Este es el primer artículo de la serie «#YoSoyVicente» de la Universidad de St. John. Ha llegado el momento de conocer las historias y las vidas de los Vicencianos por todo el mundo [Ed.]
En el corazón y centro del campus de Queens de la Universidad de St. John se encuentra la Iglesia de Santo Tomás Moro. Este espacio sagrado es un lugar para la oración, la celebración y la comunidad. En esta institución de educación superior, la Iglesia de Santo Tomás Moro Iglesia también es una clase. Antes de que comiencen oficialmente su educación en St. John los alumnos que ingresan nuevos, o vienen transferidos, participan en unas jornadas de orientación, de dos días de duración, que los prepara para su transición a la Universidad.
La orientación, que tiene lugar en la iglesia de Santo Tomás Moro, consiste en dos presentaciones: una sobre la misión católica y vicenciana de la universidad, y otra que invita a los estudiantes a participar en el Ministerio del Campus.
La primera presentación, sobre la misión, se produce en el atrio, el espacio de la entrada de la Iglesia. El espacio circular del atrio está rodeado por paneles de grandes mosaicos, en dos niveles, con decenas de miles de pequeñas piezas de vidrio coloreado, que refleja la historia vicenciana.
Los mosaicos de la parte superior comienzan con la predicación de San Vicente de Paúl en Folleville (Francia). Después, el encuentro de San Vicente y Santa Luisa de Marillac, y el servicio de las Damas de la Caridad y las Hijas de la Caridad. Si tu vista se dirige al otro lado de la iglesia, podrás encontrarte con la imagen de los miembros de la Congregación de la Misión llegando a Estados Unidos desde Italia y, a continuación los paneles muestran la evolución de la Universidad de St. John, y finalmente San Vicente en el cielo.
En el nivel inferior, a un lado del atrio se representa la historia de la Medalla Milagrosa y Santa Catalina Labouré. En el lado opuesto, los santos y mártires vicencianos.
Nuestros estudiantes se sientan en este espacio, rodeados por los colores predominantes azul pastel y blanco de los mosaicos. Se les introduce en la riqueza de nuestra tradición vicenciana, pero es más que una lección de historia. Es una invitación.
¿Qué hemos de hacer?
Es mi tarea, y tarea de mis colegas en el ministerio del campus, el conectar la historia de Vicente y de la Familia Vicenciana con la vida de nuestros estudiantes, en este momento crucial de su existencia.
Comenzamos mostrando que todos nosotros somos Vicente del hombre, y todos estamos llamados a ser Vicente el santo. Vicente, el hombre, igual que nuestros estudiantes, quería tener éxito. No sólo para sí mismo, también para su familia. «¿No buscáis vosotros lo mismo?», pregunto a los estudiantes. «Vuestro título universitario proveerá de alimento a vuestro estómago, dinero a sus bolsillos, y la oportunidad de vivir una vida feliz cuidando de vuestros seres queridos». Los estudiantes asienten, de acuerdo con estas afirmaciones. «¿Y si Dios está pidiendo más de ti?», les comparto, ante sus intrigadas miradas. «¿Qué pasaría si Dios necesitara más de ti?». Les señalo la imagen de Vicente en el ambón en Folleville, y comparto con los estudiantes cómo Vicente descubrió sus dones y talentos en sus momentos de conversión. En 1617, Vicente dio un sermón que sería el momento fundacional de la obra de su vida, en respuesta a la pregunta planteada por la señora de Gondi: «¿Qué hemos de hacer?»
Esta es, ahora, la pregunta que se pide que contesten nuestros estudiantes, como miembros de la Familia Vicenciana. El camino para responderla comienza identificando sus dones y talentos, como Vicente descubrió los suyos. Cuando Vicente empieza a contestar a la pregunta «¿qué hemos de hacer?» desde sus dones y talentos, entonces es cuando comienza la transición de Vicente «el hombre» a Vicente «el santo». «¿Cuáles son vuestros dones y talentos?» interrogo a los estudiantes. «¿Cómo vais a utilizarlos para servir a Dios?»
Conocer a Dios
Esta invitación Vicenciana, que hago desde el atrio de la iglesia, surge de un lugar de amor y un lugar de amistad con San Vicente de Paúl. Hace ya más de 16 años, yo era un estudiante de primer año, nervioso y excitado, que fue invitado a formar parte de la Familia por el Ministerio del Campus. Yo también fui a la orientación de estudiantes de primer año, y oí decir que todos en la universidad de St. John estaban allí para ayudarme a crecer en mi fe. Al principio solo fueron palabras, pero pronto se convirtieron en una brújula para mi discernimiento.
Mi relación con Vicente comenzó cuando estaba en séptimo grado. Elegí Vicente como mi nombre de Confirmación, tal vez presagiando mi futuro ministerio. Miro hacia atrás y, a menudo, me pregunto sobre aquella temprana atracción hacia el sacerdote francés que se preocupaba en tan gran medida por los pobres. En St. John he aprendido más sobre Vicente, a través de mi liderazgo en la Sociedad de San Vicente de Paúl, la pertenencia a V.I.T.A.L. (Iniciativa Vicenciana de Liderazgo Avanzado), y la participación en la segunda Experiencia Vicenciana.
Cuando mi discernimiento me llevó a mi primera experiencia profesional en el Ministerio del Campus, se abrieron nuevas puertas. Me invitaron a dirigir experiencias de servicio tanto a nivel local, en las calles de Manhattan, como experiencias de una semana de duración en Lourdes, Nueva Orleans y Germantown. Fui formado por los Misioneros Paúles, Hijas de la Caridad y compañeros del Ministerio del Campus, que hicieron que el espíritu de Vicente a brillara a través de sus acciones y palabras.
Tanto dentro como fuera del aula, fui inspirado a seguir los pasos de Vicente como estudiante, alumno y servidor del Ministerio del Campus. Como miembro del Instituto para la Misión Vicenciana, literalmente caminé los mismos pasos de Vicente, a través de Francia, lo que me motivó más a vivir y servir de guía, como él lo hizo hace ya muchos años.
Tal vez el mayor desafío se produjo hace dos años en Roma, en la Casa Madre de las Hijas de la Caridad. Dirigí una peregrinación a París y Roma para estudiosos católicos, un grupo de líderes católicos dedicados a crecer en su fe para levantar a sus compañeros y, como graduados, a vivir su fe en su trabajo y relaciones. El P. John Maher, C. M., ahora Director Vicenciano para la Provincia Oriental, y el P. Greg Gay, C. M. Superior General, nos invitaron a un tradicional almuerzo italiano durante nuestra estancia. Una de las Hijas de la Caridad se acercó a la mesa y se presentó a todos los estudiantes. Cuando vino hacia mí, me preguntó en italiano por lo que hacía en la Universidad. El P. Gay, buscando una traducción a la expresión «ministro del Campus», me describió, en italiano, en unas palabras desconocidas para mí. Después de que ella se alejara, le pregunté qué había dicho. «No existe una traducción para Ministro del Campus«, dijo. «Le he dicho que conoces a Dios.»[1]
Me sentí muy honrado por tal descripción. ¿Qué mejor cumplido puede ofrecerse? Y, por otra parte, ¿qué mayor desafío?
Cuando estoy en el atrio de la Iglesia de Santo Tomás Moro, mis palabras no provienen de un guión prediseñano, sino del corazón. Mi oración es por los estudiantes, para que lleguen a conocer a Dios, mientras que llaman a esta iglesia de Santo Tomás Moro «su casa». Al conocer a Dios, ellos también, al igual que Vicente, se pueden encontrar con Dios y servirle en los pobres de nuestro mundo. A cambio, rezo para que, cada vez que cuento esta historia y extiendo esta invitación, yo también me acerque cada vez más a conocer a Dios y a permitir que aquellas palabras del P. Gay sean verdaderas.
Una Universidad Vicenciana
La Universidad de St. John se encarga de preparar a los estudiantes en la excelencia y la búsqueda de la sabiduría que emana de la libre investigación, los valores religiosos y la experiencia humana. Desde su plan de estudios académicos y normas de disciplina, estamos preparando a los estudiantes a ser, no sólo excelentes profesionales con capacidad de analizar y articular claramente «lo que es», sino también para desarrollar los valores éticos y estéticos para imaginar y colaborar con «lo que podría ser»[2].
No estamos formando a los estudiantes para graduarse y servir en un único lugar de trabajo. La tendencia es que los estudiantes puedan tener entre quince y veinte puestos de trabajo durante su vida[3]. Nuestros estudiantes tendrán muchos puestos de trabajo, y muchas oportunidades para responder a la pregunta Vicenciana de «¿Qué hemos de hacer?» Esta pregunta conduce a un descubrimiento que hunde sus raíces en la fe y en el amor. Durante su tiempo en la universidad van a servir a los necesitados a través de los esfuerzos organizados por la Pastoral Universitaria, la investigación en la Facultad y el Aprendizaje de Servicio Académico. Descubrirán a Dios en la oración y la reflexión. Los estudiantes se reunirán en torno al altar en la oración y en los sacramentos, y participarán en las conversaciones con los servidores religiosos del Campus, miembros de los Misioneros Paúles y de las Hijas de la Caridad, y entre ellos mismos.
En esos días, antes de que entren a su primera clase, tienen el reto de ser santos. Invitamos a los estudiantes, como nuevos miembros de una amplia Familia Vicenciana, a cambiar el mundo.
Hay muchas críticas hacia esta generación de estudiantes, más conocidos como «Generación Y»[4]. A menudo ridiculizados como adultos jóvenes que lo tuvieron todo durante su infancia, también es verdad que acumularon más horas de servicio comunitario que cualquier otra generación anterior. Esta generación tiene un profundo deseo de servir[5]. Tal vez falta el lenguaje de la fe en esta generación, y su compromiso con la religión institucional es mínimo, o incluso ausente, en sus relaciones familiares. Ofrecemos una invitación para venir a conocer a Dios como el espíritu que vive en ellos y el espíritu que vive en los demás. Este es el mismo espíritu que movió a Vicente y Luisa, y el mismo espíritu que hizo que el beato Federico Ozanam, como estudiante universitario, pusiera su fe en acción. Y este es el mismo espíritu que surgirá a través de nuestros estudiantes que, como graduados, serán envueltos en rojo, preparados para ser los Santos Vicencianos del presente.
La última representación de la parte superior del panel de los mosaicos retrata a los estudiantes en el césped central del campus de Queens, frente al Colegio Mayor de San Agustín. A la derecha, San Vicente de Paúl. Invitamos a nuestros estudiantes a verse como una parte de esta gran misión y ser, por su experiencia en la universidad, una respuesta a las necesidades del mundo. Al concluir mi tiempo con los estudiantes, una vez más ofrezco nuestro apoyo, oración y cuidado. Termino entonces con estas palabras: «Ahora eres un miembro de la Familia Vicenciana. Descubre los talentos que Dios te ha dado, y utilízalos para servir a los más necesitados. Utiliza tu posición y educación para ayudar a aquellos que nunca caminarán por un campus universitario. Esto es lo que la Universidad de St. John os pide. Es lo que el mundo necesita. Bienvenido a la Universidad de St. John. Bienvenido a la Familia Vicenciana. ¿Qué hemos de hacer?»
[1] N. del T.: Para los hispano hablantes, esta expresión puede resultar también extraña. Un acercamiento a la misma sería animador de la experiencia de fe en el Campus Universitario.
[2] Declaración de la Misión de la Universidad de St. John’s http://www.stjohns.edu/about/our-mission (en inglés)
[3] http://futureworkplace.com/wp-content/uploads/MultipleGenAtWork_infographic.pdf (en inglés)
[4] N. del T.: Millenials, en inglés. Más información en Wikipedia
[5] http://ndn.org/blog/2009/08/millennials-lead-nation-service-our-country (en inglés)
James R. Walters, Doctor en Educación, es director del programa de estudiantes católicos y del Ministerio residente en la Universidad de St. John. Walters es un exalumno de St. John (graduado cuatro veces), y en 2007, conoció por primera vez a su futura esposa, Suzie, en la Iglesia de Santo Tomás Moro. Allí se casaron en 2010.
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