Acabamos de celebrar, como cada año, la victoria de Jesucristo sobre la muerte y el pecado. El Triduo Pascual es el centro de la vida litúrgica de la Iglesia, y núcleo vital donde el creyente encuentra su razón y finalidad. La muerte no es el destino fatal de los que peregrinamos en esta tierra, y Dios Padre confirma las palabras y obras de su Hijo Jesucristo.
En un aspecto central, el cristianismo es una creencia distinta a la mayoría de las demás: Dios se hizo uno de nosotros; no es el hombre quien ha buscado primero a Dios, sino Dios mismo el que se ha acercado a su pueblo. En ese sentido, los cristianos no “miramos hacia arriba” buscando a Dios… ¡pues Dios mismo se ha abajado! ¡Es Él quien ha mirado hacia abajo!:
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. (Fil 2, 6-8)
Dios ha querido caminar por nuestros senderos, comer con nosotros, reír y llorar en medio del pueblo… vivir, en definitiva, nuestra misma vida. El Hijo de Dios se hizo hombre para ser el único mediador ante el Padre (1 Tim 2, 5); no se nos ha dado otro nombre para conseguir la salvación (Hch 4, 12).
Dos mil años después de su paso por la tierra, los cristianos intentamos seguir sus huellas y continuar su obra en un mundo lleno de tristezas. Parece que el Reino de Dios está lejos aún, pero la fe nos confirma que se sigue construyendo, desde ese “ya sí, pero aún no”, como el guijarro que ha sido lanzado y vuela por el espacio, pero aún no ha tocado suelo, aunque indefectiblemente lo hará.
¿En qué sentido podemos decir que Cristo sigue presente en medio de nosotros, que Dios sigue siendo una presencia activa y actuante en el caminar de su Iglesia y de la Humanidad? Tres apuntes:
- Dentro de pocos domingos, la liturgia nos recordará las últimas palabras de Jesucristo: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Y cada domingo repetimos en el Credo que creemos en el Espíritu Santo, en la presencia divina en medio de nosotros, el Paráclito, una fuerza actuante que nos impulsa y nos convierte en continuadores de la obra y misión de Jesucristo en la tierra: “…si me voy os lo enviaré. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros.” (Jn 16, 7.14).
- Desde la profunda convicción de que el rostro de Dios se refleja de una manera más fiel y clara en el rostro de nuestros hermanos los pobres, la Iglesia sale a su encuentro como si fuese hacia el mismo Señor. En este sentido, nos encontramos con el Señor cada vez que nos encontramos con el pobre: «Al servir a los pobres se sirve a Jesucristo» (SVP IX, 252). Para Vicente de Paúl hay una identificación plena entre el servicio a Dios y el servicio a los pobres.
- Jesucristo quiso quedarse entre nosotros en el Pan y el Vino compartido.
Volviendo al inicio de este texto: encontraremos a Dios si miramos al frente, a nuestro alrededor, en las periferias en las que tanto insiste en papa Francisco. Esa es, ciertamente, nuestra espiritualidad vicenciana. El vicenciano no lo es para quedarse mirando al cielo. “¿Qué hacéis mirando al cielo?” (Hch 1, 11) se nos dice, como a los apóstoles. Porque Dios se ha quedado en la tierra, hemos de mirar a nuestro alrededor. Aquí no caben medianías. Decía Vicente: “¡Cómo! ¡Ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfermo con él! Eso es no tener caridad; es ser cristiano en pintura.” (SVP XII, 271)
En este Año de la Colaboración, animémonos mutuamente a seguir buscando a Dios en donde se halla con cristalina claridad. Como vicenciano, ya sabes a dónde me refiero.
Para la reflexión y el diálogo:
- ¿Qué tipo de espiritualidad vivo? ¿Dónde encuentro a Dios?
- ¿Creo realmente que mi encuentro con el pobre es un encuentro con Jesucristo? ¿Quizás he “profesionalizado” mi apostolado?
Javier F. Chento
@javierchento
JavierChento
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