Bondad que todos han de conocer
Jesús es la bondad de Dios en persona. Con razón, pues, se nos pide a los cristianos hacer que nuestra bondad la conozcan todos.
El profeta Baruc y el profeta Isaías proclaman la bondad de Dios, si bien no de forma expresa. Pues la primera lectura e Is 40, 1-5 anuncian el consuelo que les trae Dios a los desterrados, pobres, afligidos.
Por cierto, el evangelio de hoy se sirve, en parte, de este texto de Isaías. Pero la buena noticia de Baruc y de Isaías sirve, en el evangelio, para llamarnos a todos a la conversión. Se nos llama así a todos, sí, para que veamos todos la salvación de Dios. Es decir, se nos proyecta la salvación universal. Esta no es para los judíos no más, sino para los gentiles también.
Y arrepentirnos quiere decir cambiar de modo de pensar y de forma de vivir. Es romper con ese modo de pensar tribal, un hábito religioso, y fundarnos en la bondad de Jesús. Y él es testigo de la verdad mientras nos enseña a amar a Dios y a nuestros hermanos y hermanas. No amar así quiere decir ser prisionero de la gran mentira de mentiras. Es «la del “yo” que se basta a sí mismo».
Así que ser de la verdad, tener la verdadera bondad, es practicar las dos grandes virtudes de Jesucristo: la religión para con su Padre y el amor para con los humanos (SV.ES VI:370). Desde luego, tal práctica puede llevar a que se entregue el cuerpo y se derrame la sangre. Pero de este modo no más se llegará lleno de frutos de justicia al Día de Cristo. Así no más se conocerá el consuelo de Dios.
Señor Jesús, enséñanos a tener la verdadera bondad parecida a la tuya y a la de tu Madre, sin pecado concebida. Haz que tal bondad sirva de luz y fermento de justicia, de amor y de paz en el mundo.
8 Diciembre 2024
Domingo 2º de Adviento (C)
Bar 5, 1-9; Fil 1, 4-6. 8-11; Lc 3, 1-6
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