Su corazón hacendoso: relaciones determinantes en la vida de Isabel Seton (Parte 2)

por | Ene 10, 2024 | Formación | 0 comentarios

Sor Margaret John Kelly, HC, fallecida el pasado 24 de noviembre de 2022 en Emmitsburg, escribió el siguiente excelente artículo sobre la Madre Seton (entre sus muchos otros méritos). En esta serie presentamos su artículo en seis partes.

PARTE 2


Su corazón hacendoso: relaciones determinantes en la vida de Isabel Seton, 1809-1821

Introducción (continuación)

Antes de analizar tres relaciones concretas, es útil considerar las opiniones de Isabel sobre las relaciones. En una carta de enero de 1815 a su hijo William, que partía hacia Italia con Brute, le daba consejos que reflejaban su propia filosofía de las relaciones interpersonales. Le instó a practicar el respeto a los demás, a agradecer los favores recibidos, a ser sencillo y apropiado en el uso de los recursos materiales, a tener una actitud abierta a las diferentes culturas y a tratar a los demás como él querría ser tratado. También aconsejó a William que fuera prudente y cauteloso con los extraños, que llevara una estricta contabilidad del dinero, que recordara que su madre, como su mejor amiga, debía saberlo todo y que, lo más importante, no debía ofender a Dios. En el aspecto práctico, le aconsejó que la amistad se construye prestando atención al otro y que los padres están encantados cuando alguien se interesa por sus hijos.[1]

Isabel también era consciente de sus debilidades relacionales y admitió a su hijo William en 1818: «Tú y yo somos a menudo demasiado blandos con nuestras amistades y demasiado condescendientes con las circunstancias del momento”. A Brute le hizo notar sus esfuerzos por contener el corazón hacendoso: «Desde el primer momento de la mañana, estoy en una vigilancia continua para mantener las cejas bajas y llevar la sonrisa preparada, aunque a veces sea espantosa».[2] También comparó su impetuosidad con la paciencia de Dubourg, dispuesto siempre a «desenrollar el ovillo y pararse a deshacer cada nudo. Me conformo yo con romper el nudo y recomponerlo».[3]

Como todos nosotros, en su debilidad estaba su fuerza. Hubo que sacrificar las ganancias a corto plazo en aras de los beneficios a largo plazo. Sólo un corazón reflexivo pero espontáneo podría haber vivido tan heroicamente y motivado logros tan importantes.

Por tanto, parece apropiado utilizar como prisma de sus relaciones sus interacciones con tres hombres que fueron fundamentales para ella como madre natural y fundadora religiosa. La primera es John Carroll, con quien comprendemos la sencillez y perseverancia de Isabel en la difícil situación, personal y comunitaria, de fundar su comunidad. La segunda es Simon Gabriel Brute, que fue un verdadero amigo y discípulo. La relación de Isabel con Brute, sólo unos años menor que ella, revela su espíritu juguetón, su madurez espiritual y su sufrimiento personal. Hay una libertad y espontaneidad constantes que, si bien están presentes en la mayor parte de su correspondencia, alcanzan su cenit cuando bromea e interpela al sacerdote francés. Su estilo atropellado, casi un torrente de conciencia, así como su creatividad, pueden estudiarse fácilmente en sus cartas a Brute, que alternaba entre ser su guía y su discípulo. La tercera es con Antonio Filicchi, quien, aunque el contacto fue intermitente, sirvió de punto de continuidad y estabilidad para Isabel. Él la había acompañado en la pérdida de su marido, en su conversión a la fe católica, en la creación de su comunidad y le había proporcionado apoyo moral y económico para sus dos familias. En las tres relaciones existe un verdadero sentimiento de simpatía, que sólo se da cuando las personas han sufrido y se han alegrado juntas.

A través de las tres relaciones se ve a Isabel alternar con gracia entre ser la que manda y la que busca ayuda; la que habla y la que escucha. Sus relaciones, verdaderamente recíprocas y mutuas, están marcadas por ideales profundos y sentido común; por grandes expectativas y sano realismo; por la revelación abierta y la retención prudente; por el cuestionamiento sensible y el desafío franco. Parece haber caminado con eficacia por esa estrecha cuerda floja que permite el interés sin la intrusión, el apoyo sin la asfixia, y que está tejida de confianza en sí misma, alteridad, sentido práctico y sencillez.

Las relaciones de Isabel en este periodo de madurez (de los treinta y cinco años en adelante) fueron espirituales, apasionadas y constructivas. Conllevaban dos características que creo que también se recogen en el título «El corazón hacendoso» y en su famosa cita a George Weiss de Baltimore: «Si nos armamos de valor, iremos al cielo a caballo en lugar de ir de brazos cruzados y arrastrándonos».[4] Ella combina bien los lados afectivo y efectivo del amor sobre los que tanto escribió san Vicente de Paúl. El amor sin expresión de ese amor en el servicio no es amor en absoluto. Relacionar la salvación eterna con las modalidades de transporte «ir al cielo a caballo» capta la orientación personal de Isabel de estar dirigida al cielo pero relacionada con la tierra en un sentido integral, no dualista. Hoy hablamos de la persona integrada, equilibrada y dirigida interiormente, la etapa madura de la integridad del yo que describió Erik Erikson. La única postura verdaderamente humana, y por tanto verdaderamente cristiana, en una relación en esta tierra es la de mutualidad, cuando uno no se sitúa en una posición subordinada o superior, sino en una de igualdad de persona bajo Dios. Estas tres revelan esa postura.

– – – –

[1] Brute, Mother Seton Notes, 76-80.

[2]  Ibídem, 217.

[3] Ibid.

[4] Ibídem, 127.

 

Fuente: Kelly, Margaret J. H.C. (1993) «Her Doing Heart: Key Relationships in Elizabeth Seton’s Life: 1809–1821,» Vincentian Heritage Journal: Vol. 14: nº 2, Artículo 7.

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