En este vídeo, el P. Patrick J. Griffin, CM, director ejecutivo del Centro Vicenciano para la Iglesia y la Sociedad de la Universidad St. John’s de Queens, Nueva York, habla de la aparición de Nuestra Señora de Siluva, y reflexiona sobre cómo podemos seguir el ejemplo de la Virgen durante la Cuaresma.
El video está en inglés; se ofrece la traducción al español después del mismo.
Traducción:
Hace más de 400 años, la Santísima Virgen María se apareció en el pueblo de Siluva, Lituania. En 1457 se construyó la primera iglesia en la aldea lituana de Siluva. Con la aparición de la reforma protestante a principios del siglo XVI, ni siquiera Siluva escapó al conflicto. Los dirigentes de la aldea abrazaron el calvinismo. Poco después, las autoridades se apoderaron de la iglesia, y la ferviente fe católica de la aldea de Siluva parecía que había llegado a su fin. Las siguientes generaciones de niños fueron bautizadas en la tradición calvinista, y el catolicismo se convirtió en un tenue recuerdo.
Pasaron muchos años. En el verano de 1608, unos niños pastoreaban sus ovejas en un campo cercano a una gran roca. Una mujer, de pie sobre la roca con un niño en brazos, atrajo su atención. Estaba vestida con túnicas azules y blancas, y lloraba. A la mañana siguiente, muchos habitantes del pueblo se reunieron alrededor de la roca. De repente, se oyeron sollozos. Todos los ojos se volvieron y allí, de pie sobre la roca, estaba la mujer llorosa con el niño en brazos. El pastor preguntó: «¿Por qué lloras?». La mujer respondió: «Hubo un tiempo en que mi amado Hijo era adorado por mi pueblo en este mismo lugar. Pero ahora han entregado esta tierra sagrada al arador y al labriego y a los animales para que pasten». Y desapareció.
La experiencia de la aparición de la Virgen posibilitó que muchos habitantes del pueblo redescubrieran la fe católica. Se convirtió en el símbolo de la fe de los aldeanos locales, así como de todo el pueblo lituano: Nuestra Señora de Siluva. La aparición de María con Jesús en brazos en el lugar donde no se le había rendido culto durante los últimos años, hace brotar lágrimas de los ojos de la Santísima Madre, que desea que se busque y venere a su Hijo. Nadie como María demuestra la solidez de la fe, atenta a las palabras y a los hechos de su Hijo. Ella estaba preparada para aceptar todo lo que viniera a su vida, y así Nuestra Señora de Siluva nos señala la importancia de una fe que es sagrada, una fe que se busca y una fe que es sólida. La propia fe de María en su Hijo nos guía por estos caminos. Que continuemos buscando y siguiendo su ejemplo.
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