Reflexiones Vicentinas al Evangelio: Pentecostés

Javier F. Chento
5 junio, 2014

Reflexiones Vicentinas al Evangelio: Pentecostés

por | Jun 5, 2014 | Reflexiones | 0 Comentarios

La Venida del Espiritu Santo Jean II Roustout - 1732

La Venida del Espiritu Santo
Jean II Roustout – 1732

«Hemos de saber que su Espíritu está extendido por todos los cristianos que viven según las reglas del cristianismo;… Pero ¿cuál es este Espíritu que se ha derramado de esta forma? Cuando se dice: «El Espíritu de nuestro Señor está en tal persona o en tales obras», ¿cómo se entiende esto? ¿Es que se ha derramado sobre ellas el mismo Espíritu Santo? Sí, el Espíritu Santo, en cuanto su persona, se derrama sobre los justos y habita personalmente en ellos.»» (SVdeP XI, 410)

En la primera Lectura, de los Hechos de los Apóstoles, se nos narra la venida del Espíritu, sobre los Apóstoles. Lucas, autor de este libro, quiere mostrar que las primeras comunidades han recibido el Espíritu Santo, prometido por Jesús resucitado, y que actúan bajo su poder. La comunidad cristiana estaba surgiendo. Hombres y mujeres se dedicaban a la oración, al servicio, a la predicación del Evangelio, entre otras cosas. La narración hecha por Lucas quiere manifestar la forma en que el Espíritu invade la vida comunitaria. “1. Estando reunidos, 2. Vino un viento huracanado, 3. Llenó toda la casa, 4. Aparecieron lenguas como de fuego, 5. Se llenaron todos del Espíritu Santo, 6. Hablaron en lenguas extranjeras”. La intención de Lucas, no es narrar como un periodista un hecho históricamente ocurrido, tal cual lo relata, sino mostrarnos la forma cómo desde el Antiguo Testamento se narra el actuar de Dios, recurriendo a imágenes clásicas, tales como el ruido, el viento huracanado que invade la casa, presencia en forma de lenguas de fuego. Es claro que el Espíritu “acontece” en comunidad y no en soledad. Invade por completo a la comunidad y la pone en crisis (viento huracanado) ante los acontecimientos. La comunidad responde a las necesidades del mundo tras la crisis. Las lenguas (idiomas) simbolizan la predicación del Evangelio a todas las naciones, a todas las culturas, expresadas también en los versículos 5-6; 9-10.

La segunda lectura, nos habla de los diversos dones y ministerios, de las diversas actividades, que sólo provienen de un mismo Espíritu, de un mismo Señor, de un mismo Dios. “Nadie puede decir: ¡Señor Jesús!, si no es movido por el Espíritu” Nadie podrá hacer nada si no es por la fuerza del Espíritu que unge e incita a la misión. Pablo reconoce también a la comunidad formada como “miembros de un solo cuerpo”, el cuerpo de Cristo.

Finalmente, San Juan, nos presenta a los discípulos temerosos, encerrados por miedo a los judíos. Ese temor no les durará mucho tiempo, porque el Paráclito prometido vendrá en su ayuda. Jesús se presenta en medio de ellos y les anima a continuar con la misión encomendada. “La paz, esté con ustedes”. Estas palabras de aliento, junto con la muestra de sus llagas, coloca a los discípulos en disposición de recibir lo prometido: “Reciban el Espíritu Santo”. Esto va acompañado por el envío misionero y por el poder de perdonar los pecados. El Espíritu es dinámico, no monótono, ni pasivo, ni uniforme. A pesar de la pluralidad de pensamiento, de culturas, de religiones, el Espíritu Congrega, reúne y conforta.

El Espíritu debe impulsarnos a ir por todo el mundo y a trabajar por un mundo con estructuras distintas, con posibilidades de vida digna y justa para todos los hijos e hijas de Dios. Pero el Espíritu no actúa por sí solo, necesita de la disponibilidad y contribución voluntaria, por supuesto, de cada uno de nosotros. El Espíritu invade, pero no obliga. Seamos voluntarios y espontáneos colaboradores, si es que decimos llamarnos cristianos; y más aún, que seguimos la espiritualidad de Vicente de Paúl.

«Cuando se dice que el Espíritu Santo actúa en una persona, quiere decirse que este Espíritu, al habitar en ella, le da las mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo en la tierra, y éstas le hacen obrar, no digo que con la misma perfección, pero sí según la medida de los dones de este divino Espíritu» (SVdeP XI, 411).

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