«Tu dolor es mi dolor»

por | Ene 25, 2018 | Formación, Presencia en la ONU | 0 Comentarios

Las religiones y la URGENTE acción humanitaria y ambiental

Una vez, Vicente dijo al hablar con un pobre: «Tu dolor es mi propio dolor». En la actualidad, el sufrimiento de cientos de millones de seres humanos es extremo debido a las condiciones inhumanas en las que se ven obligados a vivir. Recientemente tuve la oportunidad de visitar y trabajar con comunidades de refugiados colombianos, venezolanos y haitianos. Me pregunto cómo podemos hablar hoy sobre Dios ante el sufrimiento extremo de los que se van quedando atrás en nuestras sociedades. ¿Qué tipo de discurso podemos elaborar sobre Dios, ante el dolor de tantos seres humanos y el terrible dolor infligido continuamente en nuestra propia madre tierra? ¿Cómo podemos partir el pan en nuestra Eucaristía considerando a todos aquellos que no tienen pan para ellos ni para sus hijos? Nosotros, los cristianos de hoy, no podemos olvidar el lenguaje teológico y espiritual de la Cruz y el misterio que tenemos ante nosotros: tanto dolor, tanto sufrimiento… el grito abundante de los pobres y la destrucción insoportable del planeta… Todas las religiones son llamadas a encontrar este mismo desafío en sus propias tradiciones escritas, históricas y existenciales.

El Papa Francisco habla continuamente de lo que él llama «la plaga de la indiferencia». Sin duda, nuestro «mundo está atravesando una crisis de solidaridad». ¿Podemos ayudar las personas creyentes para que nuestro mundo supere esa plaga?

El 22 de enero hubo un simposio en las Naciones Unidas sobre el papel de las religiones en la migración. Durante las reflexiones de los diferentes oradores, hubo una llamada común: Una llamada a la unidad en una acción humanitaria y ambiental. Esta acción colectiva debe convertirse en nuestra voz unánime de solidaridad con todos los que viven en la pobreza y una voz profética común contra la pobreza y sus causas estructurales, políticas y sociales.

Las organizaciones basadas en la fe tienen mucho que aportar al proceso de un mundo nuevo, a la implementación de la agenda del bien común expresada en Laudato Si y en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. A todos se nos insta a involucrarnos de la manera que podamos y a poner nuestra voz moral para sostener a nuestros líderes locales, nacionales e internacionales.

El mundo cuenta con nosotros: nuestros recursos, estructuras, apoyo y nuestro arduo trabajo para maximizar esa oportunidad a favor de los derechos y la dignidad de todos los seres humanos y el planeta. Para nosotros, las personas creyentes, los seres humanos excluidos y marginados no son «otros», son «nosotros». Son nuestros hermanos y hermanas, los miembros de nuestra única familia humana.

«La gloria de Dios es la vida de la persona humana» (San Ireneo); la gloria de Dios es la persona humana en pie; la gloria de Dios es la vida de los pobres (Romero); ¡la gloria de Dios es la vida del planeta! Si no incorporamos las preocupaciones humanas/ambientales en nuestras experiencias/discusiones religiosas, estaremos fracasando en transformar la religión en una experiencia significativa para nosotros y para las nuevas generaciones. La religión organizada tiende a fracasar cuando se trata de una experiencia egocéntrica en la que las principales cuestiones humanas de hoy en día no son respondidas o simplemente se dan respuestas fáciles (ingenuas).

Solo manteniendo nuestro deber de proteger a la persona humana —que ha quedado atrás— y nuestro planeta, podremos lograr un futuro más próspero, seguro y equitativo para todos y acercarnos más al pensamiento de Dios de un «nuevo mundo» (Ap 21, 5). En este entorno político y social tan complejo, «debemos hablar en contra de la discriminación y la intolerancia, y contrarrestar a quienes buscan ganar votos mediante el temor y la división».

Los responsables políticos, líderes religiosos, el resto líderes de la sociedad civil y académicos tienen que reunirse para abordar los temas más delicados de la crisis humanitaria y global que estamos viviendo: el hambre, el cambio climático, los migrantes y refugiados, las políticas de complejidad y fracaso, los pisos de protección social, los derechos para todos, la exclusión sistémica de la mayoría, la creciente desigualdad, la guerra, etc.

Las organizaciones basadas en la fe tienen un papel que desempeñar en estos diálogos y en las acciones planificadas, para que podamos realmente hacer que la vida en este planeta sea sostenible.

Permítanme compartir una historia para concluir esta reflexión. Mientras estaba celebrando la Navidad con una comunidad de familias en pobreza extrema y con niños con discapacidades, un miembro de la Asociación Internacional de Caridades me dio la más hermosa lección de resiliencia y amor. Dedicó su vida por más de un año a ayudar a un niño de 17 años con distrofia muscular severa, una dedicación que le ayudó a juntar sus brazos para poder dar y recibir un abrazo. Después de muchas, muchas horas de terapia y entrenamiento, finalmente estuvo listo para esta formidable tarea. El miembro de AIC llamó a la mamá de este niño (¿quién más?) para que fuese la primera en tener esta experiencia. Ambos se abrazaron durante largos cinco minutos en los que ambos no pudieron dejar de llorar. Las lágrimas de la madre fueron de alegría y liberación de su largo dolor: 17 años dedicados a su hijo sin escuchar su voz, pero sabiendo en su corazón todo lo que estaba diciendo. Las lágrimas del niño fueron de acción de gracias, por primera vez en su vida abrazó a la mujer que siempre estuvo allí para él, que nunca, ni siquiera una vez, lo abandonó… ella era su todo… para él ella era como Dios en persona.

Voluntaria de AIC y el niño que ella ayudó a DAR ABRAZOS.

¿Estamos nosotros y todas nuestras organizaciones basadas en la fe dispuestas a continuar nuestro trabajo de sanar, restaurar y transformar la crueldad de nuestro mundo en resiliencia, reconciliación, justicia y derechos para todos?

«Tu dolor es mi dolor …»

Guillermo Campuzano, CM es el representante de la Congregación de la Misión ante la ONU.

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