Federico quiso hacer el Camino de Santiago. Un día, que se sentía bien, con su mujer y su hermano menor escapó a Fuenterrabía, Irún, San Sebastián. Era el 22 de octubre de 1852.
Ese viaje a España le cansó mucho, pero sin hacer disminuir el deseo de un verdadero viaje a la España de los grandes recuerdos. Después de una semana de reposo, pues ya estaba enfermo de muerte, volvió a soñar en emprender la peregrinación a Santiago de Compostela, como sus antepasados. “Cuántas veces al amor del fuego, cerca de Amelia, mientras daba vuelta a un rescoldo quemado a medias, me embarqué para Tierra Santa. Mis deseos llegaban, por una parte, a las columnas de Hércules, por la otra, a las playas de Palestina. Y he aquí que al llegar a Bayona, a una ciudad semi-española, en que la mitad de los rótulos de las tiendas hablan el más puro castellano, dudo en llegar hasta Sevilla”.
Su médico le dio permiso para tratar cuando menos de ir a Burgos. Salió el 16 de noviembre con su mujer y su hija. La lluvia los acompañó durante gran parte del trayecto, y Ozanam iba pensando: «¡Cuántos pobres peregrinos de Francia y de Italia se encaminaron, anegados en llanto, para ir a buscar a Santiago la remisión de sus pecados, la curación de un enfermo, la liberación de un cautivo! ¡Y entre cuántos peligros, cuando las bandas sarracenas recorrían el país, cuando las aguas desbordadas arrasaban los puentes y destruían los caminos!”.
El 18 de noviembre, a eso de las tres, las torres de Nuestra Señora de Burgos surgieron ante sus ojos. Una hora después, se arrodillaba para dar gracias en la maravillosa catedral. Al día siguiente, pasó allí casi todo el día, en el corazón mismo de la Edad Media, recordando y admirando, rezando a la Reina de ese lugar en términos ardientes que refiere a su hermano:
¡Ah Virgen Santa, Madre mía, cuán poderosa Señora sois! Y en comparación con vuestra pobre casita de Nazaret, ¡qué admirables mansiones os mandó construir vuestro Hijo! Ya conocía otras muy hermosas, desde Nuestra Señora de Colonia hasta Santa María la Mayor y desde Santa María de Florencia hasta Nuestra Señora de Chartres…
Y ahora, los castellanos, dejando su gallarda espada para empuñar la llana y el cincel, se han turnado aquí durante trescientos años a vuestro servicio, para que también entre ellos tengáis una hermosa morada. Virgen santa que habéis obtenido estos milagros, conseguid también algo para nosotros y para los nuestros. Fortaleced la casa frágil y derruida de nuestro cuerpo. Haced que suba hasta el cielo el edificio espiritual de nuestras almas.
Ozanam lo contó todo en una obrita póstuma titulada: “Una Peregrinación al País del Cid”. Pareció revivir en Burgos:
A pesar del tiempo lluvioso —anuncia a sus amigos— nunca me he sentido mejor, y los tres días de Burgos sólo tuvieron el defecto de ser demasiado cortos: tres días pasados con el Campeador, con Fernán González, el gran conde de Castilla, con la gran Isabel… Allí, en Burgos, tenía todo el poema de la España heroica y sagrada. En tres días he visto trescientos años de historia.
En fin, traigo de allí nobles pensamientos, bellas páginas en germen, poesías y reseñas sobre los monumentos, baladas y leyendas. Amelia encontró viejos romances para cantar, compró mantillas, obtuvo para ella y para mí gracias del cielo. Sobra decir que doy gracias a Dios que me dio la fuerza de realizar este viaje agradable y útil; y también a mi querida esposa por su constante solicitud.
Aunque fue muy corta esa estancia en Burgos, Ozanam no olvidó a la Sociedad de San Vicente de Paúl. Entonces, San José de Madrid y Burgos eran las únicas que se habia adherido a la Sociedad en España. Pero al fin de ese año de 1852, se afiliaron muchas otras: Calella, Santa Cruz de Madrid, Santander, Huesca, etc.
Autor: Juan Manuel Gómez,
vicepresidente de la SSVP en España.
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