La experiencia durante la epidemia
Mucho se está hablando y escribiendo sobre los efectos de la epidemia del covid-19 y la situación en que quedará el mundo. La experiencia puede ser el catón de la nueva existencia, y san Vicente de Paúl el maestro que nos enseñe a leerlo con aquella frase que expresó a los 62 años: “Tal es mi fe y tal es también mi experiencia” (II, 237); la experiencia que le daba haber encontrado la voluntad de Dios en los sucesos de la vida. Para él cada acontecimiento era un signo de la voluntad de Dios y un signo determinante cuando se refería a los pobres. La experiencia le hizo ser siempre él mismo[1] en bien de los pobres. Construyó su vida espiritual sobre cimientos berulianos, pero la experiencia le decía que debía reformarla, teniendo a Jesucristo como modelo: “Si se le pregunta a nuestro Señor ¿qué has venido a hacer en la tierra? Responderá, a asistir a los pobres. ¿Qué otra cosa? Asistir a los pobres” (XI, 34). Las gentes a las que se dirige san Vicente son campesinos, enfermos, refugiados que huyen de la guerra, y hoy son contagiados del virus y migrantes que huyen del hambre y también de la guerra. Con la diferencia de que en los pobres de hoy no abunda la religión, y en los pobres que rodeaban a san Vicente estaba “la verdadera religión” (XI, 462). Se lo decía la experiencia.
En el Círculo de Mme. Acarie descubrió que para asistir a los pobres hay que “revestirse del Espíritu de Jesucristo”, como aseguraba Bérulle, pero su experiencia le añadió “conforme a la voluntad de Dios” y lo retrató en una frase que escribió a santa Luisa de Marillac, tomada de la tercera parte de la Regla de Perfección de Benito de Canfield: “¡Qué grandes tesoros hay ocultos en la divina Providencia y cómo honran a Nuestro Señor los que la siguen y no se adelantan a ella!” (I, 131s). Porque la experiencia le decía que al hacer las cosas de Dios, él hará las nuestras, si las tomamos como son en Dios y no como a nosotros nos parecen (VII, 331; XI, 436). Pasada esta epidemia tendremos que revisar muchas cosas, apoyados en la experiencia de lo ya vivido. Una de ellas son las relaciones entre misioneros e Hijas de la Caridad.
Vicente de Paúl en los comienzos era reacio a que los misioneros se relacionasen con las Hijas de 1a Caridad, pero al final de su vida la experiencia le llevó a asumir la postura de la señorita Le Gras, y a exponer argumentos a los misioneros para convencerlos de que la ayuda espiritual a las Hijas de la Caridad es uno de los fines de la Congregación (XI, 392s). Sin titubeos le expone al P. de la Fosse en febrero de 1660 que su experiencia le dice que “las Hijas de la Caridad entraron en el orden de la Providencia como un medio que Dios nos da para hacer con sus manos lo que no podríamos hacer con las nuestras en la asistencia corporal a los pobres enfermos y decirles con sus labios algunas frases de instrucción y consuelo para la salvación… Estas Hermanas se dedican como nosotros a la salvación y cuidado del prójimo; y si dijese que con nosotros, no diría nada contrario al evangelio” (VIII, 227). Días antes había escrito al P. Dehorgny que era obligación del P. Cuissot, “como superior de los misioneros, tener de esas Hermanas el mismo cuidado que tiene de los seminaristas, y que los que las instruyen, confiesan y dirigen, lo hagan según sus consejos y no independientes de él” (VIII, 220). Era un reflejo del interés que ponía santa Luisa por hacer una sola institución con dos cuerpos, uno de misioneros y otro de sirvientas. Fue un sueño, pues no la acompañó el éxito mientras vivió ni tampoco después de muerta. Parece que nadie aceptaba sus deseos por atrevidos o proféticamente prematuros. Su visión pudo cambiar nuestra histórica.
La experiencia nos dice que nos preocupemos de inculturizarnos sin contraer el virus, pero hemos ignorado que, ante la impotencia humana contra un virus, la gente busca a Dios, porque lo demás lo encuentra en la sociedad, lo que busca que le demos nosotros es a Dios. Acaso no se acercan los jóvenes, porque queremos darles lo que ya encuentran en la calle y ellos nos piden que les demos la vida espiritual que llevamos en nuestro interior. San Vicente lo sabía por experiencia y nos encarga: “Buscad, buscad, esto dice preocupación, esto dice acción. Buscad a Dios en vosotros, ya que san Agustín confiesa que, mientras lo andaba buscando fuera de él, no pudo encontrarlo; buscadlo en vuestra alma, como en su morada predilecta; es en el fondo donde sus servidores, que procuran practicar todas las virtudes, las establecen. Se necesita la vida interior, hay que procurarla; si falta, falta todo” (XI, 429).
Nota:
[1] Vincent Depaul, son expérience Spirituelle et la nôtre, (Par une commission française pour la préparation de l’Assemblée Générale de la C. M. de 1980, dactylographié) p. 54-55.
P. Benito Martínez, CM.
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