
Señor Jesús, ábrenos los ojos y el oído, y límpianos los corazones. Así te veremos a ti resucitado, y nos capacitarás, a tu vez, para testificar que estás entre los vivos.
4 Abril 2021
Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor (B)
Hch 10, 34a. 37-43; Col 3, 1-4/1 Cor 5, 6b-8; Jn 20, 1-9
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