El Papa Francisco se reunirá, a partir de hoy, con cientos de miles de jóvenes, venidos de todas partes del mundo, para celebrar la fe en comunidad. Irá a ofrecerles una palabra de ánimo y apoyo, y la cercanía de toda la Iglesia en estos tiempos tan complejos y difíciles para muchos de ellos. Pero, sobre todo, irá para realizar el “apostolado de la oreja”, como en tantísimas ocasiones ha comentado ya con anterioridad.
Francisco conoce lo que hay en los corazones y las mentes de los jóvenes de hoy, pero no porque lo haya conocido a través de alguna encuesta o sondeo, sino porque escucha activamente los que los jóvenes tienen que decir.
“Se necesita paciencia y gracia”, dijo a los estudiantes universitarios en Roma en junio, “para escuchar de verdad lo que los otros tienen que decir”. Lo mismo repitió durante unas recientes palabras durante el Ángelus, advirtiendo que las agitadas vidas de las personas estaban amenazando la capacidad para escuchar.
Francisco no desea vivir aislado en su puesto como Papa. Se ha esforzado en acercarse a las realidades de las personas, incluso rompiendo a menudo el protocolo para tener una mirada más cercana a lo que piensan y sienten los jóvenes de hoy. Desecha discursos pre-escritos y pide a quienes se reúnen con él que pregunten libremente, incluso aquellos que no son católicos o incluso religiosos.
En nuestra Familia Vicenciana hay muchos jóvenes que desean ser escuchados… que tienen que ser escuchados. Este fin de semana se congregaron en Polonia más de mil de ellos, venidos de todas partes del globo, en un encuentro previo a la JMJ. Muchos de ellos viven con pasión el seguimiento a Jesucristo en los pasos de san Vicente de Paúl, y aportan una visión fresca y actualizada al carisma de nuestra Familia. Cuando muchas ramas vicencianas, en algunos países de nuestro mundo —sobre todo en Europa y América del Norte— están viviendo un paulatino proceso de envejecimiento, los jóvenes son quienes tienen la capacidad de renovar nuestras ramas, con el propósito de servir mejor a los pobres.
Debemos escuchar a los jóvenes; acompañarlos en sus luchas y dificultades, pero también dejándonos animar por su pasión y fuerza, y dándoles espacio en nuestros ministerios. Ellos no solo son el futuro de la Iglesia y de la Familia Vicenciana: son el presente.
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