El coronavirus se vence con amor generoso
Ese virus en forma de corona que se ha convertido en pandemia puede ser destruido por la generosidad, que en realidad es un fruto del amor. El amor humano es generoso con las personas contagiadas. Nadie puede amar sin compadecerse de los sufrimientos del enfermo y ser generoso con él. A veces, por un sentimiento humanitario, somos generosos sin amar y nos compadecemos de los que sufren. Puede existir la generosidad sin amor, pero nunca se encuentra el amor sin generosidad. Quien ama ya es generoso; porque la señorita Le Gras amaba a su hijo Miguel era generosa con él y le perdonaba los años que llevó de mala vida, y porque amaba a los pobres, se compadecía de ellos. Si no somos generosos con los contagiados ni nos compadecemos de su situación, es que no los amamos lo suficiente, y si no oímos sus lamentos es que nos cuesta amarlos. Pero si hay amor, lo demás sobra, venía a decir santa Luisa, invitando a no dejarse dominar por el desaliento, experimentando la necesidad que los enfermos tienen de asistencia, cordialidad y dulzura (c. 7). Es lo que decía Jesús rodeado de gente desorientada: amad a vuestros enemigos, haced el bien, sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo (Lc 6, 35s).
El amor o caridad, además de virtud infusa, es un sentimiento humano que no depende de nosotros tenerlo o no tenerlo. Nadie puede decidir amar a este o a aquel enfermo ni el momento de amar, porque el amor es ciego. Santa Luisa decía que los sentimientos son naturales y nosotros no somos los dueños (c. 116). Se ama cuando se siente el amor, no cuando se manda amar. ¿Por qué, entonces, hay que amar a todos los contagiados como a uno mismo? ¿Por qué, como se extasiaba san Juan de la Cruz, al atardecer de la vida nos examinarán del amor? (Dichos de luz y amor, 59). Porque se nos juzgará si el amor nos ha llevado a sacrificarnos por los contagiados, superando las leyes si es necesario. San Agustín decía: “Ama y haz lo que quieras” (Com. a 1Jn 7,8). El que ama es compasivo y generoso. Santa Luisa le decía a san Vicente: “Desearía que su santo amor se diese a mi corazón por ley perpetua”. “Dios ha tenido a bien poner en mi corazón una ley que nunca más ha salido de él” (c. 128, 345). Era la ley del amor, aún con peligro de su vida. Pero “nada se ama si antes no se conoce cómo es”, por eso, cuanto más conozcamos a las personas contagiadas, mayor será el amor que les daremos, pero también para conocer bien a los contagiados hay que amarlos.
El amor que crece en las Hijas de la Caridad es una participación del amor divino, pudiendo decir que Dios ama a los contagiados a través de nosotros y que el amor divino se les hace visible a los contagiados cuando sienten que nosotros los amamos. Santa Luisa de Marillac decía que cuando recibimos el mandamiento de amar a Dios de todo corazón, recibimos también el mandamiento de amar al prójimo. ¡Qué gran consuelo para las almas buenas tener ocasiones de testimoniar a Dios el amor que le tienen por el servicio que dan a los pobres! (c. 14, 449, 330). Es el amor que pide Jesús: “Como el Padre me amó, yo os he amado; permaneced en mi amor. Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 9.12).
Santa Luisa y san Vicente presentan al Espíritu Santo como la fuerza que une a toda la humanidad, ya que el amor a Dios debe abarcar a todos a los que él ama, porque pertenecemos a la misma humanidad que en Cristo nos une a la divinidad (E 67), y el mismo Espíritu divino habita en todos los hombres y nos une en el mismo amor (E 87).
Pero sin confundir caridad con solidaridad. La caridad es una virtud, la más excelsa, mientras que la solidaridad es un hecho, como el hecho de ser hermanos. Puede existir mucha solidaridad entre los enfermos y nosotros y nada de caridad. Sin embargo, la caridad está desgastada al confundirla con beneficencia, en el sentido de limosna y no de hermandad. Mientras que la solidaridad se ha convertido en sinónimo de igualdad y de justicia, y es más actual en una sociedad marcada por los derechos humanos. La misma Iglesia usa a veces la palabra solidaridad por caridad.
Solidaridad significa solidez, formar con otra persona un bloque en solidez, como las células de un cuerpo humano. Lo que le pasa a una célula repercute en todas. La solidaridad supone que entre los hombres existe cohesión, de tal manera que el contagio de una persona debiera implicar a todas. Y si no compartimos su dolor, es porque no nos sentimos solidarios con los contagiados y, entonces, la solidaridad es una farsa. Mientras que la palabra caridad viene de caro, querido, es decir, amar a otra persona porque es querida y vale mucho. La caridad es obligatoria para todas las personas y no solo para las instituciones públicas, como piden muchos. Trampa en la que caen las organizaciones de la Iglesia, atacando toda iniciativa privada de caridad que no esté controlada por las instituciones eclesiales. La caridad se convierte en acción social y los centros caritativos en oficinas. Se investiga las necesidades y se descubren las trampas de muchos enfermos, pero también sus intimidades que pueden humillarlos. Al prohibir a los particulares ejercer directamente la caridad, se ahoga el amor del corazón. Sólo se contempla la efectividad material del enfermo y no el amor de quien le atiende. Se ha asesinado el amor vicenciano. La Hija de la Caridad ha sido instruida para saber integrar la caridad personal a los contagiados en la acción social y cuando no lo logra, se corrompe el vicencianismo basado en el contacto directo del amor entre personas. Ya no son las personas el cauce del amor, sino las oficinas. ¡Se acabó la idea genial de san Vicente, santa Luisa y del beato Ozanam de atender personalmente al pobre en su casa! ¡Se acabaron la Hija de la Caridad, la AIC y la SSVP! Ya no tiene explicación la parábola del Buen Samaritano ni se encuentra sentido a las palabras de Jesús sobre dar al que te pide. Hoy abundan las grandes metrópolis, donde los hombres son unos desconocidos y la sanidad está controlada por los poderes públicos, mientras que en el siglo XVII abundaban las aldeas, donde se sabía quiénes estaban enfermos, pero, a su imitación, organizaron la ciudad en pequeñas caridades alrededor de la parroquia (SLM. c. 8). Y puede ser el modelo para que los vicentinos ayuden a los contagiados durante esta pandemia.
P. Benito Martínez, C.M.
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