Un regalo para la vista
«¡Un regalo para la vista!»
Desde el siglo XVIII, esta frase se utiliza para referirse a la alegría de ver a alguien, hasta el punto de que los ojos se sienten mejor sólo por verlo.
Nunca había pensado en la frase en el contexto del relato bíblico de la presentación de Jesús en el templo, hace unos 2000 años. Sin embargo, la alegría de Simeón y Ana es lo que destacó el Papa Francisco en su reflexión de 2017 sobre la fiesta de la Presentación y una jornada que celebra la vida consagrada.
Al leer las palabras de su corazón, me di cuenta del doble significado de sus pensamientos. Hablan al corazón de todos los creyentes de hoy. También hablan de manera especial a los que viven lo que se llama «vida consagrada». Cada uno de nosotros puede entrar en la alegría de Simeón y Ana, que en su vejez vieron que su vida valía la pena porque el Señor cumple su promesa.
«Más tarde, el mismo Jesús explicará esta promesa en la Sinagoga de Nazaret: los enfermos, los detenidos, los que están solos, los pobres, los ancianos, los pecadores también son invitados a entonar el mismo canto de esperanza. Jesús está con ellos, él está con nosotros (cf. Lc 4,18-19). (Papa Francisco)
Avancemos hasta hoy
El Papa Francisco escribe
Este canto de esperanza lo hemos heredado de nuestros mayores. Ellos nos han introducido en esta «dinámica». En sus rostros, en sus vidas, en su entrega cotidiana y constante pudimos ver como esta alabanza se hizo carne. Somos herederos de los sueños de nuestros mayores, herederos de la esperanza que no desilusionó a nuestras madres y padres fundadores, a nuestros hermanos mayores.
Somos herederos de nuestros ancianos que se animaron a soñar; y, al igual que ellos, hoy queremos nosotros también cantar: Dios no defrauda, la esperanza en él no desilusiona.
Nos hace bien recibir el sueño de nuestros mayores para poder profetizar hoy y volver a encontrarnos con lo que un día encendió nuestro corazón. Sueño y profecía juntos. Memoria de cómo soñaron nuestros ancianos, nuestros padres y madres y coraje para llevar adelante, proféticamente, ese sueño.
La tentación de la supervivencia
Continúa describiendo…
…la tentación de la supervivencia. Un mal que puede instalarse poco a poco en nuestro interior, en el seno de nuestras comunidades.
La actitud de supervivencia nos vuelve reaccionarios, miedosos, nos va encerrando lenta y silenciosamente en nuestras casas y en nuestros esquemas.
Nos proyecta hacia atrás, hacia las gestas gloriosas —pero pasadas— que, lejos de despertar la creatividad profética nacida de los sueños de nuestros fundadores, busca atajos para evadir los desafíos que hoy golpean nuestras puertas.
La psicología de la supervivencia le roba fuerza a nuestros carismas porque nos lleva a domesticarlos, hacerlos «accesibles a la mano» pero privándolos de aquella fuerza creativa que inauguraron; nos hace querer proteger espacios, edificios o estructuras más que posibilitar nuevos procesos.
La tentación de supervivencia nos hace olvidar la gracia, nos convierte en profesionales de lo sagrado pero no padres, madres o hermanos de la esperanza que hemos sido llamados a profetizar.
Ese ambiente de supervivencia seca el corazón de nuestros ancianos privándolos de la capacidad de soñar y, de esta manera, esteriliza la profecía que los más jóvenes están llamados a anunciar y realizar.
En pocas palabras, la tentación de la supervivencia transforma en peligro, en amenaza, en tragedia, lo que el Señor nos presenta como una oportunidad para la misión.
Esta actitud no se limita a la vida consagrada, sino que cada uno de nosotros está llamado a no caer en ella..
Preguntas para todos nosotros
- ¿En qué medida somos conscientes del sueño de Jesús?
- ¿Tenemos la valentía profética de llevar adelante los sueños de nuestros mayores?
- ¿Dejamos que nuestras preocupaciones por la supervivencia paralicen la profecía en una cultura del descarte?
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