1. Sor Cristina, ¿qué representan para usted las personas sin hogar?
Son personas a las que quiero profundamente. A cada uno de ellos, con su rostro, su historia, sus sentimientos. Cada uno de ellos es el Señor que viene a mi encuentro. Depende de mí dejar que Él me encuentre. Me mira con sus ojos. Me habla con sus palabras. Cada uno de ellos es el Amor de mi vida en forma siempre nueva, inesperada, exigente, molesta, a veces casi inaceptable humanamente… Estos encuentros me ponen siempre en cuestión. ¡Y cuánto aprendo de estas personas! Me encanta llamarlos por su nombre, escucharlos, valorarlos, traerlos a mi pensamiento y a mi oración.
2. ¿Desde cuándo coordina el centro de día para personas sin hogar llamado «La Caridad de Santa Luisa – Charité» en Turín? ¿Puede hablarnos de este centro: cómo funciona, cuántas personas lo utilizan, quiénes colaboran con usted para hacerlo posible, etc.?
El Centro tiene un fuerte arraigo y una historia admirable. La bendición de Dios es evidente hacia este Servicio que ha atravesado y superado diversas dificultades y afronta las complejidades actuales con valor y esperanza.
Hace casi un siglo, las Hijas de la Caridad iniciaron esta acogida con sencillez y claridad. Pronto se involucraron voluntarios, parroquias e instituciones. La población de la ciudad crecía exponencialmente debido a la industrialización. En primer lugar, muchos bajaron de los valles circundantes a buscar trabajo en Turín. Luego llegó la gran migración del sur de Italia y, siguiendo los hechos históricos, la ciudad se tiñó de rostros de todos los rincones del mundo. La adaptación a las distintas épocas y a las necesidades cambiantes, ha multiplicado la creatividad de una asistencia que nunca se separa de la promoción. En 1972 se creó un centro de servicios estructurado, con locales diseñados para las necesidades del servicio y un grupo de voluntarios dedicados exclusivamente a las personas sin hogar.
Durante los últimos dieciséis años, he vivido el regalo de ser enviada aquí a diario, y durante los últimos cuatro años también he sido responsable de la coordinación de los numerosos voluntarios de los distintos servicios, de las relaciones y la colaboración con organismos públicos y privados, de imaginar y planificar nuevas actividades o nuevas formas de ofrecer nuestras actividades a estos Amigos, como nos gusta llamarlos.
En los servicios individuales acogemos a cientos de personas (Escucha y Acompañamiento, Desayunos, Duchas, Guardarropa, Peluquería, Ambulatorio Paramédico, Biblioteca…); al final del año, en las listas aparecen miles nombres y apellidos de los Amigos acogidos.
Esta labor sigue viva hoy en día gracias a la pasión por los más pobres que comparten las Hijas de la Caridad voluntarias y los Voluntarios de la Asociación de Voluntarios «La Caridad de Santa Luisa» conocida como «Charité». Pasión, tiempo, compromiso y bienes de una realidad vicentina joven, considerando su fecha de creación (2017) y la edad media de las personas. El rasgo vicenciano reside en una fraternidad abierta, que cada día busca ir más allá, mejorar (la «ventaja» de San Vicente), construir y conquistar el bien, haciéndolo bien. El bien entendido como acoger, amar, servir y compartir con cada persona, reconociendo a Jesucristo en ella, y mirándola como la miraría Jesús. Nuestra formación se basa en esta relación mutua entre Jesús, los Amigos y los Voluntarios. El rostro de Jesús se convierte cada vez más en el rostro del Amigo y de la Amiga, del Voluntario y de la Voluntaria. Todos somos pobres, todos deseamos superar los problemas y el sufrimiento. Cada vez aprendemos mejor que sólo podemos hacerlo «juntos». Es una comunión de oración e intenciones que se convierte en una unidad de acción. Desde el principio hemos involucrado a los Amigos, para que sean protagonistas de este proyecto. Algunos de ellos, tras alcanzar sus objetivos de renacimiento, vuelven para donar su tiempo, energía y experiencia al Servicio, y se convierten en miembros de pleno derecho de nuestra Asociación. Buscamos poner en práctica lo que dice el papa Francisco: «Jesús confía en lo mejor del espíritu humano y con la parábola lo alienta a que se adhiera al amor, reintegre al dolido y construya una sociedad digna de tal nombre.» (Fratelli Tutti, nº 71). Y sin aspavientos, respetando la confidencialidad debida al sufrimiento humano.
3. San Vicente de Paúl hablaba siempre de una caridad afectiva y efectiva: a la luz de su compromiso en la «Charité», ¿que le sugieren estas palabras?
Soy Hija de la Caridad porque creo en el Amor de Dios. Un Amor que se revela plenamente en la humanidad. La verdadera y profunda humanidad de Cristo y la humanidad expresada en todos, hermanos y hermanas en Él. Así que nunca hay que separar la humanidad de la acción. Nunca hay que separar la humanidad de la persona —que acoge y es acogida— del problema y de la búsqueda de su solución. Estamos hechos de sueños y necesidades, de sentimiento y de carne, de «la misma carne» (Is 58). Estamos hechos de fragilidad e ímpetu, de esfuerzo y determinación. Llegar a nuestro corazón en Dios, llegar al corazón del otro, puede ser un viaje duro y doloroso… pero qué alegría al conseguirlo. San Vicente decía que no podía amar a Dios si su prójimo no le amaba, lo que hoy quizás se podría traducir para todos: «Nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar» (Fratelli Tutti, nº 87).
4. ¿Cuándo nació tu vocación y cuándo decidiste ingresar en las Hijas de la Caridad?
Soy Hija de la Caridad gracias a la música y gracias al silencio. La música descubierta como servicio, el silencio vivido como oración.
La música acompasada gracias al silencio, un silencio que nos permite escuchar la música. Servicio animado por la oración, oración que se convierte en servicio, en la armonía del alma.
Nací en el silencio del campo, en la Bassa Parmense en Emilia, crecí con la música, estudiando y luego tocando como profesión —una profesión querida y muy agradable—. Con la música entré en lugares que sólo conocía por su nombre: el hospital psiquiátrico de mi ciudad, la residencia de ancianos, un hogar familiar para personas con dificultades… Yo, que solía tener pocas palabras, me expresaba con la música. Nació una relación que se completó con el silencio de la escucha: esas personas se acercaron entonces, deseando hablar, contar de sí mismas, como atraídas, conquistadas por mi música.
Descubrí la alegría que sólo puede dar siendo cercana, incluso en silencio. Descubrí cómo, al abrir la puerta de mi corazón, esa escucha y esos silencios se convertían en un abrazo para la otra persona, aunque sus palabras fueran confusas, delirantes… entonces, de repente, oía decir: «Cuando me escuchas, me siento bien»… Y yo también me sentía bien.
O, al lado de ancianos solitarios y enfermos, escuchando a veces sólo sus débiles gemidos, cogiéndolos suavemente de la mano, allí estaba: «Pero mira, aquí estás cuidando de mí como si fueras mi cariñosa nieta… ¡gracias!». Y yo también he dado las gracias. Comenzó un viaje de nuevos descubrimientos, continuas sorpresas, de caídas y recuperaciones. El entusiasmo crecía, y cada vez más yo era el instrumento «para ser tocado», mientras tocaba mi violín. El Señor dirigía la música y se instalaba en mi silencio, en lo más profundo de mi corazón. Algunos encuentros con hombres y mujeres de Dios me ayudaron a percibir la melodía que vibraba en mí y que iba a armonizar con tantas otras voces… y llegué a la Pequeña Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente, en Turín.
5. ¿Cuáles son los mayores retos a los que se enfrenta, especialmente en esta época de pandemia?
En el momento de mayor confinamiento, mayores distancias y gran preocupación por todos, hemos cultivado la unión, gracias también a los modernos medios de comunicación. Una unión de oración y afecto entre los Voluntarios, una unión con los Amigos. Una fuerte unión de Amor, vivida después en el Servicio. Una unión sindicato que ha atraído cada vez a más jóvenes: trabajadores, estudiantes, scouts, jóvenes de comunidades parroquiales con sus familias. Una unión que ha confirmado el apoyo de grandes organizaciones como la Fondazione Specchio dei Tempi – La Stampa, con conocidas empresas de Turín, y la preciosa contribución de benefactores individuales, numerosos y constantes, diríamos que afectuosos.
La unidad es importante, debemos atesorarla. Sentirnos grupo, familia, fraternidad, nos ha ayudado a retomar nuestras actividades sin desanimarnos por las complicaciones de los protocolos, los procedimientos, los dispositivos, las limitaciones… Nosotros, que estamos acostumbrados a las aglomeraciones, aunque prestemos atención a cada persona, tuvimos que ir al ritmo del servicio «de uno en uno»…
Ahora hemos comprendido que ese «uno a uno» ha reforzado el placer de conocernos y de conocer a los Amigos, y ha reavivado nuestra pasión por el cuidado de los detalles.
El estudio de los protocolos nos ha tranquilizado a la hora de garantizar la sencillez y la excelencia en el servicio, siempre con el objetivo de ir más allá, de ser más cercanos y eficaces.
El uso de dispositivos de protección, barreras, rutas marcadas y citas no han sido limitaciones; al contrario, han hecho de la «Caridad de Santa Luisa» un lugar aún más seguro para los Amigos en las visicitudes de la vida.
Y queremos, cada vez más, ser para ellos un puerto tranquilo, cuyo faro es Cristo… un baluarte de paz, de acogida y de valoración de cada hermana y hermano, un lugar donde habitan la caridad, la compasión, la complementariedad de la diversidad, la búsqueda de la justicia… en la cordialidad, en el respeto mutuo, en la decencia y la dignidad del ser y del actuar.
Y en este año que acaba de empezar, todavía marcado por el miedo a la pandemia, un reto para nosotros será el de tejer una red de estos lugares, estos baluartes, estos puertos tranquilos para los que están en mayor dificultad, para los marginados, los descartados. Sabemos que no estamos solos, empezando por la Familia Vicenciana. Queremos ser muchos. Porque creemos en la «responsabilidad fraterna» (Fratelli Tutti, nº 40) que es la base no sólo de la comunidad cristiana, y por tanto vicenciana, sino de la propia civilización humana.
6. Al día siguiente de las fiestas navideñas que acaban de pasar, escribiste: «Nuestro ‘Centro de Día de Acogida para y con las personas sin hogar’ ha experimentado una oleada de Providencia y de Gracia. Hemos quedado sorprendidos, asombrados, pero no abrumados, al contrario, gracias al Señor hemos podido navegar con el viento, ¡el viento del Espíritu Santo!». Son palabras densas, llenas de significado y sobre todo palabras que animan en tiempos tan complejos como los que estamos viviendo. Sor Cristina, ¿puede compartir con nosotros un deseo y una esperanza para el año que acaba de empezar?
El deseo es sentir que cada uno de nosotros es parte integrante de una historia que, en Cristo, es siempre una historia de salvación, incluso en el sufrimiento, en las dificultades, en la carencia que puede agitar humanamente y en la abundancia que puede desplazar, en la injusticia que ultraja y en la mansedumbre que cuestiona…
Con esperanza, convenzámonos de que siempre podemos formarnos y crecer en la Caridad. Podremos vivir esto si, dejando que el Espíritu actúe en nosotros y entre nosotros, ponemos en el centro al individuo siempre en relación con la comunidad, a los hijos predilectos —que todos somos— en relación con la fraternidad, al ser humano en la humanidad, a todo ser en la Creación, uno a uno, de uno en uno, cada vez.
Y hago mías, de nuevo, las palabras del papa Francisco:
“Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (Fratelli Tutti, nº 8).
Reportaje de: Elena Grazini
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