Luisa de Marillac descubre a los pobres
Luisa de Marillac a los dos meses de nacer fue internada en el convento de las dominicas de Poissy hasta los 13 años en que pasó a vivir en un pensionado de Paris. Desde entonces diariamente veía a los pobres por las calles. Ella era de familia noble, pero a causa de su nacimiento ilegítimo, fue apartada de los derechos sucesorios quedando en una situación económica un tanto precaria que la contagió el miedo a que su hijo Miguel cayera en la penuria. Fue el tormento de Luisa hasta poder casarlo (Ver la biografía de santa Luisa de Marillac: Benito MARTÍNEZ, C.M. Empeñada en un paraíso para los pobres, CEME, Salamanca 1995, p. 47s.).
A la edad de 16 años, acude a los capuchinos buscando una respuesta al porqué de la vida de sufrimiento, que Dios le había dado desde su mismo nacimiento y nunca la abandonará (E 19), y descubre que la respuesta se encuentra en el designio eterno de Dios. Y voluntariamente decide colaborar para que se cumpla en ella el designio divino que llaman vocación. En esa colaboración encuentra la solución a los interrogantes que le plantea su vida misteriosa: hija ilegítima de un o una Marillac que hoy desconocemos quién era, acogida como hija por Luis de Marillac que no podía tener hijos y era el jefe de la Familia, educada en el mejor colegio-convento de París y sus alrededores, pero excluida por los Marillac y por las leyes de la herencia de “su padre”. A la muerte de Luis de Marillac, su familia la colocó en un internado seglar con vistas a un matrimonio burgués; quiso ser capuchina e hizo voto de ser religiosa, pero los Marillac la obligaron a casarse con un funcionario de clase media, Antonio Le Gras, jefe de la secretaría de la Reina Regente María de Médicis que podía influir para mejorar la posición política de los Attichy-Marillac. A los 34 años, queda viuda con un hijo de 12 años (Benito MARTÍNEZ, C.M., o. c. p. 32). Seis años antes de morir su marido, el Espíritu Santo la introdujo en una Noche Mística y en ella le comunicó que la necesitaba para fundar una Compañía dedicada exclusivamente a salvar a los pobres. Ella no lo entendió entonces. Fue Vicente de Paúl quien le descubrió el modo de salvarlos. Desde entonces su vida se identificó con los pobres.
En 1642 se hundió el suelo de una sala en la Casa de las Hijas de la Caridad donde iban a reunirse san Vicente, ella y muchas Señoras de las Caridades, pero nadie murió porque se había suprimido la reunión. Tres años después, cuando se entera de la mala vida de su hijo y que la Compañía quedaba bajo la autoridad del arzobispo de París, pensó que aquel día se había salvado la Compañía (E 53). La lectura que hizo de su vida pasada, cuando tenía 54 años, le manifestó cómo Dios la había guiado a encontrarse con Vicente de Paúl para fundar la Compañía de las Hijas de la Caridad, y comprende la utilidad de haberse preparado en humanidades en el colegio-convento de Poissy y en las faenas caseras, en un pensionado y podérselas enseñar a las Hijas de la Caridad. Se puso a escribir un diario espiritual y vio que su vida se desarrollaba en función de la Compañía de las Hijas de la Caridad y de los pobres. Hoy comprendemos, que Dios le dio el carisma de fundadora, porque era viuda y tenía una vida apropiada para esa finalidad, y para realizarla, le presentó al gran director, Vicente de Paúl.
Luisa de Marillac, luego señorita Le Gras, ya veía a los pobres pidiendo limosna por las calles y a las puertas de las Iglesias y conventos, y su director espiritual, el sacerdote Vicente de Paúl la descubrió que estaba obligada a cargar con ellos y que sólo los podría ayudar eficazmente y de una manera duradera, si se organizaba en alguna de las Caridades (AIC) que había fundado él.
El año 1630 “la Señorita Le Gras invitó a cinco o seis señoras conocidas suyas de la parroquia de san Nicolás du Chardonnet, donde vivía, a juntarse con ella para el servicio de los enfermos pobres; y así lo hicieron. Escribió al Sr. Vicente para darle cuenta del progreso que habían realizado en aquella obra caritativa. Él le recomendó que siguieran los Reglamentos de las Cofradías ya establecidas (AIC). Luisa lo cumplió fielmente, y Dios concedió tal bendición que otras señoras se asociaron, y los pobres han estado desde entonces siempre muy bien atendidos bajo la sabia dirección del Sr. Párroco” (ABELLY, p. 117).
P. Benito Martínez, CM
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