«Las nefastas consecuencias —dijo el Papa Francisco a las Naciones Unidas— de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado solo por la ambición de lucro y de poder, deben ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre». La pobreza, la desigualdad, la crisis ambiental… ¿Cómo se ha llegado a todo esto?
De alguna forma, el papa Francisco es el papa moderno, que está realizando con autoridad una crítica total de esta era moderna, poniendo el acento en la gente que está fracasando.
Esto se muestra sobre todo en Laudato si’. Su encíclica es un argumento sustancial y complejo que exige atención. Uno de los documentos más importantes de este siglo para los católicos y, tal vez, para el mundo, Laudato si’ vincula el cambio climático a la pobreza de manera más poderosa que cualquier otra evaluación previa. Necesitamos «escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres» (n. 49).
Como yo, son jóvenes y católicos, que viven al otro lado del mundo. Estos activistas de las islas del Pacífico hablan desde una posición de autoridad y experiencia (https://350pacific.org/pacific-climate-warriors/). Sus familias, amigos y vecinos sufren el cambio climático. Me dicen que sus padres vieron tal vez uno o dos ciclones fuertes en su juventud; esta generación ve uno o dos al año.
Un mal ciclón les golpeó hace un par de años. Las aguas de la inundación se elevaron y comenzaron a correr por los pueblos y aldeas. Las calles, y también las casas, se convirtieron en piscinas. Las madres miraron a sus hijos y les dijeron que nadaran para sobrevivir. Pero los bebés no podían nadar.
Con recursos rudimentarios, los bebés se ponían en cubos, esperando que no tuvieran ningún agujero. Los bebés flotaban en las aguas alrededor de sus casas inundadas, algo inconscientes. Las madres rezaban.
Bebes en cubos. Esta es la cara del cambio climático para los más pobres.
El cambio climático está dejando a las personas sin hogar y desplazándolos de muchas maneras, pero el mundo todavía no está dando una respuesta adecuada. Como escribe el Santo Padre: «Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna». (n. 25)
Algunas personas de las islas del Pacífico se ven forzadfas a irse. No son los únicos. Dos millones de personas quedaron sin hogar en Kerala, al sur de la India, en agosto del año pasado, después de las inundaciones. Pero miremos más allá. Una cuarta parte de la población mundial vive en la costa, o cerca de ella. La mayoría de las ciudades más grandes se encuentran en áreas costeras y, en estas ciudades, serán los que viven en viviendas inadecuadas quienes sufrirán primero. Los isleños pacíficos nos gritan que para el mundo ellos son como los canarios que están abajo de la mina, pero ¿quién escucha?
Si el cambio climático no está inundando o destruyendo hogares, los está haciendo inhabitables de otras maneras. En 2017, 11 millones de personas en el este de África llegaron en cuestión de pocos días a la inanición fatal debido a la hambruna causada por la interrupción de los ciclos de cosecha.
Y las personas sin hogar en las calles o que viven en barrios marginales, son más susceptibles a los contaminantes liberados por la depoendencia de los combustibles fósiles. Esto causa «millones de muertes prematuras» entre los pobres (n. 20). Las personas sin hogar, desplazados, con viviendas inadecuadas, no pueden ignorar el cambio climático. Es demasiado relevante, demasiado disruptivo.
El papa Francisco es a menudo jovial y sonriente, pero en Laudato si’ se muestra enojado. «La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil». (n. 25) Hemos perdido el sentido de la fraternidad, de comunión, dice repetidamente. La globalización de este siglo pasado no ha producido una globalización de la comunidad, sino de la «indiferencia».
Los que viven en las islas del Pacífico hablan de justicia. Esto no es solo una crisis de pobreza, sino una crisis de justicia y responsabilidad. Los lugares más ricos son los más culpables de causar esta crisis, pero los más pobres son los que más la sufren. ¿Y quién se está responsabilizando?
El Papa, en cierto modo, va más allá. «Deberían exasperarnos —dice— las enormes inequidades que existen entre nosotros […]. Seguimos admitiendo en la práctica que unos se sientan más humanos que otros, como si hubieran nacido con mayores derechos» (n. 90).
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Justo antes de Navidad, hace cuatro años, la crisis ambiental se proyectó sobre la Basílica de San Pedro. En impresionantes imágenes, la gran iglesia estaba iluminada por imágenes de belleza, naturaleza y criaturas. Y luego, lentamente, esto se vino abajo. Las imágenes se convirtieron en fotografías de basura, hielo derritiéndose y comunidades destruidas. Y luego, en medio del paisaje de un barrio pobre inundado, apareció una cara. Una niña pequeña, apenas perceptible, estaba mirando a través de una abertura en su choza, casi inmóvil, a la destrucción que la rodeaba. Impotente, y sin ayuda.
Esa imagen decía: hay personas aquí. Y están sufriendo. Quizás el mensaje más grande del Papa Francisco es la urgencia de todo esto. Las personas están siendo desplazadas, quedando sin hogar y muriendo a causa del cambio climático, y sucede ahora mismo. «No imaginemos solamente a los pobres del futuro —dice—, basta que recordemos a los pobres de hoy, que tienen pocos años de vida en esta tierra y no pueden seguir esperando» (n. 162). No pueden seguir esperando.
El papa Francisco dijo a las Naciones Unidas, en su discurso de 2015, que no se pueden «posponer» ciertas agendas «para el futuro». Pero no solo está hablando con los líderes mundiales, está hablando con todos nosotros. «Es muy noble —dice— asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas» (n. 211). Todos somos responsables de nuestro hogar común.
Termina su encíclica con una oración. Es íntimamente esperanzadora, consciente de que hemos causado esto pero también podemos cambiarlo. Es «una oración por nuestra tierra» y por su gente, para que podamos «rescatar a los abandonados y olvidados de esta tierra […] para que sembremos hermosura y no contaminación y destrucción».
Autor: Ewan Day-Collins.
Fuente: https://vfhomelessalliance.org/
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