Hace algunos meses fui a hacer una visita a una amiga, Hija de la Caridad, ya anciana. Con ochenta y tantos años está ya retirada de toda actividad de servicio, pero… por sus enfermedades. Si fuera por ella, seguiría haciendo alguna cosa, por pequeña que fuese, en la medida de sus posibilidades.
En varias ocasiones he experimentado que, una persona que ha servido mucho y bien durante su vida, cuando las circunstancias la obligan a tener que “bajar el ritmo” o, incluso, retirarse completamente, sufren tristeza y melancolía, e incluso, en algunos casos, depresión.
A mi amiga, la buena hija de san Vicente, le pasó algo parecido. Después de toda una vida entregada a los más pobres en los suburbios de una gran ciudad, el verse obligada a retirarse a una casa de descanso, y ver pasar el tiempo sin poder seguir haciendo lo que había hecho toda su vida, la hizo exclamar: “ya no sirvo para nada”.
Y no quisiera dar una impresión equivocada: la hermana es una persona alegre, divertida, gran conversadora, con una gran agudeza y un pensamiento fino… lo que llamaríamos “una buena hija de san Vicente”. Puede ser que su cuerpo no la acompañe, pero su mente está clara y su personalidad sigue siendo la misma que cuando caminaba por las calles de su barrio.
Me hizo pensar mucho su frase: “ya no sirvo para nada”. Hace unas semanas decía que “todos servimos para algo”. La respuesta al “para qué” tiene mucho que ver con el sentido profundo de la vocación personal, de la llamada íntima que Dios nos hace a ponernos en camino con lo que somos, con nuestras virtudes y defectos, nuestras fortalezas y nuestras debilidades, simplemente levantarnos y no mirar atrás.
Y es muy cierto que muchas veces los demás ven, con más claridad que nosotros mismos, cuál podría ser nuestro servicio. Por eso es importante dejarse acompañar.
Dejarse acompañar, en el servicio, no solo a nivel personal (por alguien que nos aprecia y nos mira desde la misericordia del Padre); también como movimientos, ramas, comunidades…
El Año de la Colaboración es una gran oportunidad para poner esto en práctica: acompañarnos mutuamente en el camino del servicio a los demás. Y hacerlo con la humildad suficiente de reconocer que en ocasiones no estamos haciendo las cosas adecuadamente… o que estamos centrando nuestra misión en proyectos que no son conformes al espíritu de servicio de nuestro fundador.
Hay un dicho que dice: “quien no vive para servir, no sirve para vivir”. En vicenciano, lo podríamos interpretar como: “quien se llama vicenciano y no sirve, no sirve para ser vicenciano”.
El servicio está en el corazón del carisma vicenciano. Pero no cualquier tipo de servicio: la centralidad carismática de los seguidores de Vicente y Luisa está en el servicio a los pobres. Solo a los pobres. A los pobres que sufren hambre e injusticia. Sin matices. Sin edulcorar la realidad.
Cierto es que hay muchas maneras de plasmar este servicio, y muchas labores distintas que se realizan, por millones de Vicencianos, están encaminadas a la promoción de los pobres y a la lucha por la justicia.
Colaborar también significa aprender a servir juntos.
Para la reflexión y el diálogo:
Vivimos, en 2016, un Año para la promoción de la Colaboración entre los miembros de la Familia Vicenciana. Un año, también, de reflexión sobre cómo llevamos a cabo nuestra misión (servir), a través de nuestras obras e iniciativas. Hay muchas, y muy buenas. ¿Hay obras compartidas por las diferentes ramas y personas de la Familia? Sin duda que sí. ¿Son muchas? ¿Son suficientes? ¿Las promovemos?
Javier F. Chento
@javierchento
JavierChento
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