«Carta de Santa Isabel Ana Seton» a la Familia Vicenciana, con motivo de la Segunda Convocatoria en Roma, 14-17 de noviembre #famvin2024
Esta carta ficticia está inspirada en la vida, pensamiento y carisma de Santa Isabel Ana Seton, quien fue una pionera en la educación católica en Estados Unidos y la primera santa nacida en América. Su ejemplo de fe, sacrificio y amor por los más necesitados sigue siendo una inspiración para los miembros de la Familia Vicenciana hoy en día. La convocatoria en Roma de 2024 es una oportunidad para renovar este compromiso en un contexto de sinodalidad y fraternidad.
¿Te imaginas lo que nos diría santa Isabel Ana Seton si hoy nos escribiese una carta a los miembros de la Familia Vicenciana? Este es un ejercicio literario, pero quizás podría ser algo así.
A mis queridos hermanos y hermanas en Cristo, miembros de la Familia Vicenciana,
Con profundo amor y gratitud, me dirijo a ustedes desde el corazón de nuestro Señor Jesucristo, animada por el deseo de compartir unas palabras de aliento, esperanza y comunión en este tiempo tan especial. Aunque nuestros días están separados por siglos, sé que nuestros corazones laten al unísono por un mismo amor y misión: servir a Dios a través de los más necesitados, llevando el consuelo de su presencia a quienes sufren.
Como fundadora de las Hermanas de la Caridad y mujer convertida por la gracia del Santísimo Sacramento, mi vida se vio marcada por las pruebas, los sacrificios y la profunda alegría de servir. Al recordar esos días, veo cuán providencialmente Dios obra en cada detalle de nuestras vidas, y cómo, en medio del sufrimiento, Él nos guía hacia un propósito mayor, uniendo nuestras vidas a la cruz de Cristo y ofreciéndonos la esperanza de su resurrección.
Es con este espíritu que los invito, con todo el fervor de mi alma, a participar en el próximo encuentro de la Familia Vicenciana en Roma, del 14 al 17 de noviembre de 2024. Será un momento de gracia y renovación para todos nosotros, un espacio para redescubrir la riqueza de nuestro carisma, fortalecer nuestros vínculos y renovar nuestro compromiso con los valores que nos unen.
Mi propia vida fue una travesía llena de desafíos y bendiciones. Nacida en Nueva York en 1774, mi conversión al catolicismo en 1805 trajo consigo incomprensión y rechazo, pero también una inmensa paz y alegría que solo Dios puede conceder. A lo largo de mi camino, experimenté el dolor de la pérdida, la soledad del aislamiento y las dificultades de sostener a mi familia tras la muerte de mi esposo, William. Sin embargo, en esos momentos de prueba, Dios no dejó de manifestar su amor y su providencia.
Fue en esos días de oscuridad cuando descubrí el valor incomparable de la Eucaristía, la presencia real de Cristo que alimenta y fortalece. El Santísimo Sacramento se convirtió en mi consuelo y guía, un faro que iluminó mis pasos hacia una vida consagrada al servicio de los pobres y la educación de los niños. Al igual que ustedes, fui llamada a servir, a ser instrumento de la misericordia de Dios en un mundo que tanto necesita de su amor.
Este próximo encuentro en Roma será una oportunidad única para profundizar en nuestra espiritualidad y para compartir el carisma que nos ha sido legado por San Vicente de Paúl y todos los santos que nos precedieron. En la sencillez y la humildad de nuestra vocación, cada uno de ustedes representa una continuación de ese legado, una chispa del amor de Dios que debe brillar en cada rincón del mundo.
Imagino con gran esperanza lo que será reunirse en esa ciudad llena de historia y fe, la cuna del cristianismo. Roma no es solo un destino físico; es un lugar de peregrinación del corazón, un recordatorio constante de que somos parte de una Iglesia viva y universal. Este encuentro no solo nos permitirá fortalecer nuestros lazos fraternos, sino también renovar nuestro compromiso de vivir el Evangelio en cada uno de nuestros apostolados.
En mi vida, descubrí que la santidad no es un estado reservado a unos pocos, sino un llamado abierto para todos nosotros. Es en lo cotidiano, en lo pequeño, en el servicio humilde donde encontramos a Dios y donde Él nos encuentra. Al educar a los niños, al consolar a los enfermos, al acompañar a los pobres, hacemos presente a Cristo en el mundo.
Recuerden siempre que, al igual que yo, cada uno de ustedes ha sido llamado no solo a la fe, sino a la acción. Como comunidad, debemos seguir extendiendo nuestras manos hacia los más necesitados, llevándoles no solo el pan material, sino también el pan de la esperanza y el amor de Dios. Cada gesto, cada palabra y cada obra de caridad son una semilla que plantamos en el vasto campo del Reino de Dios.
Mis queridos hermanos y hermanas, sé que cada uno de ustedes enfrenta sus propios desafíos. Sé que hay momentos de cansancio, de dudas y de pruebas. Pero quiero recordarles que Dios nunca nos abandona. En mi vida, experimenté el dolor de la soledad y el rechazo, pero siempre encontré en la oración y en la Eucaristía la fuerza para seguir adelante.
Nunca subestimen el poder de una vida entregada en amor. Sus sacrificios, sus renuncias y su servicio silencioso no pasan desapercibidos a los ojos de Dios. La gracia de perseverar en la misión que se nos ha confiado es un don que Él nos concede día a día, y es en la comunión fraterna donde encontramos el aliento y el apoyo para seguir adelante.
Les invito a hacer de este encuentro en Roma un tiempo de gracia y renovación. Acudamos con el corazón abierto, dispuestos a escuchar la voz de Dios y a dejarnos transformar por su amor. Que estos días sean un reflejo de la comunión y la unidad que tanto necesitamos en el mundo de hoy, y que nos impulsen a seguir adelante con renovado ardor misionero.
Recuerden siempre que no estamos solos en este camino. Somos una familia, unidos por un mismo espíritu y un mismo carisma. Que nuestra vida sea un testimonio de la misericordia y la esperanza de Cristo, un reflejo vivo de su amor en cada rincón del mundo.
Los abrazo con el amor de una madre y los encomiendo a la protección de nuestra Santísima Madre María. Que ella, que siempre supo guardar y meditar todo en su corazón, nos guíe en nuestro camino y nos enseñe a vivir con humildad y fidelidad la misión que se nos ha confiado.
Con todo mi amor en Cristo,
Santa Isabel Ana Seton
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