Contemplación: Buscar juntos su voluntad (SSVP USA, una reflexión semanal)
«La vida», dice el viejo refrán, «es lo que nos pasa mientras hacemos otros planes». Esta ocurrencia encierra una verdad más profunda, que san Vicente repetía a menudo. No es que no debamos hacer planes y simplemente esperar a que las cosas sucedan, sino más bien que debemos tomarnos tiempo no sólo para examinar lo que hemos logrado, sino para examinar lo que podemos aprender; en resumen, para discernir la voluntad de Dios de las personas y los acontecimientos de nuestra vida, especialmente en nuestro servicio vicenciano.
A menudo se observa que podemos aprender más del fracaso que del éxito, o como dijo Vicente, «la Voluntad de Dios no se nos puede dar a conocer más claramente en los acontecimientos que cuando suceden sin nuestra intervención o de una manera distinta a la que nosotros pedimos». Cuando nuestros planes y acciones se hacen con nuestro mejor esfuerzo para hacer la voluntad de Dios tal como la entendemos, los resultados de esos planes y acciones estarán de acuerdo con Su voluntad, o pueden darnos una nueva visión de Su voluntad. Nuestros fracasos también nos recuerdan que cualquier éxito que experimentemos no es nuestro, sino de Dios. Podemos «tener la alegría del triunfo», explicó el beato Federico «la Providencia tendrá la gloria» [Baunard, 209]. De hecho, ¡ésta es la definición misma de nuestra virtud de humildad! [Regla, parte I, 2.5.1].
Así pues, nuestra verdadera medida del éxito nunca puede limitarse a la consecución de nuestros propios objetivos, porque el éxito pertenece a Dios, que no necesita que escribamos su currículo. Más bien, debemos examinar primero si confiamos nuestras obras al Señor, si nos conformamos a su voluntad, si le glorificamos y si crecemos más cerca de Él. Si bien nuestro deber de rendir cuentas nos exige dar cuenta adecuadamente de nuestras acciones, nuestros fondos y otros detalles de nuestro trabajo, la rendición de cuentas más importante, el núcleo de nuestro crecimiento espiritual en esta comunidad de fe, se produce a través de una profunda reflexión sobre nuestras experiencias, primero individualmente y luego con nuestras Conferencias.
Ciertamente, esta práctica de reflexión apostólica debería seguir siempre a nuestras Visitas Domiciliarias, comenzando con la discusión entre los dos visitantes, y continuando con la oración, y quizás escribiendo un diario. Continuamos compartiendo nuestra reflexión con otros miembros de la Conferencia en nuestras reuniones regulares. Ellos, a su vez, vislumbrarán al Dios que estaba presente en nuestro prójimo, lo que les proporcionará nuevas percepciones que nos transmitirán a nosotros. Esto no nos dará la «respuesta» definitiva, pero nos acercará unos a otros y a Cristo.
Del mismo modo, es importante que reflexionemos sobre todos nuestros planes y todos sus resultados —despensas de alimentos y obras especiales, iniciativas de cambio sistémico, defensa de causas—, no para contabilizar el éxito en nuestros propios términos, sino para discernir si estamos sirviendo a Dios en primer lugar, y cómo podemos hacerlo mejor, preguntándonos siempre: «¿Dónde estaba Dios presente? ¿Vimos el rostro de Cristo? ¿Qué nos está diciendo ahora?». De este modo, todos crecemos juntos en santidad al acercarnos más a Cristo y a los demás. Ésta, y no los «negocios», es la razón por la que tenemos reuniones de la Conferencia, y la razón por la que las tenemos a menudo [Regla, Parte I, 3.3.1].
Contemplar
¿Dedico tiempo a discernir la voluntad de Dios tanto en el éxito como en el fracaso? ¿Lo comparto con mi Conferencia?
0 comentarios