Contemplación: El desafío de los tiempos modernos

Tim Williams
26 junio, 2024

Contemplación: El desafío de los tiempos modernos

por | Jun 26, 2024 | Formación, Reflexiones, Sociedad de San Vicente de Paúl | 0 Comentarios

Este artículo apareció originalmente en ssvpusa.org

El beato Federico y sus amigos fundaron la Sociedad en 1833, en respuesta a un desafío que les planteó otro grupo de estudiantes en un grupo de debate llamado Conferencia de Historia. Los otros estudiantes, partidarios del sansimonismo, una forma de socialismo utópico, creían que la época de la Iglesia había pasado y que la pobreza y otros problemas sociales podrían abordarse mejor con métodos modernos y científicos. Sin embargo, su desafío a Federico no consistía en demostrar cuánto pan o leña se podía distribuir, o a cuántas familias pobres se podía ayudar. Su reto era más sencillo, pero más difícil. «Muéstranos —le reclamaron—el bien que hace la Iglesia en el mundo moderno».

Mostrar la bondad de la Iglesia sigue siendo nuestra misión principal, nuestra misión evangélica, y el bien de la Iglesia es el mismo de siempre: llevar a todas las personas a la vida eterna en unión con un Dios amoroso. Así que Federico y sus compañeros no vieron mejor manera de responder al desafío, ni mejor manera de demostrar el bien de la Iglesia que «hacer lo que Nuestro Señor Jesucristo hizo al predicar el Evangelio. Vayamos», —declaró Federico— a los pobres» [Baunard, 65].

Desde el principio de los tiempos, Dios nos ha amado, nos ha esperado y ha respondido a nuestras llamadas, pero en un momento determinado de la historia humana, se puso el manto de la humanidad y vino a nosotros. Nos visitó, caminó entre nosotros, compartió nuestros dolores y nuestras cargas, y nos llamó amigos; no vino a ser servido, sino para servir (Mt 20,28).

Nuestro principal propósito es crecer en santidad. Este es el bien de la Iglesia. Nuestro propósito secundario es compartir el amor de Cristo con el prójimo. Este, también, es el bien de la iglesia. El bien de la iglesia nos fue mostrado por nuestro Padre Celestial, quien amó tanto al mundo que envió a Su único Hijo para establecer Su iglesia (Jn 3,16). Y como «el amor es inventivo hasta el infinito», encontró además el modo de permanecer en nuestra presencia en la Eucaristía; estar presente, actuar sólo por amor, como nuestra Regla nos llama a hacer [Regla Parte I, 2.2].

El bien de la Iglesia es, en primer lugar, llevarnos a Cristo. No lo llamamos hacia nosotros. Más bien, lo buscamos exactamente donde Él nos dice que lo encontraremos (cfr. Mt 25,40): en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el prisionero, en el forastero, en el pobre. Lo buscamos y lo encontramos en los pobres [Regla, Parte I, 1.5].

Al venir a nosotros, en persona, Dios estableció su Iglesia y toda su bondad en el mundo. Él fue a los pobres, Él fue a los hambrientos, Él fue incluso a los pecadores, pecadores que muchos otros de la época pensaban que no lo merecían (cfr. Mc 2,16). Los vicentinos buscamos tanto encontrar como imitar a Cristo. Vamos a los pobres, no porque sea eficaz, ni porque sea moderno. No era ni lo uno ni lo otro en 1833, ni siquiera en el año 30 de nuestra era. Vamos a los pobres para llevar el amor de Cristo y compartir la esperanza de la Palabra viva.

Este era y sigue siendo el bien de la Iglesia, y la misión de la Sociedad de San Vicente de Paúl.

Contemplar

¿Cómo puedo mostrar más efectivamente las virtudes de la Iglesia de Cristo en el mundo actual?

Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.

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