Pasar de opuestos a iguales
Sospecho que todos hemos conocido relaciones que no deberían haber funcionado… pero lo hicieron.
Los que sólo conocen la vida de juventud de san Vicente y santa Luisa se sorprenderían de su trayectoria vital. Vicente y Luisa no habrían sido considerados una buena apuesta como relación que funcionaría.
Sin embargo, conociendo los últimos capítulos de sus vidas, vemos que ambos se transformaron y provocaron transformaciones a su alrededor. Juntos hicieron cosas que transformaron la faz de Francia (Luisa recibe poco crédito por razones que nos desviarían demasiado).
Su viaje los transformó de opuestos a iguales.
Ofrecen importantes lecciones para una Iglesia dividida en la actualidad.
Comienzos poco propicios
Su viaje no debería haber resultado como resultó.
Vicente y Luisa tenían orígenes muy diferentes.
Vicente era un chico de campo. Suponemos que era amado y querido por su familia.
Luisa era una chica de ciudad, hija ilegítima, solitaria, aislada, no querida.
Sus personalidades eran muy diferentes.
A riesgo de simplificar demasiado, Vicente era extrovertido, sagaz en los asuntos del mundo.
Luisa era más introvertida, ansiosa, organizada, de carácter fuerte, pero muy inquieta.
Hay muchos indicios de que ellos mismos no esperaban mucho de su relación. Nunca imaginaron lo entrelazadas que llegarían a estar sus vidas.
Sin embargo, sus 35 años de relación los transformaron no sólo a ellos, sino también a Francia, a la Iglesia y a la vida religiosa.
No siempre fue un camino de rosas
Algunos ( ver “La colaboración entre dos personas excepcionales: Vicente y Luisa«] han observado que, durante nueve años, tuvieron grandes diferencias sobre muchas preocupaciones estructurales de las Hijas. Pero aprendieron a respetarse mutuamente y a respetar a las personas a las que servían.
Aun así, Vicente y Luisa siguieron colaborando. Crearon misiones, trabajaron con las Damas de la Caridad, los administradores de hospitales, párrocos, obispos, cardenales, políticos, sistemas penales y otras organizaciones. Por encima de todo, querían que los pobres estuvieran mejor atendidos y evangelizados.
Su relación funcionó porque descubrieron que compartían un sueño común: servir a los cuerpos rotos y sangrantes de Cristo. Escucharon la voz de Dios que les llamaba y respetaron que cada uno viera aspectos diferentes de ese sueño.
Los animados intercambios entre estos dos pioneros de la caridad nos permiten vislumbrar el movimiento del Espíritu. Juntos llevaron la buena noticia a quienes sufrían abandono espiritual y vivían al margen de la sociedad.
Animados por un sólido sentido de la misión y de lo que creían que era la voluntad de Dios, combinaron sus dones y habilidades naturales en respetuosa corresponsabilidad.
Ellos prueban que, sean cuales sean nuestros antecedentes, personalidad, experiencias vitales, conflictos y opuestos, las personas podemos trabajar juntas hacia una visión común.
¿Un viaje sinodal?
¿No es esto a nivel personal lo que el papa Francisco nos insta a hacer a todos? Escuchar al espíritu que nos habla a nosotros y a los demás sobre cosas que quizás aún no apreciamos.
DECIMOS que somos hijos e hijas de Dios. Pero todavía estamos arañando la superficie de VIVIR la visión de Dios.
Al iniciar la conversación más extensa hoy en el mundo, el papa Francisco nos llama a escuchar juntos al Espíritu.
Puede que Vicente y Luisa no hayan utilizado el lenguaje del encuentro y la sinodalidad, pero nos enseñan mucho sobre cómo se desarrolla el proceso a lo largo de la vida.
Es un viaje de opuestos a iguales que buscan entender… y vivir… la misma visión bajo la guía del Espíritu.
Juntos aprendemos las implicaciones de la oración de Jesús: el Padre nuestro.
Vicente y Luisa llegaron a apreciar mutuamente su manera de entender el servicio.
Creo que necesito reflexionar más sobre Vicente y Luisa como modelos de espiritualidad sinodal.
Publicado originalmente en Vincentian Mindwalk
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