Sor Judith Metz, S.C. escribe:
A veces pensamos en nuestras vidas como si fuesen pequeñas, mundanas y escondidas en una parte insignificante del mundo, y con poco impacto. Así que nos preguntamos: «¿He logrado algo que merezca la pena?». Sin embargo, en lo profundo de nuestro interior sabemos que, si hemos estado abiertos y escuchado e ido tras la llamada de Dios, nuestras vidas han sido significativas.
Santa Isabel Ana Bayley Seton, nuestra primera santa nacida en Estados Unidos (1774-1821), compartió a veces estos mismos sentimientos de aislamiento e insignificancia. Después de su llegada a Emmitsburg, Maryland, en 1809, cuando fundó las Hermanas de la Caridad Americanas, le dijo a una amiga: «Nuestras montañas son los límites de nuestro mundo.» Ella encontró el significado de su vida buscando continuamente la voluntad de Dios y atendiendo a lo que ella llamó «la gracia del momento».
Y sin embargo, a pesar de estos límites percibidos, vemos que
A través de la intervención de su mentor italiano, Antonio Filicchi, comenzó a tener correspondencia con algunos de los sacerdotes más influyentes del país: Francis Mantignon, John Cheverus y el obispo John Carroll. Inicialmente, estos hombres fueron tocados por su difícil situación, como viuda sin dinero con cinco hijos pequeños, pero gradualmente no sólo la reconocieron por la notable mujer que era, sino que también llegaron a creer que «estaba destinada a ocupar un gran lugar en los Estados Unidos».
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