Jesús es la sola bendición que necesitamos. Se hace él nuestra bendición, nuestra santificacion, cumpliendo la voluntad de Dios hasta el fin.
Isabel bendice a María. Para esto, no depende del sacerdocio de Zacarías ni de su masculinidad. Él apenas figura en el escenario dominado por dos mujeres guiadas por el Espíritu Santo.
Es por inspiración del Espíritu que indica Isabel que la bendición de María y la de Jesús son inseparables. Exclama Isabel: «¡Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!».
Es bendita la madre del Señor porque lleva en su seno la dicha de todas las razas. Es dichosa la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá.
Por tal fe se hace carne humana la Palabra, algo más asombroso que mover montañas. Creyendo así, cumple «María con toda perfección la voluntad del Padre, y por esto… es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo». Se asemeja a su hijo, llegado al mundo para hacer la voluntad divina.
Teniendo la fe mariana, quedamos asegurados de la dicha que viene de la intimidad con Jesús mediante la escucha y el cumplimiento de la Palabra de Dios. La Palabra nos enseña en qué consiste la verdadera dicha: «Dichosos los pobres…; Dichosos los que ahora tenéis hambre…; Dichosos los que ahora lloráis…; Dichosos vosotros cuando os odien los hombres…; Alegraos…y saltad de gozo…».
Saltamos de gozo en la presencia de Jesús, la personificación de estas enseñanzas y de la bendición que está en el servicio humilde y la entrega total e incondicional hasta el fin. María despliega ciertamente este servicio y esta entrega. Va aprisa a visitar a Isabel; la sirve, participa de su alegria y comparte la suya con ella.
Nos alegramos de que está a nuestro alcance la Palabra. Meditándola, comprenderemos que en la comunidad de los bautizados, «ya no hay…hombre ni mujer», y que Jesús ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes. Haciéndola, inventivos como san Vicente de Paúl seremos; él supo superar, por ejemplo, limitaciones jurídicas para hacer colaboradoras de las mujeres (SV.ES X:953).
La Palabra nos insta además a ser constantes en la Eucaristía. Ésta nos compromete a los pobres y al mandamiento nuevo, obligándonos a no dejar a los sin nada pasar hambre, y a tratarnos mutuamente según el ejemplo que nos ha dado Jesús. Fieles a nuestro compromiso, se nos dará en la tierra una prenda de la bendición futura en el cielo.
Señor Jesús, sé la bendición de todos los pueblos (Sal 72, 17).
Autor: Rosalino Reyes Dizon
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