«El amor es creativo hasta el infinito». Esas palabras de san Vicente se citan con frecuencia para recordarnos que debemos mostrar amor a los demás. San Vicente se las dijo en primer término a un hermano moribundo, animándole sobre el tierno amor de Dios, manifestado en Jesús, instituyendo la Eucaristía como expresión de ese tierno amor y misericordia.
Recordar esa expresión de San Vicente y su contexto me hizo pensar en un documento recientemente promulgado por el papa Francisco, en junio de 2022. El documento se titula Desiderio desideravi. Utiliza esas palabras latinas porque nos remiten a la introducción de la Última Cena en el Evangelio de Marcos donde Jesús declara «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22,15 y documento #2)
El papa Francisco continúa afirmando que Jesús instituyó la Eucaristía como una asombrosa posibilidad para los sencillos apóstoles, mostrándoles que la inmensidad del don y la pequeñez de quien lo recibe es infinita (#3). Continúa añadiendo que todos habían sido «atraídos por el deseo ardiente que Jesús tiene de comer esa Pascua con ellos. […] por eso, esa misma Cena se hará presente en la celebración de la Eucaristía hasta su vuelta» (#4).
El papa Francisco también declara que «Antes de nuestra respuesta a su invitación –mucho antes– está su deseo de nosotros: puede que ni siquiera seamos conscientes de ello, pero cada vez que vamos a Misa, el motivo principal es porque nos atrae el deseo que Él tiene de nosotros» (#6).
El papa Francisco hace una declaración muy importante sobre la relación entre la Eucaristía y el Concilio Vaticano II. Afirma que si «la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza» (Sacrosanctum Concilium, n. 10), entonces podemos comprender lo que está en juego en la cuestión litúrgica. Sería trivial leer las tensiones, desgraciadamente presentes en torno a la celebración, como una simple divergencia entre gustos diferentes respecto a una forma ritual particular. La problemática es ante todo eclesiológica. No veo cómo es posible decir que se reconoce la validez del Concilio —aunque me asombra que un católico pueda presumir de no hacerlo— y al mismo tiempo no aceptar la reforma litúrgica nacida de la Sacrosanctum Concilium, documento que expresa la realidad de la Liturgia íntimamente unida a la visión de Iglesia tan admirablemente descrita en la Lumen gentium. Por este motivo, como ya quedó expresado en la carta a todos los obispos, el papa se sintió en el deber de afirmar que «Los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano» (Motu Proprio Traditionis custodes, art 1).
El Papa Francisco muestra a lo largo de este documento que merece la pena rezar y estudiar lo importante que es la celebración de la Eucaristía tal y como fue renovada en el Concilio Vaticano II. También afirma que el don infinito que Dios nos hace de la Eucaristía nos llama a mantenernos centrados, no en distracciones sobre gustos, sino en por qué celebramos la Eucaristía, para profundizar en el misterio del amor infinito de Dios por todos nosotros, creativo hasta el infinito.
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