Iglesia de Saint Laurent (París), 7 de mayo de 2016. Un pobre hombre duerme a las puertas de la parroquia de San Lorenzo, en París. Son las 9 de la mañana, la ciudad hace horas que ha comenzado su ajetreada jornada.
En la foto, una iglesia sucia y desconchada, en obras de rehabilitación. A los pies de sus cerradas puertas, un hombre duerme la borrachera. Todo un símbolo de algunas realidades que vivimos en el día a día.
Nuestra Iglesia, el Pueblo de Dios, es antiguo, con una historia de casi dos mil años. Como este templo parroquial, también tiene adheridas suciedades que desfiguran su rostro y su misión. Como el templo, también se comienzan y nunca se terminan las obras de saneamiento y rehabilitación. Como el templo, muchas veces nos rodeamos de vallas puntiagudas y cerradas. ¡Que se abran las puertas para que pueda entrar todo el que quiera y, más importante, para que podamos salir al encuentro del mundo, sobre todo del necesitado que espera a nuestra puerta!
La parroquia está dedicada a San Lorenzo, un santo antiguo (siglo III), del que la tradición dice que…
aprovechando el reciente asesinato del papa, el alcalde de Roma, que era un pagano muy amigo de conseguir dinero, ordenó a Lorenzo que entregara las riquezas de la Iglesia. Lorenzo entonces pidió tres días para poder recolectarlas y en esos días fue invitando a todos los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos que él ayudaba. Al tercer día, compareció ante el prefecto, y le presentó a éste los pobres y enfermos que él mismo había congregado y le dijo que ésos eran los verdaderos tesoros de la Iglesia. El prefecto entonces le dijo: «Osas burlarte de Roma y del Emperador, y perecerás. Pero no creas que morirás en un instante, lo harás lentamente y soportando el mayor dolor de tu vida».
Y, efectivamente, san Lorenzo fue quemado vivo en una hoguera.
Que sea así. Que nuestra riqueza sean los pobres. Que «quememos» nuestra vida por ellos. Que seamos la iglesia de la Misericordia, como nuestro Dios es un Dios misericordioso. Como hizo san Vicente de Paúl.
Cuando me siento conmovido de corazón, #YoSoyVicente.
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