Una lucecita en Cité Soleil

Javier F. Chento
4 junio, 2014

Una lucecita en Cité Soleil

por | Jun 4, 2014 | Hijas de la Caridad | 0 Comentarios

Lo dice todo el que conoce la historia de violencia y pobreza extrema de Cité Soleil: no deje de ir a ver lo que hacen allí las Hijas de la Caridad de San Vicente Paul. Si uno no comulga mucho con la fe, como es el caso, puede darle pereza. Pero enseguida entiendes que estas monjas son de armas tomar y que la labor social que realizan es extraordinaria. Para empezar, no es fácil encontrar un cristiano con vehículo que se atreva a cruzar las calles polvorientas de este miserable suburbio de Puerto Príncipe, el más pobre de la capital más pobre de América Latina y del hemisferio occidental. Aquí malviven 300.000 personas hacinadas en chabolas hechas de tablones, barro y techos de zinc, auténticos hornos malayos cuando aprieta el sol, y la mayoría carecen de electricidad, agua y letrinas, sin contar con que el 75% de los jóvenes que las habitan no poseen empleo pero sí machetes y pistolas.

“Yo ya estoy acostumbrada… Pero la verdad es que no son muchos los que quieren venir por aquí”, admite Sor Milagros tras abrirse el portón del centro que regenta en el epicentro de este infierno, que el terremoto de 2010 inflamó más todavía. Ya no hay tantos asesinatos y balaceras como antes, cuando la locura se instaló en Haití tras la partida del expresidente Jean Bertand Aristide, en 2004, pero Cité Soleil sigue siendo dinamita. “La gente aquí no tiene nada, sólo hambre y pocas formas de buscarse la vida”, asegura la hermana.

Milagros se apellida Caballero y es de Valladolid. Acaba de cumplir 80 y la mitad de su vida la ha pasado en Cité Soleil. “Hace 40 años empezamos con un pequeño centro de salud allí mismo…”. Señala con sus ojos hacia unos bancos donde ahora guardan cola dos o tres docenas de madres con sus hijos que no hablan ni juegan, no tienen fuerzas. El problema no ha cambiado desde los años setenta. “Los niños lo que están es malnutridos: sus padres no tienen para darles de comer, así de cruda es la vida”. Son las 11 de la mañana de un soleado día de fines de mayo y a esta hora 98 niños y 35 embarazadas ya han sido atendidos —el centro consulta un promedio de 200 casos diarios—. Los pequeños con problemas más graves son ingresados durante semanas o meses en una sala de nutrición (60 plazas) donde reciben alimentación tres veces al día, duermen en una cama digna y juegan en una pequeña guardería. “Aquí reviven”, resume su responsable.

Mientras dura el ingreso las madres acuden a pasar el día con sus hijos y a Sor Milagros se le ocurrió que a estas mujeres también había que enseñarles un oficio con el que ganarse después la vida. Así se creó un taller de costura en el que miles de madres de Cité Soleil han aprendido a coser y a bordar. Las mismas hermanas comercializan su producción de manteles, delantales, muñecas y tarjetas de Navidad, y les entregan después el dinero obtenido.

Aunque tiene las rodillas operadas, esta misionera no para. Muestra las aulas de preescolar donde tiene a su cargo 300 niños —muchos salidos del centro de nutrición—, y después entra a la farmacia, al laboratorio, o abre una habitación donde hay decenas de cunitas para la hora de la siesta…. “¿El dinero? ¡Ay, mi hijo! Eso si yo ni sé de donde viene”, asegura. Como la educación en Haití se paga, cuando es necesario ella hace malabares para obtener donaciones de aquí y de allá y subsidiar la enseñanza de sus chicos. Aporrea otra puerta y aparecen las instalaciones de primaria, donde estudian otros 700 chicos con financiamiento de la AECID. El equipo está integrado por ocho monjas, cuatro médicos y varias enfermeras haitianas, además de 20 profesoras, cocineras… “En fin…”, dice, restándose importancia.

El hospital cercano, también construido por su congregación, fue atendido por ellas hasta los disturbios ocurridos tras el abrupto fin del segundo mandato de Aristide. Entonces se lo dejaron al Estado y ahora lo gestiona Médicos sin Fronteras. En aquellos años sí sonaban los balazos de verdad, aunque a ellas los delincuentes las respetaban. Les decían, “Hermanas, entren para adentro que vamos a disparar”. En 2008 la Reina Sofía no pudo visitarlas por problemas de seguridad, pero hace dos años estuvo allí y se quedó impresionada. “Hoy las balas que más matan son la pobreza y la miseria”, dice , y uno piensa que, por suerte, mañana en Cité Soleil Milagros y su gente abrirán de nuevo las puertas de este centro tan especial y sin tiempo para lamentarse.

Tomado el diario El Mundo (España), Mauricio Vicent Cité Soleil (Haití) 3 JUN 2014

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