¡Está vivo Cristo! Y son de su comunidad los que se centran en él y cumplen su misión, alentados por el Espíritu Santo.
Pedro y el otro discípulo vieron, y éste creyó además. Entendieron entonces la Escritura. María Magdalena también anunció a los discípulos: «He visto al Señor», y lo que él le había dicho. Con todo, por miedo se esconde la comunidad en la oscuridad. En una casa con las puertas cerradas. Le hace falta el Maestro.
Así pues, viene a ayudar el único Salvador y a ofrecer un nuevo inicio, del que es símbolo el primer día de la semana. Y entra Jesús de manera inesperada e inexplicable y se pone en medio de ellos. De nuevo está, sí, en el centro de su comunidad.
Jesús envía a su comunidad, alentada por el Espíritu Santo, a contagiar misericordia y perdón.
Centrados en Jesús, no se les escapa a los discípulos que les da el saludo de paz. Les perdona su abandono de él, su traición; no los culpa, ni siquiera se menciona algo de esto. Les quita, sí, una carga pesada y los tranquiliza. Se llenan entonces de alegría al ver al que no puede ser sino él. Pues la señal de los clavos en las manos y de la lanza en el costado deja claro que es él.
Aún más calmados y alegres deben sentirse los discípulos porque repite Jesús su saludo de paz. Les confía además la misión de difundir el perdón. Es decir, los perdona de todo corazón y sigue confiando además en los no fieles del todo.
Y les da Jesús el soplo del Espíritu Santo, capacitándolos para su misión. El Espíritu, a su vez, les infunde valentía para que vayan y mueran con Jesús. Como los exhortaba antes Tomás, el solo ausente, de los once, en la primera aparición a los discípulos. El Espíritu los hace capaces además de proclamar con denuedo el reino y la justicia de Dios.
Orienta también el Espíritu a la comunidad, para que no vague sin sentido por dondequiera, sino que siga a Jesús. El Espíritu lo enseña todo a los discípulos y les recuerda todo lo que dijo Jesús. También los guía hasta la verdad plena.
E inspira el Espíritu a la comunidad una esperanza viva. La recuerda, —hace volver a pasar por el corazón de ella—, la resurrección de Cristo. Por eso, los creyentes saben que «la oscuridad y la muerte no tienen la última palabra». Y vuelven a Galilea, a las periferias. Alli recobran el espíritu de entrega a la Palabra, a la oración y la fracción del pan, a la solidaridad y el servicio.
Señor Jesús, haz de los que creemos sin ver una comunidad «en salida» e incluso «accidentada». Aliéntenos tu Espíritu. Así nos quedaremos centrados en ti, conscientes de lo que harías si estuivieras en nuestro lugar (SV.ES SV.ES XI:240). Y proclamaremos con alegría y denuedo el Evangelio.
19 Abril 2020
2º Domingo de Pascua (A)
Hch 2, 42-47; 1 Pd 1, 3-9; Jn 20, 19-31
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