Terminaron los Juegos Olímpicos de Brasil 2016, y algunas imágenes se quedarán durante mucho tiempo en nuestra retina. Recordaremos, sin duda, las grandes victorias, las medallas de oro, plata o bronce que consiguieron nuestros más admirados participantes, o los atletas de nuestros países. Pero otros sucesos también quedarán grabados en nuestra mente y nuestros corazones.
Indudablemente, para los que somos creyentes, el saber que la fe es algo importante en la vida de los olímpicos es un aspecto añadido que motiva y alegra. Un pequeño artículo sobre Usain Bolt, publicado en famvin hace dos semanas, contando la anécdota de la Medalla Milagrosa que lleva continuamente al cuello —incluso cuando compite—, ¡se ha convertido en uno de los más compartidos en las redes sociales de toda la historia de nuestra web! Casi 1.000 veces compartido hasta hoy, y decenas de miles de impresiones en la web de famvin. La reflexión que podríamos hacer de este hecho quizás sea que los creyentes agradecemos el testimonio sencillo de aquellos que, siendo personajes públicos, no temen mostrar sus sentimientos religiosos y los integran con total naturalidad en su vida. Y, por esto, nos agrada compartir los relatos con los demás.
¿Es Usain Bolt una excepción entre los olímpicos? No lo es. Son varios, muchos los que han manifestado su fe religiosa sin miedos ni vergüenza, de una forma natural, durante los Juegos Olímpicos. A veces con pequeños detalles —como persignarse—, otras veces durante las entrevistas que les hacían…
Un gesto que indudablemente pasará a la historia de estos juegos fue protagonizado por dos atletas que ni se conocían: Nikki Hamblin (neozelandesa) y Abbey D’Agostino (estadounidense).
Después de chocar con una de sus compañeras corredoras durante la eliminatoria de 5.000 metros, D’Agostino podría haber seguido corriendo; pero en vez de eso, miró a su alrededor y ayudó a levantarse a la neozelandesa Nikki Hamblin y la animó a terminar la carrera, diciéndole: «Levanta. Tenemos que terminar».
Hamblin y D’Agostino continuaron juntas la carrera codo a codo. Pero D’Agostino estaba lesionada más gravemente que Hamblin, y tenía problemas para terminar la carrera. Hamblin quiso devolverle el favor y fue infundiendo ánimos a la dolorida D’Agostino. A pesar de correr con un dolor angustiante, D’Agostino terminó la carrera detrás de Hamblin y salió del lugar en silla de ruedas.
Los rotativos de todo el mundo y las redes sociales compartieron este gesto como ejemplo de la auténtica deportividad olímpica. Llegaron últimas, pero se indudablemente ganaron una gran medalla por su humanidad y espíritu.
Más tarde, D’Agostino comentó en una entrevista:
Aunque mis acciones fueron instintivas en aquel momento, la única forma que puedo explicarlo racionalmente es que Dios preparó mi corazón para responder así (…). Durante todo este tiempo aquí, Él me dejó claro que esta experiencia en Río iba a ser para mí algo más que mi rendimiento en la carrera; y en el momento que Nikki se puso de pie, supe que se trataba de eso.
Su acto de misericordia seguirá siendo inspirador para eventos futuros, y quizás sea recordado más que algunas de las medallas obtenidas. En esto también se nos muestra, como dice el Evangelio, que «los últimos serán primeros» (Mt 20, 16), y «el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos» (Mc 10, 43-44).
El acto de bondad de D’Agostino nos recuerda que ganar no lo es todo. Como una vez dijo la Madre Teresa de Calcuta, Dios no nos eligió para tener éxito, sino para ser fieles.
Y nosotros, seguidores del gran Vicente de Paúl, podríamos preguntarnos, a nivel personal y a nivel comunitario, ¿Cómo andamos de fidelidad? ¿Buscamos tener éxito, o ser fieles? ¿Sabemos ser fieles a pesar de los fracasos? ¿Encontramos a Dios en nuestras caídas?
Javier F. Chento
@javierchento
JavierChento
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