Contemplación: Dejemos de hablar, comencemos a actuar
En su encíclica Fratelli Tutti, el Papa Francisco analiza el ejemplo del buen samaritano, que es ante todo aquel que se detiene, que se inclina para ayudar. El Santo Padre nos exhorta a que «no nos quedemos en discusiones teóricas, tomemos contacto con las heridas, toquemos la carne de los perjudicados» [FT, 261]. Sin embargo, tanto en nuestras Conferencias como en nuestras vidas, a veces perdemos mucho tiempo discutiendo e identificando problemas; un tiempo que a menudo podríamos emplear mejor en hacer algo por solucionarlos.
Emmanuel Bailly, Presidente de la primera Conferencia y primer Presidente General de la Sociedad, advertía de este mismo peligro en una Carta Circular de 1842, calificando de «gran peligro» que mantuviéramos largas discusiones «sobre la caridad en lugar de darnos por satisfechos con hacer sus obras… nuestra Sociedad es de acción, debe hacer mucho y hablar poco…» [Bailly, Carta Circular de diciembre de 1842]. Sin duda, Bailly reconocía que hay un lugar para la conversación, pero es actuando como mantenemos el espíritu primitivo de la Sociedad al que tan insistentemente nos insta Federico.
«Solo una cosa —escribió Federico— podría detenernos y perdernos: alterar nuestro espíritu original, […] una filantropía verbosa más ocupada en hablar que en obrar, o también unas prácticas burocráticas que impedirían nuestra marcha multiplicando nuestros engranajes» [Carta a Amélie Soulacroix, de 1 de mayo de 1841]. En lugar de enredarnos en debates y burocracias, enseñaba Federico, estamos llamados a «hacer todo el bien que podamos, y confiar a Dios el resto» [Baunard, 81].
Somos lo que hacemos cada día, enseñaba Aristóteles. Son nuestras obras de caridad, y no nuestros elaborados planes al respecto, las que nos hacen avanzar en nuestro camino hacia la santidad. Federico señala no sólo los peligros de la discusión que retrasa la acción, sino la que alaba nuestras acciones, o busca publicidad para ellas, lo que llamó «el fariseísmo que hace sonar la trompeta delante de uno» [Carta a Amélie Soulacroix, de 1 de mayo de 1841]. Llama la atención sobre «el celo un tanto expansivo de algunos socios que iban por todos lados sembrando alabanzas de nuestra naciente obra», explicando que «Lla exageración de sus informes nos hizo sospechosos para unos y ridículos ante los ojos de los demás. Nos profetizaron que la publicidad sería nuestra muerte». [Carta a François A Lallier, de 5 de octubre de 1837].
No es una llamada a la confidencialidad, sino a la humildad. Nuestras buenas obras serán conocidas por su bondad, no por nuestra jactancia. Al mismo tiempo, mientras «advertimos contra la publicidad sistemática», escribió Bailly, «exceptuamos cuidadosamente todos los proyectos, intentos y métodos para proporcionar a nuestros hermanos que sufren un alivio más rápido, seguro y abundante». En otras palabras, «mostrar muchos métodos para asistir a los indigentes» no debe ser publicidad para nuestro beneficio o crédito, sino que puede ser otra forma de servir a los pobres. [Bailly, Carta Circular de diciembre de 1842]
Cuando los setenta y dos regresaron de la misión a la que Cristo les había enviado, les advirtió que no se alegraran de sus obras, sino de su salvación (cfr. Lc 10,20). Del mismo modo, estamos llamados a actuar, pero a hacerlo con humildad, y a reflexionar no sobre nuestros grandes logros, sino sobre nuestro crecimiento en santidad a través de nuestras obras.
Contemplar
¿Invierto a menudo más tiempo en discutir los problemas que en hacer algo para resolverlos?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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