Dándonos la paz y confiándonos una misión, Jesús resucitado hace la noche clara como el día y provoca la fe.
Al caer la noche, los discípulos se asilan en una casa con las puertas cerradas. Es que tienen miedo a sus compatriotas que consiguieron que a Jesús se le impusiese la pena de muerte.
Siguen atemorizados Pedro y el otro discípulo, sí, aunque ya creen o entienden la Escritura tras ver vacío el sepulcro. No cobran valentía los demás aun luego de anunciarles María Magdalena: «He visto al Señor».
¿Acaso se toman ellos por bien listos para creer a una mujer? O, ¿sería que, se conocieran muy bien los pescadores? Quizás descartan el testimonio de María, pues reconocen en él sus propios notorios cuentos embellecidos de enormes pescas. Dudar de nosotros mismos nos lleva fácilmente a dudar de los demás.
De todos modos, desean los discípulos que los encubra la oscuridad de la noche. Y buscan protección en una casa con las puertas cerradas. Pero ni la noche ni las puertas detienen a Jesús.
Y no nos quiere envueltos, desde luego, en una noche negra. Él salió del sepuclro; nos manda ahora salir de nuestro encerramiento sepulcral en nuestros intereses egoístas e indiferentes. Nos quiere ver desatados de los remordimientos agobiantes y los temores paralizantes. El Resucitado, sí, se presenta para resucitarnos.
Poniéndose en medio, da a entender Jesús que en él tenemos que concentrarnos para que nos acreditemos discípulos. En él debemos fijarnos y así llenarnos de alegría. Obviamente, Jesús se revela además el dador de la paz, de la misión y del aliento vital de Dios.
Y la misión de perdón y reconciliación supone el abandono de la seguridad falsa de la noche y del cerrojo. La misión exige además que «ver» se cambie por «creer».
Es que solo Dios nos proporciona la seguridad definitiva mediante Jesús. Si Dios no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas. Y sin Jesús no podemos hacer nada, ni encontraremos la verdadera seguridad. Confortándonos él, sin embargo, todo lo podemos.
Abandonar la noche significa también fe en Jesús. Él ha venido al mundo como luz, para que quienes crean el él no permanezcan en la oscuridad. Aquellos que creen sin ver son los dichosos.
Benditos, sí, del Padre son los que reconocen claramente el rostro desfigurado del Hijo en los pobres (cf. SV.ES XI:725). Entregando a sí mismos y sus bienes por los necesitados, hacen presente de nuevo al que entregó su cuerpo y derramó su sangre por nosotros. Porque aman como Jesús, ya no son de la noche; pasan con él de la muerte a la vida. Alcanzan así la meta de su fe.
Señor, ya todos somos hijos del día. No nos dejes volver a ser de la noche.
23 Abril 2017
2º Domingo de Pascua (A)
Hech 2, 42-47; 1 Pt 1, 3-9; Jn 20, 19-31
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