Contemplación: Caridad prestada y recibida

Tim Williams
8 octubre, 2024

Contemplación: Caridad prestada y recibida

por | Oct 8, 2024 | Formación, Reflexiones, Sociedad de San Vicente de Paúl | 0 Comentarios

Este artículo apareció originalmente en ssvpusa.org

La caridad, explicaba el beato Federico, es un vínculo más fuerte de la amistad, pero la caridad «es un fuego que se apaga si le falta el alimento, y el alimento de la caridad son las buenas obras» [Carta a Léonce Curnier, de 4 de noviembre de 1834]. Esto no tendría sentido si la caridad fuera sinónimo de buenas obras, como suele usarse la palabra hoy en día. En cambio, para Federico y para Vicente de Paúl, la caridad es algo que preexiste a nuestras obras, y es algo que recibimos a la vez que damos.

De nuestras tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, el apóstol Pablo nos dice que la caridad es la mayor. En muchas traducciones de la Biblia, esta virtud se llama amor, que es el sentido en que Federico y Vicente hablan de la caridad. En el griego original, Pablo utiliza la palabra ágape, una de las varias palabras que designan el amor en esa lengua. A diferencia del amor romántico o fraternal, ágape no describe un sentimiento. De hecho, Dios no nos ordena que tengamos un determinado sentimiento hacia otra persona. En cambio, nos dice, utilizando la misma palabra, ágape, que amemos a nuestros enemigos, que hagamos el bien a los que nos odian, que bendigamos a los que nos maldicen (cfr. Lc 6,27). Al fin y al cabo, incluso los pecadores aman a quienes les aman. La caridad no nos llama a sentir, sino a actuar.

El griego ágape parece descender de la palabra hebrea para amor, avaha, que a su vez procede de la raíz hav, que significa «dar». Ágape, caridad, es el amor divino, expresado hacia nosotros mediante el acto de dar: «Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único…» (cfr. Jn 3,16). El Hijo, a su vez, nos dio su propia vida, un acto de entrega que Él mismo explicó que era el amor más grande. No contento con darse a nosotros una sola vez, explicó san Vicente, Cristo «quiso romper todas las leyes de la naturaleza» para permanecer verdaderamente presente, sacrificándose una y otra vez, alimentándonos como pan y vino en la Eucaristía. Hizo esto, explicó Vicente, porque «la caridad es inventiva hasta el infinito» [SVP ES XI,3,65].

Este amor llamado caridad no es un sentimiento, sino que es «la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios» [Catecismo de la Iglesia Católica, 1822].

El don de Dios, el amor de Dios, la caridad de Dios es completamente gratuita, y sin embargo no podemos evitar amarle a cambio, con nuestras palabras y nuestras obras, «con la fuerza de nuestros brazos y el sudor de nuestra frente» [SVP ES IX, 733]. Le amamos también amando al prójimo, en su nombre y por su causa. El amor que se da gratuitamente se devuelve gratuitamente.. Por eso, como decía Federico, «el que va a llevar a la casa del pobre un trozo de pan vuelve de ella, con frecuencia, con el corazón lleno de gozo y de consuelo. Y así, en este dulce comercio de la caridad, los anticipos son modestos, pero el beneficio es grande» [A la Asamblea General, 9 de febrero de 1837].

La caridad no pretende hacernos sentir de una determinada manera. Su objetivo es hacer que los demás se sientan amados.

Contemplar

¿Cómo hacen sentir al prójimo mis visitas, mi comportamiento y mi afecto?

Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.

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