Identidad y misión del laicado vicenciano
Hace unos años, el P. Robert Maloney, C.M. escribía: “Espero que, en el siglo XXI, existan políticos vicencianos, economistas vicencianos, médicos y enfermeras vicencianos, maestros vicencianos, jóvenes vicencianos, matrimonios vicencianos, un ejército variado de laicos vicencianos”.
Esta frase nos pone en la pista de un dato muy importante en el carisma vicenciano: su dimensión laical. Siempre se ha dicho que una de las grandes “revoluciones” que Vicente de Paúl llevó a cabo en una Iglesia tan clericalizada como fue la de su tiempo, fue el dar carta de ciudadanía eclesial a los laicos, especialmente a las mujeres.
No hay que olvidar que la primera Institución que Vicente de Paúl fundó fue las “Cofradías de la Caridad” (23 de agosto de 1617), actualmente Asociación Internacional de Caridades (AIC), compuesta mayormente por mujeres laicas. Vicente de Paúl les dio todo el protagonismo y toda la autonomía en su trabajo caritativo, social y espiritual. Incluso, insistió mucho en que otra de sus más queridas fundaciones, las Hijas de la Caridad, no fueran “religiosas”, sino que fueran “buenas cristianas” inmersas en el mundo, en lo secular. Son dos ejemplos claros de cómo Vicente de Paúl fue el gran impulsor del laicado.
La Familia Vicenciana, donde predominan los miembros laicos, ha entendido muy bien esta “revolución laical vicenciana”. Tanto la Asociación de la Medalla Milagrosa, como las Juventudes Marianas Vicencianas y los Misioneros Seglares Vicencianos han emprendido, desde su nacimiento, una misión propia de los laicos, encarnándose en todos los ambientes de la sociedad como fermento misionero. Lo mismo que la Sociedad de San Vicente de Paúl, cofundada por el laico que mejor ha entendido e interpretado a san Vicente de Paúl, el beato Federico Ozanam. Cuando el Concilio Vaticano II relanzó, en sus Documentos, el papel de los laicos en una eclesiología de comunión y de misión, algún teólogo apuntó que el viento del carisma vicenciano revoloteaba por el aula conciliar. O, al menos, a los vicencianos no les tuvo que sonar a totalmente nuevo. Porque, desde sus inicios, ese carisma vicenciano ya fue vivido por hombres y mujeres laicos, comprometidos, convencidos de su identidad y de su misión específica.
La misión de los laicos vicencianos tiene un común denominador: la apuesta clara y radical por los pobres, los abandonados, los sometidos a cualquiera de las miserias, angustias y desesperanzas materiales, espirituales, morales y existenciales. Y en esa misión, los laicos vicencianos tienen dos líneas maestras para no equivocarse: “Los pobres, sacramento de Cristo” y “los pobres, nuestros amos y señores”.
Rosa María Cenalmor.
Estoy en la Asociación Internacional de Caridades de San Vicente de Paúl (AIC) de una forma activa y comprometida desde el 14 de noviembre de 1989. Es una fecha que tengo muy grabada en la mente y en el corazón porque constituye el inicio de mi nueva y definitiva andadura. Me apasiona la personalidad de san Vicente y de santa Luisa. Me identifico con la espiritualidad vicenciana. Encuentro el sentido de mi vida en la misión de servir a Jesucristo en la persona de los pobres y desvalidos. Todo ello desde mi convencida vocación laical y vicenciana. Y trato de transmitir mi ser y mi quehacer a todos los que me rodean.
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