Contemplación: ¿De quién es la capa?
La Doctrina Social Católica nos enseña el principio del destino universal de los bienes, según el cual reconocemos que todas las cosas proceden de Dios y están destinadas a todos sus amadas criaturas. En ninguna parte deberían ser más claras las exigencias de este principio que en nuestra administración de los fondos de la Conferencia de San Vicente de Paúl.
Como explica el Manual de la Sociedad de San Vicente de Paúl: «Los miembros de la Conferencia nunca deben adoptar la actitud de que el dinero es suyo, o de que los receptores tienen que demostrar que lo merecen» [Manual, cap. 2]. Nuestra corresponsabilidad, bien entendida, exige que nos aseguremos de que cada moneda vaya a los pobres, a quienes pertenece porque lo que pertenece a los pobres pertenece a Dios. Esta comprensión es la base de nuestra corresponsabilidad y responsabilidad. O, como dijo San Vicente, debemos «en tener mucho cuidado al administrar los bienes de los pobres y los vuestros. En primer lugar, porque se trata de un bien que pertenece a Dios, dado que es un bien de los pobres» [SVP ES XI, 893-894].
Por eso «los fondos deben manejarse con el mayor cuidado, prudencia y generosidad. El dinero no debe atesorarse» [Regla, Parte I, 3.14]. Si atesoramos los fondos que se nos dan, los estamos reteniendo del Dios a quien pertenecen —no del Dios que puede venir a llamarnos mañana, sino del Dios que tiene hambre o no tiene casa hoy—. Cuando los fondos son abundantes porque pocos necesitados vienen en busca de auxilio, ése es el momento de «buscar y encontrar más activamente a los necesitados» [Regla, Parte I, 1.5].
Al fin y al cabo, si encontraras una cartera perdida, lo primero que harías sería intentar encontrar a su dueño; no te limitarías a esperar a que el dueño te encontrara a ti. Como decía el beato Federico en un artículo de 1848 titulado A las gentes de bien, «ha llegado el momento de que os ocupéis más de esos otros pobres que no mendigan, que normalmente viven de su trabajo y a los que nunca se asegurará su derecho al trabajo ni el derecho a la asistencia, que están necesitados de socorro, de consejo y de consuelo. Ha llegado el momento de ir a buscar a aquellos que no os llaman».
Del mismo modo, cuando pedimos donativos, en realidad nunca pedimos donativos para la Sociedad. Pedimos dinero, comida o ropa para los pobres. No lo pedimos porque seamos expertos, sino simplemente porque conocemos a los pobres de nuestros barrios y sabemos cuáles son sus necesidades. Pedimos que se recojan algunos «abrigos de segunda mano» porque tenemos una idea de a quién pertenecen. Como dijo San Basilio el Grande: «El pan que guardas pertenece a los hambrientos; el abrigo, que guardas en tus baúles cerrados, pertenece a los desnudos; el calzado que se pudre en tu armario pertenece a los descalzos» [Homilía sobre el Evangelio de Lucas].
No podemos dejar los fondos de la Conferencia «enmohecidos en el banco», como no podemos dejar nuestro segundo abrigo «enmohecido en el almacén». Nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestras posesiones y nosotros mismos pertenecemos a Dios, y Dios se nos hace presente en los pobres.
Contemplar
¿Qué es mi segunda capa, y para qué la estoy guardando?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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