¡No puedo hacerlo todo!

por | Mar 30, 2021 | Formación, John Freund, Reflexiones | 0 comentarios

Esta es la última de una reflexión en tres partes sobre el capítulo 3 de Fratelli Tutti. (Ver la primera parte «Ver más allá de nuestras narices»  y la segunda parte «¿Has renunciado alguna vez a un sueño?«) 

¿Alguna vez te has sentido tan abrumado y frustrado que has dicho a los demás… o a Dios… «¡No puedo hacerlo todo!»?

Tal vez ha sido la exasperación con aquellos en tu familia que no estaban haciendo su parte. Tal vez haya sido una sensación de impotencia cuando te das cuenta de que las necesidades de los más pequeños de nuestros hermanos y hermanas son mucho mayores de lo que imaginabas… o que me piden más de lo que esperabas.

Bueno, sospecho que no eres el único. Incluso sospecho que eso podría haber estado en la mente de Jesús mientras nos llevaba en su cruz.

Confieso que tuve esos sentimientos cuando leí Fratelli Tutti «peligrosamente». Empecé a darme cuenta de las implicaciones de estar llamado a ver más allá de mis narices y no renunciar al sueño de Dios. Empecé a darme cuenta de la magnitud de la transformación personal y de los cambios sociales que Dios nos plantea.

Volviendo a lo personal

En esta sección final de lo que resultó ser una reflexión en tres partes, comparto con vosotros los momentos en que, al «leer peligrosamente», sentí que «no puedo hacerlo todo».

97. Cada hermana y hermano que sufre, abandonado o ignorado por mi sociedad es un forastero existencial, aunque haya nacido en el mismo país. Puede ser un ciudadano con todos los papeles, pero lo hacen sentir como un extranjero en su propia tierra. El racismo es un virus que muta fácilmente y en lugar de desaparecer se disimula, pero está siempre al acecho.  98. Quiero recordar a esos “exiliados ocultos” que son tratados como cuerpos extraños en la sociedad. Muchas personas con discapacidad «sienten que existen sin pertenecer y sin participar». Hay todavía mucho «que les impide tener una ciudadanía plena». El objetivo no es sólo cuidarlos, sino «que participen activamente en la comunidad civil y eclesial. Es un camino exigente y también fatigoso, que contribuirá cada vez más a la formación de conciencias capaces de reconocer a cada individuo como una persona única e irrepetible». Igualmente pienso en «los ancianos, que, también por su discapacidad, a veces se sienten como una carga». 118. El mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad. Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos. Por consiguiente, como comunidad estamos conminados a garantizar que cada persona viva con dignidad y tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo integral. 

La siguiente es especialmente desafiante para mí:

116. Solidaridad es una palabra que expresa mucho más que algunos actos de generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. 121. Entonces nadie puede quedar excluido, no importa dónde haya nacido, y menos a causa de los privilegios que otros poseen porque nacieron en lugares con mayores posibilidades. Los límites y las fronteras de los Estados no pueden impedir que esto se cumpla. Así como es inaceptable que alguien tenga menos derechos por ser mujer, es igualmente inaceptable que el lugar de nacimiento o de residencia ya de por sí determine menores posibilidades de vida digna y de desarrollo. 125. Esto supone además otra manera de entender las relaciones y el intercambio entre países. Si toda persona tiene una dignidad inalienable, si todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o si vive fuera de los límites del propio país.

Sería demasiado fácil para mí dar gracias a Dios porque la Familia Vicenciana actúe sobre estas cosas. Tengo que recordar que, aunque no puedo hacerlo todo, debo hacer algo.

Te invito a leer, pensar y vivir peligrosamente haciendo lo que puedas.

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