Los tesoros escondidos de Honduras

por | Jun 9, 2020 | Formación | 2 comentarios

“Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación“.

Estas palabras de Jesús fueron para mí la chispa que encendió la llama del anhelo misionero. ¿Qué sentido más grande puede haber que el seguir las palabras de la Verdad Eterna? ¿Qué puede haber más importante que anunciar la verdad eterna y la sabiduría? Dejar todo e ir con Jesús hasta el borde de la tierra para, justamente allí, descubrir la dimensión de su rostro en la cara del pobre. Ir con Jesús y conocer a la gente en su país, en su naturaleza, en su cultura, ver su aspecto en la vida, ir a trabajar para Él, extender su Reino, ennoblecer y fecundar la viña de Dios.

“He venido a dar y he recibido más”. Este pensamiento, que he encontrado en muchos artículos sobre misiones que he leído con mucho gusto, siempre despertó en mí la curiosidad y el asombro. Quise descubrir esa llamada universal, pero a veces escondida, que nos convoca a que todos seamos misioneros, sin pensar que Él es quien va a dar y enseñar, porque, como dice Dios por el profeta Isaías: “porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos“. La lógica de Dios supera siempre la nuestra; a Él basta nuestro “sí“ para conducirnos hasta lo alto, aunque el camino esté muchas veces plagado de espinas; al final del sendero, el buen Pastor vendará y sanará nuestras heridas. Dios da cien veces más de lo que esperamos.

Mi decisión de ir a la misión era firme. Quedaba responder a las preguntas de «cuándo, dóndey con qué organización». El deseo de muchos misioneros es ir a África; también fue el mío, aunque igualmente me sentía atraida a ir a encontrarme con la población indígena de Centro América o Sudamérica. Durante mi estancia en la Universidad, el padre Pavol Noga dio una charla sobre MiSeVi en el centro pastoral de la Universidad. Me cautivó el pensamiento de MiSeVi: “ser misionero toda la vida, cumplir la labor de misionero e ir a la misión a Honduras”. Después de algunos años, cuando maduró en mí la idea de ir a la misión, entré en contacto con MiSeVi con el deseo de ir a Honduras; después de la formación necesaria durante un año en Eslovaquia y la preparación lingüística en España, fui en agosto de 2019 a Honduras, junto a mis amigas Janka e Ingrid.

La primera cosa que notas en Honduras es el calor. Después descubres la naturaleza maravillosa que Dios regaló a la tierra hondureña. Con el tiempo se descubren muchos más de sus secretos y bellezas. Los árboles admirables e imponentes en la jungla y fuera de ella, bonitas y coloridas flores, infinitas playas despobladas donde el sol se pone sobre el mar, las montañas al lado de los ríos, pájaros cantores, caballos que se pastan en libertad, campos llenos de vacas, el cielo nocturno repleto de estrellas… Finalmente, conoces a los habitantes del país, con quienes has venido a encontrarte y a anunciarles la Buena Nnoticia.

La base la tuvimos en el pueblo Sangrelaya, donde tienen los sacerdotes eslovacos de la Congregación de la Misión tienen la casa parroquial y el centro de pastoral. A la gente local la empezamos a conocer después de la santa misa y durante las visitas. Ante todo, tuvimos que habituarnos a hablar en español y también entender el español de los Garífunas. Poco después comenzamos a visitar la escuela, dando catequesis, pues no se enseña religión en las escuelas hondureñas; Janka, que es enfermera, fue a ayudar al dispensario, donde trabaja la hermana religiosa.

Después del primer acercamiento a la gente y cultura local, partimos a nuestra primera misión popular al sector Batalla, formado por 4 comunidades; visitamos las casas de los católicos locales, meditamos con ellos la Palabra de Dios, rezamos, pedimos la bendición divina, invitamos a la gente a los encuentros de formación y a las oraciones. Así, intentamos mantener viva la fe de la gente y compensar la ausencia del sacerdote que, debido al gran número de comunidades, no le alcanza el tiempo para visitar a todos regularmente.

Otro aspecto de nuestra misión fue entrar en la cultura y la vida local. Sangrelaya y la mayoría de las comunidades de nuestra parroquia es habitada por Garífunas (personas provenientes de África que llegaron a la isla de San Vicente en el siglo XVII y a Honduras en el siglo XVIII). Los Garífunas conservan su propia identidad en su vestimenta colorida, los bailes (como la punta), tocar en el tambor y las maracas, la pesca, el cultivo del coco y la planta de yuca, de la que cocinan su raíz para alimentarse y hacer casabe [pan de yuca]. Su sopa preferida es la machuca, que se prepara con plátano; además de pescado, mariscos y leche de coco, cocinan plátanos y hornean galletas; experimentamos todas estas realidades de su cultura, salvo la pesca, reservada solo para los hombres.

Parte de la vida local es soportar el gran número de insectos, a los que tienes que acostumbrarse. La piel se llena de picaduras de mosquitos, pequeñas moscas, hormigas y otros insectos. Janka sufrió más con estas picaduras. Tuvo que estar cinco días en el hospital con inflamación e infección en la cara, tomando antibióticos fuertes. Tampoco faltan las arañas, cucarachas o escorpiones en la ducha. La ducha se realiza con un balde, o yendo a la playa. Tampoco hay que olvidar que es mejor no beber el agua corriente, porque si no se está acostumbrado a beberla, puede causar problemas intestinales.

Aunque en la parroquia de Sangrelaya predominan los Garifunas, en Honduras son solamente un porcentaje bajo de la población. En otras comunidades viven los indígenas, responsables y disciplinados. Para ellos es típica la cría de ganado y caballos. Otro grupo de habitantes son los Misquitos. Viven en el último y más lejano pueblo de nuestra parroquia, en Ibans, a orillas del mar y la laguna. Sus casas típicas son de madera, sostenidas por postes (o polines). Los misquitos son personas reservadas. Casi todos en esta comunidad pertencen a alguna iglesia o secta protestante, sobre todo la iglesia morava; sin embargo, mostraron interés sobre algunas devociones, como el agua bendita y la Medalla Milagrosa de la Virgen María, cuyas medallitas repartimos en gran número. La comunidad católica tiene aquí solamente siete familias indígenas; a pesar de ello, no podemos sorprendernos de esta situación: hay muchas iglesias protestantes y en la iglesia católica solo se puede celebrar la Eucaristía cuando llega el sacerdote, una vez al mes o cada dos meses. La gente sencilla no distinguen la diferencia entre la iglesia católica y la evangélica. Muchos de ellos no saben qué es la Eucaristía. Así pues, van a la iglesia que les pilla más cerca, con el pastor a quien conocen y que vive en el pueblo. Con los niños de los Misquitos descubrí que muchos de ellos no saben hacerse la señal de la cruz; sería muy bueno si viviría el sacerdote permanente en esta comunidad, para poder dedicarle más tiempo a esta comunidad.

Sin embargo, en la comunidad Planes, donde viven los Indígenas, tiene a tres fervorosos delegados de la Palabra. Además de la liturgia dominical, celebran la Hora Santa, encuentros de oraciones, catequesis para niños y catecúmenos. Experimentamos en esta comunidad una viva alegría. Además de las misiones populares, participamos también en encuentros de formación para la gente de la parroquia, en el festival de la canción de los jóvenes, en el encuentro nocturno de la diócesis, en el encuentro de la familia vicentina (HONDUFAVI), en el encuentro de los consagrados.

También pudimos visitar la cárcel de hombres, a donde fuimos con el sacerdote a celebrar la misa y con voluntarios locales a repartir paquetes higiénicos que ofrecieron la gente de las comunidades a los prisioneros. La misa fue muy viva, los músicos de la cárcel acompañaron con su música la celebración. Nosotras, las tres misioneras, nos encontrábamos entre centenares de hombres condenados. Detrás de mí se sentó un hombre joven, con quien comencé a hablar tras la misa: desgraciadamente se relacionó con el narcotráfico, bastante extendido en Honduras. Su tiempo de reclusión no iba a ser muy extenso, pero las consecuencias de conductas delictivas pueden ser fatales, como en su caso estar encerrado varios años en condiciones terribles. Sin embargo, lo más importante es el deseo del cambio que ese hombre joven tiene. En la cárcel aprendió a trabajar con la madera, para poder tener un oficio cuando salga de prisión. Antes de salir de la cárcel, le regalé un llavero de la Medalla Milagrosa de la Virgen María, que una hermana religiosa de la República Checa a su vez me había regalado: era la única cosa que llevaba ese día que podría regalar; nunca olvidaré su mirada emocionada.

En el domingo de la misón, en octubre, acompañé la gente local de nuestra parroquia de misión a la parroquia vecina, a Sico. Una Garífuna, un Indígena y yo, eslovaca, anunciamos la Buena Nueva entre los Ladinos (otro grupo de los habitantes de Honduras) en un pueblo en las montaňas.

En mi memoria quedan también los encuentros espontáneos y momentos que siempre me consolaron y me distrajeron en los momentos difíciles que suceden en la misión y en la vida con la comunidad. Uno de esos momentos fue con un chico, Carlito, de nueve años. Hablamos en la playa durante un breve instante, pero su mirada profunda, sus ojos oscuros y grandes siempre serán un recuerdo vívido. Ojalá también él recuerde siempre el amor del Corazón de Jesús que dibujé en la arena, ese atardecer. El Sagrado Corazón de Jesús y su misericordia me son especialmente cercanos, por eso intenté propagarlos durante la misión.

Mi tiempo libre lo aproveché con mucho gusto en la naturaleza, en la playa, montando a caballo o bañándome en el mar, navegando en cayuco en el río de la jungla, observando la belleza de los alrededores, o bajo del cielo nocturno lleno de estrellas, rezando el Santo Rosario debajo de una cruz grande, que está en el centro del patio de la casa rural.

Esta misión fue variada. Aprendimos llevar a cabo los planes con precaución, pues la situación variaba de lugar a lugar. De Honduras se dice que es el segundo país más peligroso en el mundo, peligro que también percibimos nosotras (como la caída de una avioneta con drogas directamente en nuestro pueblo, los asesinatos, los robos, las violaciones, los entierros de los niños picados de serpientes, la enfermedad del dengue). Todo eso ocurría a nuestro alrededor, pero nosotras, las misioneras, no nos hallamos directamente en ningún peligro; Dios nos cuidó y encaminó hacia nosotras gente amable, buena y generosa, dispuesta a ayudarnos también en las situaciones más inesperadas.

Gracias a sus corazones abiertos, a la confianza en la providencia y al cuidado de Dios de la vida, regresaré siempre con mucho gusto a Honduras, quizás uno de los países más peligrosos del mundo, pero tambien  un país con una naturaleza maravillosa, con una gente a que puedo llamar mis amigos, un país al que Dion me encaminó para que aprendiese nuevamente que Él es mi mejor y el más fiel compañero en el camino de la vida.

“El homre no puede estar sentado con los brazos cruzados. El Reino de Dios es como el mar extenso – hay que echar los redes. Es como la perla rara – pero nosotros tenemos que encontrarla. El Reino de Dios es como el tesoro escondido – pero nosotros tenemos que excavarlo» (Santo Tomas de Aquino).

Anastazia Hamadejová

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2 Comentarios

  1. Erik

    Que bonita experiencia misionera que tuvo, Anastazia, con sus dos amigos. Honduras es un país con una hermosa gente. Al principio son un poco caulelosos, pero luego aprenden a dar su amistad y cariño a los demás. Estoy muy feliz que hayan tenido un encuentro cercano con el Señor Jesus, a través de su pueblo. Bendiciones a las tres, y al pueblo hondureño!

    Desde Filadelfia, USA.

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    • Anastázia

      Muchas gracias ! Bendiciones a Ud también.

      Responder

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