Jesús es la plenitud de la ley y los profetas. Acudir a él quiere decir oír palabras de vida eterna y conocer al Santo de Dios.
Los que murmuran ahora no son los líderes religiosos de los judíos. Son, más bien, los discípulos de Jesús. Estos, por lo tanto, dejan claro que no se creen con necesidad de acudir a él, de seguirle. Es que ellos se dejan escandalizar por sus palabras; no las pueden soportar.
Y, de verdad, ¿por cuál razón podrán ellos recibirle como el pan que ha bajado del cielo? Después de todo, lo conocen como hijo de José y conocen su madre también. Y, ¿qué sentido podrá tener el decir que les es preciso que coman su carne y beban su sangre? ¿No es necio tomar por divino y dador de vida eterna al que es humano?
Para que podamos acudir a Jesús, el Padre nos ha de atraer primero.
Mas en vez de hacer suave el escándalo, Jesús les habla a los discípulos de un escándalo mayor aún. Tal escándalo los golpeará cuando le vean ellos subir adónde ha estado. Admite él también que lo que dice les suena necio a los humanos, débiles y mortales, que son de carne. Pues las palabras que dice él son Espíritu y vida. Entonces, para que sus palabras le sean sabias a la carne, el Espíritu se ha de hacer cargo de ella.
No, no cabe duda de que nos cuesta a los de carne captar lo que dice Jesús. Y parece que le cuesta también a Juan expresar que el que es humano es divino a la vez. Pues en su relato, dice Jesús, por una parte: «Mi carne es verdadera comida», y dice también, por otra parte: «La carne no sirve de nada».
Así que para que los humanos comprendamos, el Padre nos lo ha de conceder primero. Al atraer él la carne, esta logra estar en la misma onda que el Espíritu. Se trata, sí, de la gracia.
Pero esta gracia no tiene nada que ver con la «gracia barata». Pues al hacerse cargo de nosotros el Espíritu, captamos que cuando nos llama Cristo, nos pide que vengamos y muramos. El Espíritu nos abre los ojos para que veamos la sabiduría en la más grande y escandalosa locura: la cruz. Sí, el Espíritu nos guía hasta la verdad plena y nos da fuerza para soportar los dichos duros de Jesús. Captamos, pues, que vivir nosotros dichosos para siempre quiere decir seguir nosotros a Jesucristo (SV.ES III:359). En una renuncia actual a nosotros mismos, en el servicio de los pobres.
Señor Jesús buscamos acudir a ti no más. Pues das plenitud a la ley y los profetsas, tienes palabras de vida eterna. Envíanos tu Espíritu, para que, de verdad, te conozcamos, que eres el Santo de Dios, te sigamos, y subamos contigo a la cruz y dar así la más grande prueba de amor y de vida vivida de acuerdo con lo que celebramos cuando comemos tu carne y bebemos tu sangre.
25 Agosto 2024
21º Domingo de T.O. (B)
Jos 24, 1-2a. 15-17. 18b; Ef 5, 21-32; Jn 6, 60-69
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