En la víspera de la memoria de San Francisco de Asís, el 4 de octubre de 2020, el papa Francisco publicó su tercera carta encíclica: «Fratelli tutti».
Como responsable de una congregación internacional que cumple una misión específica en el mundo, más específicamente en el mundo de la educación y la salud, en base a su propio carisma, el Hno. René Stockman ofrece aquí un breve resumen de cada capítulo, seguido de una reflexión más personal.
Capítulo 5: La mejor política
El siguiente capítulo trata de otro problema creciente al que nos enfrentamos en todo el mundo: las tendencias sociales en las que el populismo y el creciente liberalismo están emergiendo y que están teniendo un profundo efecto en la política. No hace falta decir que este tema es muy sensible a nivel internacional y que también provocó una reacción inmediata cuando salió la encíclica. Sin embargo, no se presenta nada nuevo, sólo un claro resumen de la visión que el papa Francisco ha venido expresando al mundo político desde el comienzo de su pontificado, con una profunda preocupación por la preservación y el ulterior crecimiento del cuidado del bien común en el que nadie quede excluido. A veces se le acusa de ser demasiado sociopolítico, pero en realidad es una extensión consistente y una actualización del mensaje del Evangelio en el mundo de hoy. El Evangelio no nos llama a ser apolíticos; al contrario, nos llama a ser políticamente sensibles. Colocar la imagen de una barca con cientos de refugiados de diferentes nacionalidades y religiones en la Plaza de San Pedro en Roma es un acto simbólico que trata de poner de relieve no sólo el problema de la migración, sino también las crecientes tendencias del populismo y el liberalismo, y las desastrosas consecuencias que conlleva.
La premisa básica que aquí se expone es clara: el desdén hacia los miembros más débiles de la sociedad puede ocultarse en diversas formas de populismo que utilizan a esos miembros más débiles de manera demagógica para defender sus opiniones y también en formas de liberalismo que sólo protegen los intereses económicos de los poderosos.
En primer lugar, el populismo. Es como si hoy en día estuviéramos divididos en dos campos: los que se llaman a sí mismos populistas y los que se oponen a ellos. Tan pronto como uno formula su propia opinión, se decide inmediatamente en qué campo se debe poner. Cuando una cultura particular se convierte en una ideología farisaica y sirve al poder que uno quiere desarrollar sobre los demás, muy rápidamente evoluciona hacia una forma traicionera de populismo. Muy típico de los líderes que empiezan a comportarse de manera populista es el hecho de que quieren conseguir todo inmediatamente y consideran todos los medios apropiados para hacerlo.
Con el auge del liberalismo, hay que señalar que cada vez más personas débiles corren el riesgo de quedarse al margen. La comunidad se está volviendo cada vez más individualista y, por consiguiente, la sociedad se percibe como una suma de individuos. El llamado neoliberalismo se centra únicamente en los sistemas económicos destinados a adquirir más y más. Mientras tanto, sin embargo, hace la vista gorda a los grandes grupos que están siendo cada vez más marginados como resultado. La atención al empleo de calidad está dando paso a la búsqueda de mayores beneficios y a la mayor tecnificación de los puestos de trabajo. Esto afecta a la necesaria preocupación política que debe existir para la promoción del bienestar personal junto con la promoción del bien común. Se pensó que la crisis financiera de 2007-2008 conduciría a un nuevo sistema económico que prestaría mayor atención a los principios éticos de una gobernanza adecuada, pero entretanto se ha puesto de manifiesto, y muy claramente durante la pandemia de la COVID-19, cómo el individualismo sigue prevaleciendo sobre la preocupación por el bien global de la sociedad.
El siglo XXI es escenario de un nuevo debilitamiento de la influencia de las Naciones Unidas, porque una y otra vez las dimensiones económicas y financieras están superando a la dimensión política, que debería centrarse precisamente en el bienestar mundial. Se reitera la necesidad de seguir reflexionando sobre la reforma en el seno de las Naciones Unidas, para que esta importante organización internacional de coordinación pueda cumplir debidamente su misión. Al tiempo que se respeta la autonomía de las naciones, debe existir un órgano que garantice el respeto y la promoción de los derechos humanos y la dignidad de todos los seres humanos en todos los países, a fin de construir una mayor fraternidad en todo el mundo. En primer lugar, debe seguir pidiendo una acción conjunta contra el flagelo de la escasez de alimentos en tantos lugares. Tal vez sea una buena señal que sea precisamente el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas el que haya recibido el Premio Nobel de la Paz. Parece confirmar lo que dice la encíclica sobre el hecho de que no puede haber paz en el mundo cuando tantas formas horribles de pobreza siguen asolando a tantas personas. A menudo, la Organización de las Naciones Unidas también parece paralizada cuando se trata de alcanzar acuerdos de paz, porque la ley del poder parece prevalecer sobre el poder de la ley.
Cuando miramos a escala internacional, podemos ver que en muchos lugares la política se ha convertido en una lucha interna de poder en la que el interés general está comprometido. Es comprensible que, en tal situación, surja una aversión a todo lo que tiene que ver con la política. Sin embargo, la aversión no es la respuesta correcta. Por el contrario, debemos trabajar por una forma renovada de política en la que la preocupación por el bien común se convierta de nuevo en una auténtica prioridad. Para ello, sin embargo, se necesita una nueva mentalidad entre los que hacen política, una mentalidad de amor social. Sólo así la política puede ser vista como una verdadera vocación al servicio de la comunidad. El amor no sólo debe existir en el plano interpersonal, sino también en el seno de una comunidad más amplia, ejerciendo así una influencia beneficiosa en todo el proceso social, económico y político. Este amor social nos hace amar el bien común y nos hace creativos para continuar cuidando el bien de cada ciudadano de manera efectiva. Aquí no hay lugar para el individualismo o para el deseo de poder. A través de este amor social, la gente puede crecer hacia una verdadera civilización en la que el amor sea el tema principal. Este amor social desata fuerzas para enfrentar los problemas del mundo y responder a ellos renovando las estructuras sociales, políticas, económicas y legales existentes desde dentro. Este amor social siempre necesitará la luz de la verdad: la verdad sobre los seres humanos como personas, sobre la sociedad como comunidad donde todos puedan ser escuchados, sean respetados y donde se preste especial atención a los débiles. Estos últimos deben seguir siendo siempre una preocupación importante en cualquier forma de política. Por lo tanto, una sociedad debe seguir dando cabida a formas de solidaridad que crezcan desde la base y promoverlas sobre la base del sólido principio de subsidiariedad. La política también debe tener el valor de combatir todas las formas de abuso que esclavizan a las personas y todas las formas de terrorismo, tráfico de armas, tráfico de drogas y crimen internacional que tienen un solo objetivo: perturbar el sistema social.
El amor social también prestará atención al hecho de que nadie esté excluido y, por lo tanto, luchará contra las formas de fundamentalismo que no tienen en cuenta todas las formas de tolerancia.
Si se mira a la persona que asume un compromiso político, cabe señalar que debe sobresalir en la solidaridad y el verdadero amor al prójimo. Incluso se menciona la palabra «ternura», que, por supuesto, contrasta con la dureza con la que a veces se puede hacer política. El político debe preocuparse por el bien común, pero no debe hacer la vista gorda ante la injusticia que observa en su entorno cercano. La atención a esto tendrá un impacto positivo en el trabajo político más amplio. Por lo tanto, la buena política debe basarse siempre en el amor, la esperanza y la confianza en que el bien sigue vivo en los corazones de muchos y que puede salir a la superficie a través de la acción dirigida como un poderoso contrapeso a lo negativo que también existe.
Ninguno de nosotros puede permanecer insensible a lo que sucede a nivel internacional. Con las formas modernas de comunicación y los medios de comunicación, nos enfrentamos a diario a ello. Aprender sobre ello es una cosa, formarse una idea clara es el siguiente paso. Sin embargo, tal vez no deberíamos detenernos ahí, pero también deberíamos tener el coraje de adoptar una posición clara en el lugar en que nos encontramos, especialmente cuando se explota a los débiles, cuando se desprecia la dignidad humana. No se nos pide que adoptemos una postura política activa o que adoptemos posiciones políticas fuertes. Sin embargo, se nos pide que seamos políticamente sensibles y también suficientemente críticos con lo que sucede a nuestro alrededor. Todos tenemos diferentes responsabilidades dentro de la sociedad y por eso necesitamos ver cómo podemos dar forma a esta sensibilidad política en el sitio donde estamos ubicados. También es importante qué elecciones hacemos en nuestra lectura, y con qué formadores de opinión nos sentimos afines. Ciertamente es deseable prestar más atención a las tendencias populistas y neoliberalistas. El término «amor social» suena nuevo en este contexto, especialmente en un mundo en el que parece haber espacio sólo para el poder, para el dinero, y el amor se descarta como algo para los débiles. En el apostolado en el que estamos especialmente comprometidos con los más débiles de la sociedad, podemos seguir instando a los políticos no sólo a que se comprometan con los que tienen peso electoral, sino también, y sobre todo, a que sigan prestando atención a los que están en la parte inferior de la escala social.
Hno. René Stockman,
Superior General de los Hermanos de la Caridad.
Fuente: Página web de los Hermanos de la Caridad.
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